La Ofrenda

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Nadie tiene mayor amor que este, que ponga alguno su vida por sus amigos.

Había anochecido en el cuartel de los pretorianos. Lúculo se hallaba sentado al lado de una lampara que despedía su luz brillante por todo el rededor. De pronto hubo de levantarse al oír un toque en la puerta. Prestamente la abrió. Un hombre entro y avanzó silenciosamente hasta el centro del cuarto. Luego, desembozándose de la gran capa en que venía envuelto, quedó descubierto en la presencia de Lúculo.

-¡Marcelo! --exclamo éste preso de asombro, y saltando hacia adelante abrazó a su visitante con visibles muestras de gozo.

-Querido amigo mío

-¿A qué azar feliz debo yo este encuentro? Me hallaba precisamente pensando en ti, y no me imaginaba siquiera cuando nos veríamos otra vez.

-Yo temo que nuestros encuentros -dijo Marcelo tristemente-, no serán muy frecuentes de hoy en adelante. Este lo he procurado con grave riesgo de mi vida.

-Verdaderamente es así -dijo Lúculo, compartiendo la tristeza del otro-. Tu estas perseguido con el mas airado interés, pues se ofrece un rescate por ti. Con todo eso, aquí debes considerarte tan seguro como lo estuviste siempre en los días felices antes de que fueras poseído de aquella locura. ¡Oh, mi querido Marcelo! ¿Por qué no pueden volver otra vez aquellos días?

-No puedo cambiar mi naturaleza ni deshacer lo que he hecho. Ademas, Lúculo, aunque mi suerte pueda parecerte dura, jamas he sido tan feliz como lo soy actualmente.

-¡Feliz! -exclamo el otro con profunda sorpresa.

-Sí, Lúculo, aunque afligido, no he sido derribado; aunque perseguido, no desespero.

-La persecución ordenada por el emperador no es cosa ligera.

-Sí, eso yo lo se bien. Yo veo ante ella a mis hermanos cada día. Cada día se estrecha mas el cerco que me rodea. Cada momento me despido de amigos a quienes no vuelvo a ver mas. Algunos compañeros suben a la ciudad, pero no regresan sino sus despojos. Vuelven allí para ser sepultados.

-Y con todo eso, ¿dices tu que estas feliz?

-Sí, Lúculo, tengo una paz que el mundo no conoce, una paz que viene de arriba y que sobrepuja todo entendimiento.

-Mi estimado Marcelo, a mi me consta que tu eres demasiado valiente para que le temas a la muerte; pero nunca pensé que tuvieras tal fortaleza para soportar con tan profunda calma todo lo que yo se que debes estar sufriendo actualmente. O bien tu valor es súper humano, o es el valor que da la locura.

-Viene de arriba, Lúculo. Jesucristo, mi Señor, es para mí mucho mas que todas las riquezas y el honor del mundo. Antes me era absolutamente imposible haberlo sentido así, pero ahora todas las cosas viejas han pasado, y he aquí, todas han sido hechas nuevas. Sostenido por este nuevo poder, yo podré soportar los peores de los males que puedan sobrevenirme. No espero nada en la tierra sino sufrimiento mientras aquí viva. Yo se que moriré en la peor de las agonías. Con todo, ese pensamiento no es capaz de doblegar la indomable fe que mora dentro de mí.

-Me apena en el alma -dijo Lúculo tristemente-, verte persuadido de tal determinación. Pues si yo viera el mas ligero signo de fluctuación en ti, tendría la esperanza de que el tiempo cambiaría o por lo menos modificaría tus sentimientos. Pero ya me convenzo que te hallas firme de modo inconmovible en tu nuevo camino.

-¡Quiera Dios concederme que pueda permanecer firme hasta el fin! -dijo Marcelo fervorosamente- Pero la verdad es que no vine a hablarte de mis sentimientos. Vine, querido Lúculo, a pedir tu ayuda, tu conmiseración y auxilio. Me prometiste una vez demostrarme tu amistad, si la necesitaba. Ahora vengo a pedirte que cumplas tu promesa.

El mártir de las CatacumbasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora