Entré por la puerta principal, eran las 10 de la mañana y mientras accedía al edificio observé como dos vigilantes de seguridad comprobaban la documentación de un indigente, mientras en la recepción, los bedeles no paraban de atender a puñados de gente que venía a visitar a sus amigos y familiares convalecientes.
El edificio era familiar para mí, pues en alguna infausta ocasión ya había que tenido que visitarlo, conocía bien los pasillos que debía recorrer y los ascensores que comunicaban a las plantas con mayor rapidez. Aún así, he de reconocer que a veces me pierdo en los largos corredores de este hospital.
En estos casos lo mejor es seguir a las enfermeras que vistiendo sus pijamas de hospital recorren de un lado a otro el edificio. Al menos el camino se hace más corto, sobre todo si el pijama transparenta e intentas adivinar qué tipo de ropa interior está recubriendo su cuerpo.
Caminaba absorto con estos pensamientos cuando por el rabillo del ojo comencé a ver las señales de peligro por radioactividad, ya estaba cerca de mi destino, así que no tuve más remedio que decirle adiós a aquellas braguitas moradas que tan bien le sentaban a aquella enfermera y torcí a la derecha.
Cogí el ascensor hasta el primer piso y llegué a la consulta de respiratorio, en el rellano sentados estaba una pareja de ancianos cogidos de la mano y un adulto de unos 40 años. Había poca gente, mucho mejor para mí, pensé.
Pasé un ratillo mirando los carteles que exhortaban a dejar de fumar cuando el hombre salió de la consulta y la enfermera gritó mi nombre como si aquel local estuviese lleno hasta la bandera.
Cuando entré en la consulta, mi médico me dio los buenos días y me dijo que me sentara, me indicó una de las sillas situadas justo delante de su mesa y me pidió que le comentara mi dolencia. Ella era morena, tenía el pelo rizado que le llegaba hasta los hombros y unos hermosos ojos castaño oscuro; aquel día debía llevar lentillas pues otras veces la había visto con gafas.
Llevaba una bata blanca, como cualquier médico del hospital, pero me fijé en el colgante que llevaba puesto, apuntaba hacia un escote de pico delicioso que dejaba ver su piel morena y al fijarme en su pecho, me ruboricé al ver que tanto la médico como la enfermera me habían observado haciéndolo. Menuda pillada pensé.
Tras la breve explicación sobre lo que me ocurría, la doctora con voz áspera me ordenó que me quitara la camisa. Dicho lo cual me puse de pié y dejé la chaqueta del traje y la corbata en un perchero. Mientras me quitaba la camisa vi que la enfermera me miraba, me pareció que aquello no era interés profesional, su mirada ocultaba algo raro.
En ese momento estaba desnudo de cintura para arriba, la doctora se puso en pié y para mi sorpresa le dijo a Eva, que así se llamaba la enfermera, que se tomara ahora el descanso y que podía ir a por un par de cafés a la cafetería principal.
Cuando la puerta se hubo cerrado, me quedé helado al ver que la doctora se acercaba a ella y echaba el cerrojo. A continuación se dio la vuelta y me pidió que levantara los brazos, naturalmente le obedecí, se colocó detrás de mí y posó el fonendo sobre mi espalda, el frío del aparato se mezclo con el calor de las manos que lo apretaban contra mí.
- Diga 33 -
Y mientras obedecía sus órdenes noté como una mano recorría mi espalda, aquello definitivamente no era normal, lo supe con seguridad cuando noté su lengua recorriendo mi espalda y oí como dejaba el fonendo encima de la camilla, detrás de mí.
Los pantalones del traje dejaban ya entrever que aquello me estaba gustando.
- ¡Desnúdate¡ -
¿Quién puede negarse a las órdenes de una médico tan hermosa pensé yo?. Y me quité los zapatos y los pantalones, estando ya en calzoncillos noté sus manos recorrer mi espalda y llegar a mi cadera, sentí sus dedos meterse en mi ropa interior y tirar de ella hacia abajo dejándolos caer en el suelo.
Ella me estaba acariciando la espalda con la lengua y siguió haciéndolo con mis nalgas, y yo en todo momento no podía verla, la tenía a mis espaldas y tan solo notaba sus movimientos y sus caricias.
Mientras me acariciaba vi la bata de ella volar hacia su asiento y cuando intenté girarme para ver su cuerpo me lo impidió y me obligó a permanecer allí de pié, mientras ella se arrodillaba y me lamía las nalgas y bajaba hasta detrás de mis rodillas.
Oí un ruido en la habitación de al lado, pensé que la doctora sólo se había acordado de cerrar la puerta principal y temí que alguien pudiera entrar por aquella puerta. Había unas pequeñas ventanas que daban a ese cuarto y me tranquilicé ya que tan solo veía oscuridad y un par de armarios. Aquello parecía el cuarto dónde se cambiaba la enfermera.
Pero mis pensamientos se vieron interrumpidos cuando ella me ordenó que me agachara y apoyara mis manos en la mesa. Obedecía sin rechistar y me estremecí al sentir su lengua subir por la pierna derecha, haciendo círculos hacia mi culo. Y solté un gemido cuando noté su lengua sobre mis testículos, los estaba lamiendo despacio, recorriéndolos por completo, y jugando con ellos, subió por el perineo hasta el ano, con sus manos separó mis nalgas y comenzó a pasar su lengua trazando círculos sobre mi ano, produciendo a mi pene una erección digna de recordar.
Mientras lo hacía sus manos me recorrieron las piernas y llegaron hasta mi sexo y lo comenzaron a mover, masturbándome con energía. Y mientras estaba chupando mi ano, sentí como algo se introdujo en él, al principio me sentí algo incómodo pero luego sus manos sobre mi sexo me hicieron recuperar la excitación inicial. La camisa del pijama blanco de la doctora voló cayendo en una esquina mientras sus hábiles manos me daban un placer extraño y nuevo.
De repente lo que fuera que me penetraba salió de mi interior (luego vería que era un consolador) y ella me giró, delante de mí estaba una morenaza desnuda a falta del pantalón del pijama de hospital, y pude ver dos hermosos pechos grandes y con una forma preciosa, con sus pezones erizados al máximo. ¿Cuándo se quitó el sujetador? ¿Lo llevaba? Yo me suelo fijar en esas cosas, pensaba cuando me invitó a tumbarme encima de la camilla. Puse el fonendo en la silla y me tumbé boca arriba.
Sentí sus besos en mi estómago y las cosquillas que producían sus pechos moviéndose encima de mi pene. Ella comenzó a moverse allí, haciendo que sus pechos me atraparan el pene y moviéndose arriba y abajo comenzó a masturbarme, aquello me gustaba pero duró poco pues enseguida siguió besando mi estómago hasta llegar a mi pene.
Lo cogió con una mano y se lo engulló entero, al comérmelo me dio una sacudida de placer y arquee mi espalda, y al mirar hacia la pared, descubrí que la puerta del cuarto de la enfermera estaba entreabierta y unos ojos nos miraban desde la oscuridad.
Era Eva, la enfermera, que de alguna manera había entrado por otra puerta hasta allí.
La lengua de la doctora recorría mi glande y mis ojos iban de esa lengua a la puerta y de la puerta a su boca. De repente, la mano de la doctora comenzó a moverse con rapidez y me hizo olvidarme de la puerta.
Estaba necesitando ya ese orgasmo, -no pares por favor- le dije y ella movió la cabeza sobre mi polla como asintiendo a mi petición, cambiando de ritmo la mano, su boca me engullía el pene mientras sus manos me pajeaban y me acariciaban los huevos.
Mis jadeos denotaban la presencia del orgasmo y ella me miró a los ojos, se retiró de mi pene y con la mano humedecida con su saliva me sacudió la linga con energía desde la base hasta el glande, y me miraba a los ojos cuando la primera oleada de semen cayó sobre su cara, momento en el que abrió la boca y me la volvió a comer con energía.
Mis gritos debieron oírse desde afuera, pues aquel orgasmo fue intenso, y ver cómo lamía el semen de sus labios me hizo excitarme aún más. Note el sabor de mi semen al besarla en la boca y entones decidí que ya era mi hora.
continuara .../..Wow la verdad que no pensé que tendría tanto apoyo, ya he vuelto y si veo una gran oportunidad ¿será Para Quedarme?
Comenté así me inspiran para más y traer la segunda parte.
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Erotic Room ©
RomansaA veces vienen ventiscas invernales con sus fríos letales pero en nuestro rincón de amor siempre habrá calor preparas tu chimenea yo pongo mi madera tú frotas y acomodas los troncos mientras abro tus puertas tú tienes la chispa perfecta para una cál...