14 de julio, 2014

278 20 1
                                    

Leo.

Hoy era un día de esos que no te apetece hacer nada, simplemente respirar y mirar el techo. Afuera llovía con fuerza y el frío calaba los huesos de los transeúntes que pasaban a las 10 de la mañana por la acera de enfrente de mi colegio.

Un examen de quimica esperaba a ser rellenado con lo que en teoría tendría que haber estudiado el día de antes, pero había preferido pasarlo leyendo un libro que me había tenido en tensión aquella semana.

Se podría decir que estaba tirando el curso por la borda por la sencilla razón de no haber encontrado la razón para seguir con el curso, me sentía desanimado y sin ganas de hacer nada, un cascaron vacío como cuerpo y sin ninguna motivación.

De fondo se podía escuchar él cuchicheo de los alumnos pasándose la respuesta y pude divisar al profesor como pasaba de ellos leyendo el periódico de ese día.

De un momento a otro se escucharon como varios truenos retumbaron en él cielo y fue seguido por él sonido de la campana que anunciaba el fin de la clase.

Me levante y lleve el examen a la mesa del profesor, lo deposite y me dirigi otra vez a mi sitio.

Pasaron diez minutos hasta que la profesora de guarani, Maria, entro en el aula acompañado de un chico castaño y con gafas.

— Maitei ¿Mba'e'ichapa? ( Hola ¿como estan? —dijo Maria mientras dejaba sus cosas en la mesa.

— Ipora ¿ha nde mbo'ehara? (Bien ¿y tu maestra?) —contestamos todos a la vez.

— Ipora (Bien) —hizo una seña al chico para que se acercara y luego se dirigió a nosotros— Hoy tenemos aquí a un alumno nuevo que se llama Lucas y es de España, espero que se lleven bien  con él para que se adapte rápido a la clase. Cuando quieras puedes sentarte.

El chico de ojos verdes miró a la clase intentando buscar un sitio libre hasta que lo encontró, al lado mio.

Si no lo habías notado soy como el antisocial de la clase, el fantasma que esta ocupando un asiento por y para calentarlo. No me llevaba bien con nadie desde que mi madre falleció y mi padre había empezado a dejar de lado a sus hijos.

Cuando me di cuenta el tal Lucas me estaba mirando como si estuviera esperando algo de mi. Como vio que no decía nada me lo volvió a preguntar.

— ¿Puedo sentarme?

Se notaba que estaba nervioso ya que las miradas de la clase estaban dirigidas a él, si le dijera que no seria el chiste del día o incluso de la semana. Mi lado samaritano salio del fondo de mi ser y le hice una seña indiferente de que podía.

Él sonrio ampliamente y se sentó.

De repente sentí un zumbido de mi chaqueta, había recibido un mensaje.

A 10.000 kilometrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora