"Cornelio el centurión, varón justo y temeroso de Dios"
Marcelo había nacido en Gades, y se había criado bajo la férrea disciplina del ejército romano. Había estado en destacamentos de África, en Siria y Bretaña, y en todas se había distinguido, no solamente por su valor en el campo de batalla sino también por su sagaz habilidad administrativa, razones estas por las cuales se había echo merecedor de honores y ascensos. A su llegada a Roma, a donde había venido portando importantes mensajes, había agradado al emperador de tal manera que le había destinado un puesto honorable entre los pretorianos.
Lúculo, por el contrario, jamás había salido de las fronteras de Italia, apenas quizá de la ciudad. Pertenecía a una de las más antiguas y nobles familias romanas, y era, naturalmente, heredero de abundantes riquezas, con la correspondiente influencia que las acompaña. Había sido cautivado por el osado y franco carácter de Marcelo, siendo así que los dos jóvenes se convirtieron en grandes amigos. El conocimiento minucioso que poseía Lúculo de la capital, le deparaba la facilidad de servir a su amigo. Las escenas descritas en el capítulo precedente fueron en una de las primeras visitas que Marcelo hacía al renombrado Coliseo.
El campamento pretoriano estaba situado junto a la muralla de la ciudad, a la cual se hallaba unido por otra muralla que lo circundaba. Los soldados vivían en cuartos a modo de celdas perforadas en la misma pared. Era un cuerpo integrado por numerosos hombres cuidadosamente seleccionados, y su posición en la capital les concedió tal poder e influencia que por muchas edades mantuvieron el control del gobierno de la capital. Un puesto de mando entre los pretorianos significaba un camino seguro hacia la fortuna, y Marcelo reunía todas las condiciones para que se le augurara un futuro pletórico de perspectivas y todos los honores que el favor del Emperador podía depararle.
A la mañana siguiente, Lúculo ingresó a su cuarto, y después de haber cambiado los saludos usuales y de confianza, empezó a hablar respecto a la lucha que habían presenciado.
Marcelo dijo: -Tales escenas no son de las que en verdad me agradan. Son actos de crasa cobardía. A cualquiera le puede complacer el ver a dos hombres bien entrenados trabarse en pareja lucha limpiamente; pero aquellas carnicerías que se ven en el Coliseo son detestables. ¿Porqué había de matarse a Macer? El era uno de los más valientes de los hombres, y yo tributó todo mi homenaje a su valentía inimitable. ¿Y porqué sé ha de arrojar a las fieras salvajes a aquellos ancianos y niños?
-Es que ésos eran cristianos. Y la ley es sagrada e inquebrantable.
-Esa es la respuesta de siempre. ¿Qué delito han cometido los cristianos? Yo me he encontrado con ellos por todas partes del imperio, pero jamás los eh visto entregados ni comprometidos siquiera en perturbaciones o cosas semejantes.
-Ellos son lo peor de la humanidad.
-Esa es la acusación. Pero ¿qué pruebas hay?
-¿Pruebas? ¿Qué necesidad tenemos de pruebas?, si se sabe hasta la saciedad lo que son y hacen. Conspiran en secreto contra las leyes y la religión de nuestro estado. Y tanta es la magnitud de su odio contra nuestras instituciones que ellos prefieren morir antes que ofrecer sacrificio. No reconocen rey ni monarca alguno en la tierra, sino a aquel judío crucificado que ellos insisten en que vive actualmente. Y tanta es su malevolencia hacia nosotros que llegan a afirmar que hemos de ser torturados toda nuestra vida futura en los infiernos.
- Todo eso puede ser verdad. De eso no entiendo nada. Respecto a ellos yo no conozco nada.
-La ciudad la tenemos atestada de ellos; el imperio ha sido invadido. Y ten presente esto que te digo. La declinación de nuestro amado imperio que vemos y lamentamos por todas partes, es consecuencia de que se hallan difundido la debilidad y la insubordinación, la contracción de nuestras fronteras: todo eso aumenta conforme aumentan los cristianos. ¿A quién más se deben todos estos males, si no es a ellos?
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El mártir de las Catacumbas
Ficción históricaUna historia de amor escrita con sangre. Suflamados* del amor a Jesucristo, los primeros cristianos estuvieron dispuestos a sufrir la mas espantosa de las persecuciones de la antigua Roma. El mártir de las catacumbas narra de forma vivida los sacrif...