2. Él

118 14 14
                                        

— ¿Por qué? — pregunté por enésima vez.

Llevaban diciendo que aquella noche sería memorable desde que habíamos entrado en el metro, pero nadie me respondía; ni siquiera Iara, ocupada en entretener a sus amigas. Pataleé una piedra y seguí andando por aquel callejón oscuro detrás del grupo de chicas que parecían decididas a ignorar mi pesimismo. Tampoco me importaba, estar con las amigas de Iara significaba que muchas veces merecía más la pena prestar atención al resto de la gente que a ellas mismas. Por lo que me quedé callada y me dediqué a observar los alrededores.

La calle era antigua y el lugar al que nos dirigíamos debía estar en una especie de polígono industrial abandonado. Por un momento pensé que, de no haber sido por la enorme cantidad de personas que caminaban con nosotras hacia la misma dirección, ese hubiera sido el escenario perfecto para una película de terror. Y, desde luego, la gente que nos rodeaba no ayudaba. Lucían tatuajes, piercings y peinados de lo más extravagantes y en sitios inimaginables. Cada vez que me acercaba a un grupo, les oía hablar en una lengua distinta a voz en grito o en ininteligibles susurros. A pesar de eso, todas las conversaciones que lograba dilucidar repetían lo mismo: esta noche iba a ser memorable.

— ¡Vamos a pasar a la historia! — repetía una de las chicas mientras zarandeaba a Iara. Destacaba de las demás por su pelo rubio platino, casi rozando la blancura. — Vale, hay que mantener la calma o no entraremos. ¡Pero va a ser genial!

— ¿Qué va a ser genial? — intenté probar suerte de nuevo. Esquivé a uno de los chicos de allí, que llevaba el excéntrico tatuaje de un ojo en mitad de la frente, y me puse a la altura de ellas. — ¿Y por qué tenemos que ir disfrazados así?

Sí, aquellas personas destacaban precisamente por marcar la diferencia pero había algo que nos hacía iguales a todos: el negro. Iara me había obligado a vestirme con unos vaqueros negros, una sudadera oscura y zapatillas deportivas; y, aunque no entendía muy bien el motivo, parecía que aquella era la norma principal para todos.

— Vamos a Berghain, idiota. — respondió por fin otra de las chicas que nos acompañaban, rindiéndose ante mi cansina insistencia.

Me quedé con la misma cara que hubiese puesto si me hubieran dicho que íbamos de excursión a Marte. Esa chica, una tal Cris, puso los ojos en blanco antes de volver a abrir la boca.

— Berghain es una de las discotecas más exclusivas que hay en Berlín. No. ¡De las más exclusivas del mundo! Dios, Iara, ¿de dónde la has sacado?

Mi compañera de piso se rió y me pasó el brazo por los hombros, como si quisiera decirme "No lo dice en serio" (aunque yo sabía que la crítica de su amiga sí iba en serio).

— ¿Y si es tan exclusiva por qué iban a dejarnos entrar a nosotras? — solté, con lógica, sin pensar en las consecuencias que podía desencadenar menospreciar a esas chicas.

El revuelo que se formó ante mi comentario fue realmente gracioso y, aunque me contuve para no soltar una profunda risotada, Iara me pellizcó como pequeño castigo.

— Sé amable, quiero pasarlo bien contigo antes de que te vayas y no vuelva a verte. — me susurró al oído en un tono de reproche. No perdía la sonrisa, por lo que tuve la certeza de que en realidad no estaba enfadada conmigo. — Tú hazme caso en todo lo que te diga cuando lleguemos, ¿vale?

Asentí mientras seguía escuchando las quejas del resto que aún se desperdigaban cada par de segundos, cuando se les ocurrían nuevas contestaciones sobre lo dignas que eran de entrar a esa discoteca y el privilegio que tenía de ir con ellas. No me engañaban, era tanto su primera vez como la mía en aquel estrambótico lugar, pero si sentirse superior era su mecanismo de defensa, ¿quién era yo para impedírselo?

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Sep 18, 2016 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Vuelve a intentarlo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora