El cazador cazado

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Los días previos a la excursión a Londres, el grupo ya estaba preparado, incluso aquellas personas que no asistirían. Draco Malfoy estaba sumamente emocionado porque había logrado una maravillosa agilidad con las armas, eso lo hacía sentir fuerte y mucho más capaz, si por alguna razón perdía su varita o no lograba alcanzarla, podría defenderse o defender a los suyos, sobre todo a Pansy que era la que estaba con él y que estaba presa del pánico desde el día en que entró la horda de caminantes. No le agradaba para nada los muggles que desde ese día habitaban en el castillo, pero los consideraba necesarios para que al menos unos lograran aprender a defenderse a su modo, aunque ella, jamás lograría disparar una de esas cosas ruidosas. En el fondo, le aterraban.

Draco, no comprendo por qué rayos llevas esa cosa contigo a donde quiera que vas dijo Pansy mirando con recelo el arma que él sostenía mientras desayunaba en el gran comedor aquella mañana.

Porque hay que estar prevenidos respondió el muchacho guardándola en el porta arma que llevaba atado al cinto—. Además, no debes preocuparte, tiene el seguro puesto.

¡Vaya! Ya suenas como esos muggles—. Soltó Zabinni con una mueca de desdén mientras señalaba con la cabeza al grupo de muggles que desayunaba en la mesa de Ravenclaw.

—Es cuestión de seguridad, so idiota —soltó Malfoy—. No te quejes si vuelve a pasar lo de la otra noche y no puedas hacer nada con tu varita, salvo contenerlos por un momento.

—Quizá un bombarda sea la solución —propuso el muchacho.

Claro, y hacer volar en pedazos a los vivos que puedan estar cerca también —dijo Draco con ironía mientras Zabinni se encogía de hombros.

¡Ya basta! Dejen de hablar de eso —espetó Pansy bastante descompuesta. Su rostro estaba casi verde—. Miren que es bastante difícil de olvidar la imagen que tengo de ese montón de cadáveres esparcidos por los jardines del castillo, hasta me hicieron perder el apetito.

En la mesa de los muggles, Beth ya había terminado de comer y se había levantado de su asiento. Le agradaba tanto aquel lugar, aparentemente repleto de tanta historia, le fascinaban los cuadros parlantes de las paredes. Aún todo le parecía tan inverosímil, pero al mismo tiempo tan tangible que le era imposible negarlo.

La chica salió del gran comedor, subió por las escaleras, disfrutando hasta de los movimientos de ésta y se metió por una puerta que la condujo al segundo piso. Le echó un vistazo a las armaduras, examinándolas luego con más detalle. De pronto, un aire frío rozó su oreja izquierda, lo que provocó que se le erizaran los vellos de la nuca y por lo tanto tuvo miedo de girar sobre sus pies. Sin embargo, por instinto, colocó la mano sobre su arma y se giró rápidamente, gritando al instante al encontrarse con Peeves flotando sobre ella.

¿Por qué a nadie le gusta que sople sobre su oreja? preguntó el duende riendo de forma burlona mientras hacía girar su corbatín.

¿A quién en su sano juicio le gustaría? respondió Beth tratando de regular su respiración. Había visto antes al espíritu, sabía que era inofensivo y que solo le gustaba hacerle bromas a la gente, pero por esa razón no le agradaba encontrarse sola con él.

Ustedes los muggles son tan graciosos, se asustan con cualquier cosa.

Si supieras de dónde vengo, no dirías esas cosas.

En ese momento, los ojos de la rubia se abrieron hasta el límite cuando observó la figura imponente, aunque etérea de un hombre vestido al estilo medieval que arrastraba unas cadenas que hacían mucho ruido. El hombre apareció de la nada atravesando una pared y Beth dedujo que debía ser peligroso porque cuando Peeves escuchó el sonido de las cadenas, enseguida se giró y fue tal el respingo que dio, que el gorro saltó de su cabeza volviendo a caer sobre ella un segundo más tarde.

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