Al igual que el propio Mike, Zoe se sorprende bastante cuando le dices que has vuelto a quedar con él.
Te mira con los ojos entrecerrados, y tú simplemente sonríes y dices:
-Bueno, lo he pensado mejor.-te encojes de hombros.
De nuevo no hace preguntas, porque sabe que tú misma acabarás por contárselo.
Cuando entras a tu dormitorio te tiras en la cama y te derrumbas.
De alguna forma, un chico al que solo conoces desde hace dos días y que es un chulo ha conseguido hacer crecer algo tan poderoso en ti como para tenerte llorando durante una larga hora.
Al final, te acabas quedando dormida, y te despiertas a las cinco de la mañana sin nada de sueño, el pelo revuelto y la ropa que llevaste ayer.
-Perfecto-ironizas para ti misma.
Te metes en la ducha y dejas que el agua caliente resbale por tu piel, intentando no pensar en nada.
Te lavas el pelo y sales del baño liada en una toalla una hora después.
La verdad es que te ha sentado bastante bien esa ducha.
Te miras en el espejo de tu dormitorio durante un momento. Quizás no seas tan voluminosa como Debora, ni tus ojos sean tan grandes como los suyos, ni tu pelo sea tan salvaje y atractivo, pero tampoco estás tan mal, ¿no?
Te gustaría saber cómo te ven los chicos, si a sus ojos eres guapa o no. No, que tontería. Sacudes la cabeza levemente y vuelves al cuarto de baño.
Es domingo, así que tienes toda la mañana para hacer lo que sea.
Deberías estudiar, pero no te ves capaz de concentrarte. Decides pasarte la plancha para alisar tu pelo ondulado; siempre has pensado que el pelo liso te queda mejor, y esa tarde quieres ir a la cita lo más guapa que puedas.
Tu actitud es infantil, y lo sabes, pero estás lo suficientemente dolida con Harry como para que eso no te importe.
El resto de la mañana lo dedicas a leer un libro que te regalaron hace poco, pues Zoe ha salido con su novio y no sabes qué hacer.
Un rato antes de la hora de la cita, abres tu armario y sacas la ropa que te vas a poner. Un vestido blanco, por encima de las rodillas, y unos tacones negros, no te solías poner tacones, pero aquella ocasión era diferente.
Coges unas cuantas pulseras y te las colocas en la muñeca. Miras el reloj.
Aún tienes tiempo, falta media hora y el restaurante está a diez minutos de tu casa. Dudas un momento en si echarte maquillaje, pero finalmente decides que mejor no.
Simplemente te pones algo de rímel en las pestañas para hacerlas un poco más largas.
Te vuelves a mirar en el espejo. Pareces otra. No sueles arreglarte tanto, y el pelo liso te hace sentirte rara, diferente.
Pero, por una vez, te gusta cómo vas. Coges tu bolso y te vas de la casa un poco antes de lo necesario; quieres llegar allí antes que Mike, aunque estás segura de que llegarías antes que él incluso si salieras diez minutos tarde.
Empujas la puerta del restaurante. Mike no está allí, obviamente. Te sientas exactamente en la misma mesa en que te sentaste la otra vez que, por suerte, está libre.
Así seguro que os atiende Harry, que es lo que quieres. Apoyas los codos en la mesa y la barbilla en tus manos, y esperas.
Dos minutos después, aparece Harry vestido de camarero. Al verte, abre los ojos como platos, parpadea un par de veces y luego sonríe levemente.
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I Hate you.
Hayran KurguÉl, Harry Styles, el típico chico egocéntrico, mujeriego, y creido. Yo, Diana Payne una chica tímida y solitaria. Eramos todo lo contrario, pero el destino puso a Harry en mi camino, yo lo odiaba, o eso creía.