Capítulo 7: El preludio del 22 de Diciembre.

382 35 49
                                    


Estaba recostado sobre la cama, ese pulcro lugar con sabanas blancas y paredes del mismo color. Miro su brazo izquierdo y en el pliegue del codo ya tenía el suero, en el dorso de la mano derecha le habían introducido una vía endovenosa donde le pasarían medicación. Se lamento de sí mismo por estar en ese estado penoso, la enfermera vendría pronto a colocarle oxigeno y entonces mientras su vista se posaba en la ventana, las cortinas empezaron a ondearse por el ligero viento que parecía decirle que todo acabaría pronto. Solo serian cinco días.

Los días habían transcurrido rápidamente y el mes de Agosto se había anunciado para decirle que era momento de volver al hospital, ese lugar al cual detestaba demasiado, el cual parecía consumir a las personas que tenían el tiempo contado.

Solo, en ese cuarto blanco, sintió una tristeza infinita que le inundaba el alma y entonces se había arrepentido de haberle dicho a Yukwon que no viniera a visitarlo. Estaba extrañándolo y deseaba su compañía más que nunca. Anhelaba su presencia.

- No debo pensar demasiado –se dijo a sí mismo, se reconforto de inmediato y sonrió para aliviar su tristeza. Trataba de mantenerse fuerte pero deseaba arrancarse de las manos todo lo que le habían colocado.

Se preguntaba si el tiempo transcurría rápido pero sabía que pasaría lento, siempre era lo mismo.

Miro el techo y empezó a recordar su infancia que se hacía presente en su memoria, las vivencias en el hospital y toda la gente que había conocido durante toda su vida y que gran parte de ella, habían partido a un mejor lugar. Algunos se recuperaban, otros lamentablemente, volvían, regresaban, se volvían a ir y al final morían.

Cerró los ojos al pensar en eso. Era un precioso día, lo podía ver a través de la ventana y sabía que no valía la pena recordar ese tipo de cosas pero le era inevitable no hacerlo.

Entonces, recordó claramente cómo después de la muerte de su hermano, creyó ingenuamente que su vida andaría de maravilla, que había rehuido de esa suerte que maldecía a su familia pero luego de tres años, había empezado su propio sufrimiento y tuvo muchísimo miedo pero lo que más había lamentado era ver a su madre nuevamente llorar, verla sonriendo con tristeza diciéndole que todo estaría bien, que no temiese nada. Solo era un niño pero, ese momento, se sentía culpable por hacerle vivir una pesadilla. Deseaba que Changin estuviese a su lado para contarle chistes y decirle que debían jugar en el patio para atrapar bichos y trepar algunos árboles pero se encontraba en la cama del hospital, cuando solo quería estar con sus amigos de la escuela.

Compartía cuarto con tres pacientes mas, eran niños que tenían su edad o eran mayores que él. Cuando se encontraba aburrido y su madre no estaba, se escabullía del lugar e iba a ver a otros pacientes y ahí conoció a un hombre anciano muy mayor de edad.

"El hombre de pelo plateado"

Era así como lo recordaba o más bien el sobrenombre que le había colocado cada vez que iba a verlo. Aquel anciano, de aspecto flacucho que parecía quebrarse con el simple viento, era como una pasa de uva y siempre le sonreía a Jaehyo cuando iba a hablarle un rato. Supo que era un pianista destacado.

- Las manos para todo músico son sagradas –el anciano le mostró sus manos, todas rugosas y parecían temblar por el debilitamiento que acarreaba su cuerpo –estas manos han sentido la música innumerables veces y mucha gente se ha parado de pie para ovacionarme. Soy como una leyenda aunque esta leyenda esta débil –se empezó a reír con dificultad.

- ¿En serio? –Jaehyo estaba sorprendido. No conocía a ningún músico, salvo su profesor de música – ¿puede tocar un poco ahora mismo?

Sé la luzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora