Capítulo VI

234 21 2
                                    


La sonora algarabía del bullicio entre los puestos del mercado que se situaba en la parte céntrica de la provincia, parecía no perturbar tanto a Loki a diferencia de otras ocasiones en las cuales siempre prefería evitarse la molestia de soportar la presencia de los plebeyos Midgardianos pululando cerca de él, a consecuencia de su altivo orgullo. Pero por alguna razón aquella mañana después del desayuno, se había ofrecido para acompañar a Iteylefh al mercado del pueblo a hacer algunas compras, sólo porque Eleonor no se hallaba en condición de salir, a causa de una exacerbante fiebre que la obligó a permanecer en cama, a pesar de que en un principio se negaba a guardar reposo los estragos de la enfermedad más tarde la hicieron recapacitar y se entregó al descanso. A esas horas del día, cada rincón del mercado circundaba en el apogeo de vendedores estableciéndose cada cual en sus sitios correspondientes para ofrecer los productos que destinaban a vender.

Iteylefh y Loki avanzaban cogidos del brazo, robando la atención de una que otra persona, involuntariamente. Pues para la mayoría de la gente, Loki resultaba en lo absoluto un completo extraño que nunca habían visto en sus vidas y no tardaron en tildarlo de forastero dentro de aquel pueblo pequeño donde todos se conocen entre sí.

A su izquierda una gran carreta repleta de exuberantes flores como rododendros y saxifragas pasó a su lado con demorante avance, al momento en que a su derecha se erguía un suntuoso quiosco vacío.

—Loki ¿te parece si tú vas por las manzanas en el puesto del señor Castelo mientras yo voy por la carne de cordero al puesto de la señora Agatha? Creo que así podemos ahorrar tiempo.

—Por supuesto, no hay problema.

—Bien, entonces te espero dentro del quiosco cuando regrese.

El ojiverde asintió y ambos tomaron rumbos opuestos, cada uno con dirección al lugar acordado. Pero para cuando Iteylefh llegó de regreso al quiosco, Loki todavía no había vuelto, por lo que decidió sentarse en una orilla de los escalones del templete, retomando su lectura en el libro que llevaba bajo el brazo izquierdo, como distracción durante su espera y rápidamente se centró en las sublimes frases que tanto la hacían idolatrar a Shakespeare, sumiéndose en el mundo de Hamlet sin dejar de saborear la perfección de su poesía, hasta que una repentina sombra atajó la luz que el sol le brindaba y una voz masculina interrumpió su concentración.

—Tal pareciera que los ángeles se están cayendo del cielo, porque justo aquí hay uno —exclamó con coquetería un chico pelirrojo que permanecía frente a ella.

—Muy gracioso Niccolás, pero no estoy sola —replicó Iteylefh poniéndose en pie.

—¿Segura? Porque yo no veo a Eleonor cerca.

—No es ella, estoy esperando a alguien más...

—No importa —interrumpió Niccolás—. Lo que sí importa es, ahora que te veo me gustaría invitarte al baile que va a organizar mi familia, mañana por la noche.

Iteylefh abrió la boca, pero se quedó sin palabras. Frunció el ceño y negó con la cabeza, estupefacta.

—Será una celebración por la excelente cosecha de nuestras tierras. No te preocupes si quieres llevar a alguien contigo, puedes invitar a quien quieras, tus invitados también serán nuestros invitados, aunque... no creo que conozcas a mucha gente —continuó Niccolás, ignorando la reacción de Iteylefh.

—Tu verborrea es interminable ¿verdad?

El pelirrojo rio.

—Ya deja de disimularlo tan bien. Sé que estás enamorada de mí, no lo niegues y quizás nos casemos pronto —dijo Niccolás, dando un paso adelante para acercársele, pero ella retrocedió al mismo tiempo un paso atrás.

Principe del engañoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora