Podemos mirar atrás y en algunas ocasiones nos encontraremos con pequeños, raros y, a veces, mágicos momentos en los que un llamado «golpe de suerte» tocó nuestras vidas. Momentos que después o bien no pasaron a más y quedaron en una alegre anécdota, o se volvieron experiencias que verdaderamente influyeron en nuestras vidas. Lo que estoy por contar es la historia de un chico y su «golpe de suerte», que pronto se convirtió en una experiencia aterradora que marcaría su vida profundamente, o al menos eso es lo que creo
Ya nadie prestaba atención a lo que decía el profesor, el calor iba en aumento al igual que el sinfín de palabras anotadas en el pizarrón. Mi aburrimiento era extremo y el ambiente del salón no me ayudaba en nada. Mientras paseaba la mirada por el salón, noté que dos compañeros hablaban en voz muy baja; sin embargo, no fui el único que se dio cuenta de esto. El profesor también los había visto y comenzó a regañarlos, enojado porque no prestaban atención a su muy importante lección, sentimiento reforzado notablemente por el horrible calor del día.
Después del regaño, el profesor decidió que como castigo contaran a todos los del salón qué era lo que estaban platicando. Al principio ninguno habló, pero después de que fueron amenazados con la calificación del examen próximo, contaron la historia. Al parecer uno de ellos, Santiago, le contaba a su amigo, Javier, una serie de eventos extraños y escalofriantes, eventos que estaban destruyendo su vida y desmoronando a su familia.
Al principio, pocos eran los que le prestaban atención; el clima era insoportable y la idea de escuchar a alguien narrando sus problemas familiares era algo que no queríamos hacer. Pero una vez comenzado su relato, su expresión se volvió sombría, sus ojos se perdieron en el vacío y cuando hablaba parecía hacerlo de manera automática, por mera inercia
En un día normal, Santiago se dirigía a su casa después de haber concluido las clases. Se encontraba tonteando por las calles cuando, según él, un fuerte sentimiento lo hizo ir a un parque que se encontraba cerca de donde estaba. Al llegar, simplemente no supo qué hacer, así que comenzó a caminar por la pista que normalmente utilizan los ciclistas. Después de caminar un rato, se dio cuenta de que, aunque las clases habían terminado hacía un rato, no había ningún adulto o niño en el parque. Mientras sus pensamientos se alborotaban debido a tan extraña soledad, se dio cuenta de que, un poco más delante de donde estaba parado, había algo similar a una carriola.
Tardó unos momentos en decidir, pero al final se acercó. Era una carriola de color negro, y conforme se iba acercando comenzó a escuchar lo que parecían ser unos balbuceos de bebé. Al encontrarse a tan sólo unos pasos, se detuvo en seco: ¿por qué se encontraba un bebé solo en medio del parque?, pensó, ¿que acaso no tenían miedo de que se lo llevaran?
Mientras estas preguntas invadían su mente, una pequeña mano se asomó por la carriola, impulsándolo a asomarse dentro de ésta. Lo que vio fue un pequeño niño, balbuceando, pataleando, nada extraño en sí. El niño parecía estar jugando con algo, un pequeño objeto redondo y de color plateado; estaba tan absorto en su juego que no se había percatado de que Santiago estaba ahí.
—No tengo idea de si fueron minutos u horas los que estuve viendo al bebé jugar, por un momento mi mente incluso quedó en blanco —comentó Santiago—. Cuando por fin me di cuenta, el bebé había dejado de hacer ruidos y me miraba fijamente.
Los ojos del infante se apartaban de Santiago, su mirada era inquisitiva, curiosa, como si estuviera viendo a un extraño bicho o animalito. Finalmente, en un movimiento muy rápido (tal vez demasiado rápido para un bebé), el niño le extendió la mano en la que tenía aquel objeto plateado, que resultó ser una tapa de refresco; pero al parecer tenía algo escrito en ella. Después de dudarlo, Santiago la tomó, y al hacerlo el bebé nuevamente perdió interés en él y retomó su juego. Santiago leyó la inscripción de la tapa y su asombro no encontró cabida a lo que estaba viendo, la tapa tenía la leyenda ganadora de un concurso de la refresquera, cuyo premio —que Santiago había visto en algún momento en un comercial de televisión— era una camioneta totalmente nueva.
ESTÁS LEYENDO
Esta noche no duermes-terror
TerrorTe atreves a leer estas historias antes de irte a dormir?