Los archivos de casos hoy corren más por la oficina que las personas. Mis oídos asimilan que el ruido de los sobres, las grapadoras y las estampas serán melodía de hoy. El celular quiere dormir mis sensaciones en la pierna. No detiene su constante vibración. No puedo pensar más allá. Se entre-abre la puerta de mi oficina y entra mi mayor tormento. Viene decorada con esas blusas de botones y faldas que solamente me hacen pensar lo feliz que me haría desgarrarle toda la ropa. Viene cargada de documentos, bañada en su dulce aroma. Con la melena rubia suelta. Decidida, es la licenciada más joven y hermosa que tiene la firma legal. Ella fémina, yo su gen opuesto. Soy esclavo de su silueta. Esclavo de la manera tan vulgar en la que me mira y en la convicción tan falsa que tiene de que no percibo sus intenciones. Se agacha, propone con sus sobres que sea yo quien audite los estados.
-Licenciado Bernardi, pocas horas y demasiado trabajo. Necesito su mano.
(Me pregunto dónde exactamente la necesita. Y ajusto mi corbata mientras aclaro mi garganta.)
- El día ha transcurrido casi libre de personas.
- Los documentos hablan por ellos, licenciado.
(Ella no posee ni la más mínima idea de lo desesperante que es escucharla llamarme licenciado. Quiero escucharla pronunciar mi nombre entero. Quiero que no sienta la necesidad de ser tan recatada. Quiero quitarle ese puesto de doctora que tanto prestigio le hace recibir de los hombres)
La procuran a mi puerta. No puedo disfrutarla más de diez minutos sin tener mil interrupciones. Desequilibra mis emociones. Disminuye mi profesionalismo. Me nubla mis cinco sentidos. Callo las voces que gritan desde mi celular. Respondo exasperado.
- Dígame, Señorita Roqué...
- No me llames de esa manera Fernando Lewis. Me tuviste en tu cama hace dos noches.
(Admiro desde las puertas de cristal, dónde se posan las miradas de los clientes que acaban de llegar y que la Kendra Ferro atiende. Y es que es irresistible. Tiene las nalgas más cabronas que pudiera haberme disfrutado en mi vida, en mis noches de turno. Me resulta aún más irresistible sentir toda la onda de celos que sube desde mi pecho. Esta mujer sí que me hace sentir.)
- Me retiro, tengo trabajo.
Nada más que decir, cero remordimientos. Me levanto, y me dirijo a la recepción.
- Buen día (les saludo), Licenciado Bernardi siempre a la disposición, ¿Cómo les ayudo? Srta. Ferro, por favor actualice los estados que dejé abiertos en mi computador. Y me mira con la mirada que desearía contemplar mientras la hago mujer mía en todos los sentidos. Con esa mirada que refleja rabia, pero gusto. Se sonroja, está que hierve. Detesta que le haga esto. Pero obedece. Se va ligeramente.
- Licenciado, ¿Qué edad tiene? Es verdaderamente hermosa.
- No es tan solo hermosa, es la mejor licenciada que tiene la firma. Respecto a su edad, es algo que le incumbe solamente a su novio. Y dígame.... ¿Cómo puedo ayudarle? ......
Pasan varias horas desde que no pisa mi oficina. Ha decidido pautar un intermediario entre nosotros, su asistente de escuela secundaria. Me enfoco en ver las fotos tan exquisitas que la agencia de modelaje para la que trabaja en su tiempo libre acaba de publicar. ¡Cuánto quisiera tenerla así de puta en mi cama! Pienso en mi respuesta a los clientes de esta mañana. Realmente me intriga saber si es cierto que tiene un novio, eso es lo que circula por la agencia. ¿Cómo no va a tenerlo? Si es tan hermosa, tan dulce, tan profesional, tan provocadora de emociones. Detiene mi cadena de pensamientos la ruda apertura de mi puerta.
- No hay fechas que concuerden con estos informes. No puedo firmar estos estados.
Viene enojada, también como si esta fuera la última acción que hará antes de irse. Carga con su cartera. Pero viene demasiado apresurada, molesta y nerviosa. Y se le cae todo al piso. Me detengo de inmediato, ella procura poner en orden todos los papeles que hay ahora en el suelo. Me enfoco en su cartera, en los maquillajes que ha dejado caer..... y en los condones. Sonrío. Es una mujer que verdaderamente sabe lo que hace. Percibe mi cercanía y parece recordar el hecho. Arrebata de mis manos su cartera y decide enfrentarme con esa mirada que me exige más sexo que respeto. Y la beso. Sin amor, pero con mucho deseo. No me toca, ni siquiera la siento cerca. Muerdo sus labios. Es una diosa besando. Suena el timbre de la oficina y despierta en ella el sentimiento de culpabilidad. Y se despega. Seca sus labios y retrocede. No me dirige nada. Ni la mirada, ni la palabra. Abandona mi oficina como tanto me gusta que lo haga, con prisa por el miedo de que sus acciones hagan relucir la felina que lleva en su interior...
Postulo junto a ella uno de los casos más antiguos que posee nuestra firma. Hoy la veré como toda una abogada, aunque desconozco si exista el deseo por parte de ella de verme. No me importa. De igual manera tiene que enfrentarme. Y me aventuro yo a ir a su oficina. Sexto piso, quinta oficina a mano izquierda. La veo por los cristales... contempla la vista que le ofrece su enorme vitrina. Tiene un traje ajustado, pero profesional. No la denota demasiado, la denota lo suficiente como para desviar la mirada de un hombre que la conoce hace apenas dos meses y que hoy muere por tenerla. La puerta está abierta, no tengo que hacer ruidos para entrar. Y me pregunto si quizás mis analogías sean suficientes como para entenderla. Pienso en sus labios y en la manera tan sutil en la que camina. Me acerco a su escritorio, hecho de mármol blanco. Me siento en una esquina, ella sabe que estoy aquí.
- Me disculpo por la acción personal que tomé en horas laborales en el día de ayer, Kendra.
- Licenciada. Señorita. Ferro. Trátame con el respeto con el que tratas a tus clientas.
- Sus clientas*
- Le debo el mismo respeto que me ofrece, Lewis.
- Vamos mejorando, ya no soy licenciado.
Voltea, comienza a mirar los documentos sobre su escritorio. Me tiene muy cerca.
- Se puede sentar en mi silla ejecutiva, pero no sobre mi escritorio. Dígame, ¿Cuán preparado se siente para defender hoy?
- Siempre ando preparado.
- ¿Tiene sus papeles?
- Reproducen sus cambios.
- Tomaré un café mientras tanto, puede avisarme cuando los posea.
- Kendra.....
Se acerca más de lo común y decide abrir esos ojos verdes tan majestuosos que tiene.
- ¡No me llame Kendra! Tengo el mismo diploma que las abogadas a las que frecuenta a diario.
La contemplo. No le respondo. Sonrío.
-De acuerdo. La respetaré, licenciada.
- Gracias.
- ¿La besa él como le beso yo?
- Vuelve a mezclar lo personal con lo laboral, licenciado.
No se despega de mí. Sabe lo que hace. No tiene una mente mecánica solamente para las leyes. Y cede. Cede a sentir, a liberarse. Y me besa nuevamente con rabia. Alcanzo a tomar el control de las cortinas automáticas que sellan la privacidad en la oficina y lo activo. Besa mis labios, mi rostro, mi cuello. No lo evito. Dejo que mi erección le grite cuánto la deseo. Suspiro. Me tira en su silla. Y la agarro, subo el trajecito tan apegado que tiene. La agarro completita, cede como una mujer que experimenta el sexo por primera vez. No tengo que hacer mucho, ella es una experta. Gruñe como si quisiera que el éxtasis aumentara. Nuevamente deja salir a la mujer tierna, sensible y educada que hay en su interior y se detiene. No le exijo, tampoco deseo penetrarla aún. Ella es distinta. Continúa besándome, pidiéndome que la toque. Y la toco y sufro. Sufro demasiado que ese placer no sea mío a diario. Besa mi pecho, mi abdomen marcado, me toca con deseos prohibidos, pero se controla. La tomo entre mis brazos, no quiero alargar el sufrimiento por el que pasa y por el que me está haciendo pasar a mí. Y la siento en su escritorio, me mira directamente a los ojos, me entrega lo único que sería incapaz de romper en esta vida, su confianza. Y lentamente abre ante mi cara sus piernas tan marcadas por los ejercicios, y me deja ser testigo de los apretones, gemidos y gruñidos que puede experimentar una mujer mientras recibe el mejor sexo oral del mundo. La saboreo, la beso, y tengo que mirarla. Sus manos se enredan en mi pelo lacio, voltea sus ojos. Los senos tan perfectos que tiene aún están cubiertos por ropa y así quiero dejarlos. La aprieto, la beso entera. Y decido desatar las expresiones más delirantes que he podido presenciar al penetrarla con mis dedos. Lo hago fuerte, pero cuidadoso.
-¡ Fernando Lewis!
- Me enloquece. Acabo de escucharla gemir mi nombre Y aumento presiones, constancias y suspiros, y no tarda mucho en liberar junto a su orgasmo, las palabras que hicieron desde ese día a mis oídos esclavos de sus sensaciones...
-¡Fernando Lewis Bernardi Oslán!
¡Dios! Acaba de gemir mi nombre entero controlando su tono por el miedo que reprocha de ser descubierta. Subo, le acomodo el traje, retiro mis dedos. La beso en los labios. Pongo sobre mí la chaqueta que me otorga el título que ejerzo y me dirijo al baño a resolver las situaciones corporales que la mujer que promete ser esclava de mi cama acaba de plasmar permanentemente en todos mis sentidos.
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Delirios
Teen FictionTengo una novela (Enigma) en proceso a la cual no he podido dedicar tanto tiempo como creo que le podré dedicar a este nuevo proyecto. ''Delirios'' será como un estilo diario donde con historias ficticias y todas diferentes pretendo que se sientan...