Cap. Final~ Lúculo

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La memoria del justo será bendita.

Un espectador hubo en aquella escena de tortura y de muerte cuyo rostro, que experimentaba la más profunda agonía, siempre estuvo fijo en Marcelo, cuyos ojos fueron ojos que vieron cada uno de los actos y expresiones de la víctima, y cuyos oídos recogieron cada palabra. Largo tiempo después que todos habían partido, él permanecía inmóvil, siendo el único ser humano en el enorme círculo de asientos vacíos. Al final se levantó para irse.
Lejos se hallaba él de la elasticidad característica de sus pasos. Se desplazaba con aire cabizbajo y débilísimo; su mirada de abstracción y el dolor del que todo él se hallaba embargado, lo hacían parecer a uno que había sido repentinamente víctima de una dolencia mortal. Hizo señales a algunos de los guardas, quienes le abrieron los portales que conducían a la arena.

-Traedme una urna cineraria- dijo al personal que se hallaba en las inmediaciones, al mismo tiempo que se encaminaba hacia las ascuas que ya se extinguían.

Unos cuantos fragmentos de huesos carbonizados y hechos polvo por la violencia de las llamas era todo lo que quedaba del cuerpo de Marcelo.

Tomando silenciosamente la urna que le alcanzó uno de los guardas admirado, Lúculo empezó a reunir todos los fragmentos humanos y el polvo que pudo encontrar.

En el momento que se ausentaba, se le apersonó un anciano, ante quien se detuvo mecánicamente.

-¿Qué quieres pedirme? -le dijo cortésmente.

-Me llamo Honorio. Soy uno de los ancianos de los cristianos. Un amigo nuestro muy querido fue sacrificado en este lugar esta noche, y he venido confiando que se me permitirá recoger sus cenizas.

Lúculo le contestó con afabilidad, -Es un acierto que te hayas dirigido a mí, venerable maestro. Si tú hubieras descubierto tu nombre a otro, habrías sido capturado en el acto, porque se está ofreciendo un rescate por ti. Pero no te puedo conceder el pedido que me haces. Marcelo murió, y sus escasas cenizas las tengo en esta urna. Serán depositadas en una tumba en el mausoleo de mi familia con todas las ceremonias de honor, porque fue él mi más querido amigo, y su pérdida hace de esta tierra un desierto para mí, y del resto de mi vida la carga más penosa.

Honorio balbució con profundo entusiasmo.

-Comprendo que tú no puedes ser otro sino Lúculo, de quien siempre le oí hablar palabras de afecto.

-Yo soy. Jamás hubo dos amigos más leales que nosotros. Si hubiera sido posible, yo le habría evitado el sacrificio. Jamás habría sido detenido él, si él mismo no se hubiese arrojado en las manos de la ley, como lo hizo. ¡Oh, destino inescrutable! Precisamente cuando yo había tomado todas las disposiciones para que jamás pudiera él ser capturado, pero él en persona se enfrentó al mismo emperador, y así fue como yo con mis propias manos fui obligado a conducir al ser que más amaba a la prisión y a la muerte.

-Lo que para ti es pérdida, es para él la ganancia más inconmensurable. Pues ha ingresado al reino de felicidad inmortal.

Lúculo exclamó profundamente, -Su muerte fue todo un triunfo. Yo he observado antes la muerte de muchos cristianos, pero no he sido tan impresionado por su esperanza y su confianza. Marcelo enfrentó la muerte como si ésta fuera la bendición más feliz.

-Así fue en cuanto a él, como también lo fue en cuanto a muchísimos otros, cuyos despojos yacen en el infausto confinamiento en donde estamos obligados a morar. A ellos quiero agregar las cenizas de Marcelo. ¿No convendría que así compartieran tumbas?

El mártir de las CatacumbasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora