Inevitable

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Existían muchas cosas de las que el mundo carecía, por mencionar algunas: Empatía, sinceridad, lealtad... Touko Fukawa no había experimentado en su vida sentimientos como aquellos, razón por la cual la coraza en la que se había guardado ante el mundo parecía prácticamente impenetrable. Algunos consideraban que tan sólo era una chica muy extraña, otros la catalogaban en aquél grupo de personas que simplemente no se adaptaban a los estándares canónicos de "normalidad", al cual se referían con una adjetivo tan fuerte e hiriente como lo era "loca". Lo cierto era que a estas alturas de su vida ya no le importaba... O, más bien, se le daba en extremo bien fingir que así era.

No necesitaba de los demás, se repetía constantemente. Mientras se tuviese a sí misma ¿Qué importaba? Las personas eran estúpidas, sin contar que se regocijaban en el agridulce néctar de su ego, fácilmente inflado con cosas superfluas como lo eran tener objetos nuevos, belleza física... Un sinfín de estupideces que no tenían que ver en lo absoluto con el valor de un ser humano. Ella, por supuesto, no se sentía diferente: Solía regocijarse en su talento para las letras, un arte que le había acompañado desde pequeña, permitiéndole liberar todos aquellos sentimientos que nadie escucharía por otra vía. Por supuesto, sus escritos siempre habían estado hechos bajo pseudónimos, nadie sabía que ella era la autora de esas historias que tanto discutían al salir de clases, nadie tenía idea que eran los "sentimientos de esa lunática" los que causaban repercusión en sus corazones cada vez que tomaban sus aparatos electrónicos.

Si tan solo supieran...

La ironía, en muchas ocasiones, le brindaba tal satisfacción que le era incluso gracioso... Y repulsivo ¿Por qué las personas debían ser tan asquerosas? ¿Por qué no veían más allá de lo que tenían frente a sus narices? Era simplemente ilógico, rayaba casi en lo vomitivo, quizás por eso es que dentro de sí misma, existía una persona con la capacidad de acabar con la vida de algún incauto sin pensárselo dos veces.

Ese, era su segundo secreto.

Por supuesto, este último era mucho más oscuro y peligroso que el primero, ella misma, en más de una ocasión, habría querido acabar con dicho secreto... Pero era tan difícil, lo único que quizás le devolvía la "calma" era sin duda la selectividad de su otro yo con respecto a victimas... Aunque hacía mucho desde la última vez, de hecho, sólo se habían tratado de dos chicos, por eso se había prometido a sí misma el ser cautelosa con respecto a la próxima vez que a su corazón le diese por querer funcionar y enamorarse de alguien más. No obstante ¿Podría llamar a ese sentimiento amor? El amor no daña, el amor protege, el amor es constante y nada lo quiebra, al menos esa era la teoría.

Quizás, lo que ella alguna vez sintió, se trataba de una obsesión.

No importaba ya: Nadie sabía acerca de ese asunto y así permanecería, incluso si tuviese que reprimirse más de lo que ya lo hacía. Por el momento su bajo perfil era más que satisfactorio ¿Para qué necesitaba ir a fiestas? ¿Paseos? ¿Quién necesitaba de una vida universitaria "normal"? En todo caso ella no, de eso estaba segura. Nada en su vida había tenido la etiqueta de normal hasta ahora, no veía por qué debería empezar en este momento. El estatus quo era muchísimo más importante, e intentar no dañarse a sí misma... Aunque esa persona dentro de ella nunca permitía que se dañase a sí misma, ya lo había intentado, en varias ocasiones.

Podía decirse que, a estas alturas, ya no esperaba nada más de la vida, sólo permitir que todo fluyese a su esperado final, sobreviviendo.

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La castaña retiró suavemente el mitón de cuero que cubría su zurda para poder observar la hora: Ya iba tarde, quizás demasiado. No sabía en qué momento se habían pasado las horas del día, sin embargo aún había solución. Tomó el casco guardado en el asiento de su vehículo mientras se disponía a montar en el. Había sido todo un asunto en extremo curioso: Antes, la sola idea de montar una bicicleta le aterrorizaba, ahora, que tenía una moto gracias a la inhabilidad de su hermano mayor por andar conducir su regalo de cumpleaños de mayoría de edad, había sido dejada a ella. Makoto al principio se encontraba un tanto receloso de que su hermana menor la usara, pero ella parecía divertirse yendo a cualquier lugar, además podía aprovechar también de que le diera un aventón... El punto es que aquella moto roja parecía haber sido diseñada más para Komaru que para él mismo, y ella no podía estar más feliz.

Aunque, por supuesto, Makoto se había prometido a sí mismo que también aprendería a conducirla, pero esa ya era completamente de su hermana ¿Quizás en el futuro podría tener una que se ajustase mejor a él?

Todo esto representaba con bastante exactitud lo que Komaru era en su vida: Sencilla, valerosa, en ocasiones necesitaba de un pequeño empujón para poder concretar sus metas, pero jamás dejaba nada a medias. No se sentía una chica especial y mucho menos talentosa, siempre había pensado que sus dones de adaptación eran lo ubicuo en cualquier persona, después de todo como seres sociales el deseo natural resultaba en encajar con todo aquello que nos rodea, y ella no hacía más que, con mucho esfuerzo, intentarlo.

Komaru era tan sólo una chica normal, con sueños normales, metas simples, y la única visión de tener una vida feliz.

El sonido del vehículo encendiéndose retumbo como el de un felino salvaje sobre el asfalto, la chica puso una pierna a cada lado del asiento mientras ubicaba sus pupilas esmeralda detrás del cristal protector del casco, así como su corto cabello. No solía tomar demasiados riesgos al momento de conducir, después de todo, valoraba su vida por mucho que le gustase la velocidad que le proporcionaba aquél vehículo. Tan solo ubicó la bolsa de mercado con golosinas y otras cosas donde no hiciera estorbo mientras que con un rugido se decidía a al fin arrancar de regreso, sin idea alguna de lo que deparaba más adelante en la vía.

Quizás los encuentros más idílicos son aquellos que no esperamos, esos que llegan como el relámpago en la tormenta a iluminar la oscuridad en nuestros caminos, de los que no esperamos nada y en cambio, nos llevamos todo al acabar. Ninguna de ellas se imaginó jamás que eso era lo que ocurriría en el momento en que, sin ninguna intención de por medio de la castaña más que su propia distracción, rodó su rojo monstruo sobre un charco de agua, empapando no solo a la mayor y su ropa, sino también sus flamantes fotocopias recién sacadas.

La visión de la chica se empañó literal y metafóricamente, estaba viendo en negro, juraba que el día no podía ser más deprimente y allí estaba algún pelmazo sobre su motocicleta probándole lo contrario. Lo que ella jamás se imagino era que quién conducía era otra chica, misma que en vez de dejarla ahí burlándose de su desgracia, se detuvo con la misma velocidad en la que aparentaba manejar, oyendo así la voz preocupada de aquella desconocida por primera de muchas veces en su vida, jamás se acostumbraría a que un ser humano le dedicase ese tono de voz.

- ¡No sabes cuánto lo siento! ¿Te encuentras bien?

{Cualquier comentario es apreciado y agradecido <3 }

Descenso al paraísoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora