TIENDA MÁGICA

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-Ya podía nevar un pelín menos, maldita sea.-dijo Sadie tratando de andar por la calle cubierta de nieve.-"Cuidado con el Efecto Invernadero, podría aumentar mucho la temperatura". Y una mierda, si fuera verdad no habría veinte centímetros de nieve.-dijo enfadada mientras el frío viento arremetía contra ella.

-El efecto invernadero es real, al igual que el cambio climático. Además, un poco de nieve no vendrá mal.-la dijo Pepe fumando su pipa mientras andaba con paso resulto.-Venga no seas quejica, no es para tanto.

-¡Las carreteras están cerradas, han avisado de una posible ventisca inminente y estamos andando hacia una tienda al otro lado de la ciudad, prácticamente en Loranca mientras un viento helado nos hiela las entrañas! ¡Y mis botas se han calado de agua! ¡No sé si te habrás dado cuenta, pero somos los únicos locos que hay en la calle!-le gritó furiosa.- ¡Todos con un mínimo de cabeza están metidos en su casa con calefacción!

-Ya verás cómo vale la pena Sadie. Raquel es una chica estupenda.-insistió Pepe.

-Y hace unos trucos muy chulos. La última vez que fui, sacó una chistera de un conejo. Está en el borde de Móstoles y tiene enfrente un bar chulísimo.-le dijo Patricia andando alegre por la nieve.

-Más os vale que consigamos algo útil con el catarro que voy a pillar.-dijo sonándose la nariz.

-Si veinte personas disfrazadas e hipnotizadas llegaron hasta mi despacho, tú puedes llegar al Gato de Salem.-la picó Pepe mientras el viento empezaba a llenarse lentamente de partículas de nieve, cada vez más abundantes. Sadie resopló en su lento camino en fila india hacia el establecimiento de Raquel.

Tras hora y media de marcha contra el viento y el frío, luchando para lograr sacar la bota de la nieve, llegaron al límite de Móstoles. Hacia delante tan solo había un pequeño campo de apenas un kilómetro o dos con una autopista en medio. Aquel campo los separaba de Loranca, un barrio de Fuenlabrada que casi parecía un sitio aparte al estar separado de lo que era la ciudad en sí.

En la última calle, había una anchísima carretera con la otra acera directa en el campo. A su derecha había una tímida línea de bloques. La mitad sin vender, con un pequeño parque para niños y alguna que otra tienda. Apenas había un pequeño grupo de coches aparcados. Pepe las guío hasta una de las pocas tiendas abiertas. Un pequeño local enfrente de un animado bar.

-"El Gato de Salem, tienda de magia."-leyó Sadie. En el escaparate se exponían chisteras, varitas, juegos de cartas, pequeñas guillotinas y aros unidos.- ¿Nos hemos recorrido medio Móstoles para venir a por una baraja de cartas?

-Ni de lejos.-dijo Pepe sonriente con el bigote lleno de nieve.-Bienvenida a la mejor tienda de magia que puedas encontrar. Con su propio gato negro.-dijo divertido abriendo la puerta.

En comparación con el exterior, El Gato de Salem era realmente grande, con muchas estanterías y mesas repartidas de manera caótica y llamativa. Estaban cubiertos por telas de todos los colores y mostraban todo tipo de artilugios, desde cien tipos de barajas distintas, a cubiletes con dados, pañuelos mágicos y extrañas cajas. Había pequeñas guillotinas, cubiletes, y zapatos que levitaban sobre una plataforma.

Al fondo del todo había un mostrador rodeado de una pequeña niebla con una bola de cristal a cada lado con un tablero de ajedrez en medio. El mostrador de madera tenía grabado un gato rodeado de niebla con una luna de fondo. Tras el mostrador, una chica pelirroja con un largo pañuelo de seda verde sobre la cabeza sonreía misteriosa. Tenía unas pulseras doradas que cubrían sus brazos y vestía una gran camiseta azul que le quedaba holgada, atada con un pañuelo vaporoso verde oscuro. Vestía unos holgados y rotos vaqueros. Parecía estar en la veintena y acariciaba un gato de pelo negro largo que se encontraba entre las fichas del ajedrez.

El  Caso de los personajes perdidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora