Un entrenamiento muggle

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Mientras estuvieron en el gran comedor, Eugene discutió con Rick y los otros todo lo referente a sus conjeturas, y al término de la cena, el grupo se reunió con el profesor Dumbledore en su despacho para discutir al respecto.

El director determinó que lo más sensato era seguir la intuición del profesor de ciencias, ya que parecía bastante razonable. Sin embrago. convocó a su despacho a los miembros de la Orden del Fénix para discutir el asunto con más detenimiento.

—Una nueva expedición podría ser algo arriesgado, Albus —soltó Kingsley con preocupación—. Han escapado por muy poco esta vez. No quiero que continúen exponiéndose al peligro.

—Ya estamos acostumbrados —respondió Daryl—. No tiene por qué ir alguien de su grupo. Déjenlo en nuestras manos.

—No se trata de eso, muchacho, no solo tememos por nosotros, sino por ustedes. Al fin y al cabo a estas alturas ya formamos un solo grupo —terció McGonagall.

—Agradecemos su preocupación, profesora, pero creo que Daryl tiene razón —intervino Beth colocándole una mano en el hombro a su compañero—. Ya estamos acostumbrados a estar allá afuera, sabemos cómo movernos, cómo luchar por mantenernos con vida y eso solo con el objetivo de eso mismo, de vivir un día más. Pero esta vez se trata de hallar una solución definitiva.

—Es cierto —aprobó Rick—. Quizá nunca hemos estado tan cerca de la cura como en este momento. Pienso que debemos intentarlo.

—¿Y cómo sabemos que en esta ocasión el señor Porter no está mintiendo de nuevo para obtener otro beneficio? —inquirió Snape dubitativo—. Quizá solo quiera servirse de nosotros para llegar a Londres.

—¿Y qué demonios voy a hacer en Londres si no tengo un objetivo? —respondió Eugene encogiéndose de hombros mientras, a su lado, Carol ponía los ojos en blanco—. Esa época de mi vida ya terminó, ahora sé cómo defenderme, todos lo sabemos. No creo que la base de la C.D.C de Londres haya resistido por mucho tiempo ni tampoco el ejército. De hecho, las últimas noticias que tuve de allí fue que los pocos soldados que quedaron migraron, los muertos los hicieron marcharse. La única razón por la cual quiero ir a la capital, es para recuperar el diario del doctor O' Donell.

—Si es que aún continúa allá —comentó Snape.

—¡Vamos, Severus! No tienes por qué ser tan pesimista siempre —dijo Remus Lupin.

—Nadie te obliga a ir, Snape —soltó Carol fastidiada—. Si tanto te aterran los caminantes, estás en la libertad de quedarte en la seguridad de este castillo, completamente resguardado. Es mejor que temblar de miedo allá afuera, ¿no?

Snape sintió la sangre hervir de ira dentro de sus venas. Jamás en toda su vida soportó que lo llamaran «cobarde» ese era un apelativo que no combinaba con su personalidad y mucho menos con su proceder. El hecho de tener miedo no lo convertía en un cobarde, al fin y al cabo había terminado enfrentando todos sus miedos uno a uno saliendo airoso al final, hasta se había infiltrado en las filas de Voldemort para ayudar a destruirlo, salvando también indirectamente la vida de los muggles porque si Voldemort llegaba a alzarse definitivamente con el poder, a ellos le iría mucho peor que a sus descendientes o a los magos traidores a la sangre. ¿Cómo se atrevía entonces esa muggle a insinuar que él era un cobarde?

Sin embrago, Carol habló desde la rabia que le provocó el comentario suspicaz del profesor de Pociones, pues para nada lo consideraba cobarde sino todo lo contrario. Lo vio luchar con los caminantes, aun y cuando usaba la varita. Él pudo quedarse en el castillo pero decidió salir, a regañadientes pero salió.

—Esa es una decisión que debo tomar yo, señora Peletier —respondió el pocionista con rabia—. Si considero que vale la pena el intento, lo haré, jamás le he temido a nada.

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