Capítulo 47

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 Capítulo final

Esa noche no pude dormir.

No pude cerrar los ojos y conciliar el sueño. Estaba tan nerviosa y tan aterrorizada que no podía dejar de pensar en lo que me esperaba. Las primeras sesiones eran primordiales para el tratamiento.

Durante mi insomnio, recapitulé todos y cada uno de los momentos que pasé con Wesley. Parecía que hubiese sido mil años atrás cuando lo vi por primera vez; y al mismo tiempo, no era el tiempo suficiente como para que lo olvidara.
A las tres de la mañana, me rendí. Encendí mi lámpara de noche, tomé una libreta y un bolígrafo comencé a escribir:

"No sé si algún día tendré el valor de mostrarte éstas líneas. Probablemente vaya a tirarlas a la basura o atesorarlas como parte de mis recuerdos...
Soy una cobarde.
Siempre lo he sido. Siempre he sido el tipo de persona que se jacta de comprender el valor de las pequeñas cosas, pero mi realidad siempre ha sido otra. No soy valiente. No soy fuerte. No soy decidida o racional... Ni siquiera soy madura.

Soy como una pequeña niñita asustada que va por la vida con cautela, rogándole a Dios que nadie llegue lo suficientemente cerca para que la lastimen.
Ya no quiero ser ésta persona. Ya no quiero tener miedo. Ya no quiero callar todas las cosas que una vez quise decir y, por miedo, no dije. No quiero ser la chica que se pregunte a diario: '¿Qué hubiese pasado si lo hubiese dicho?'...

Quiero ser como tú. Quiero ser fuerte, decidida, valiente, dedicada, atrabancada, terca y entregada. Quiero poder demostrar mi amor de la forma en la que tú lo haces. Quiero ser capaz de gritarle al mundo que te amo sin tener miedo de lo que vaya a venir después.

Quiero dejar de pensar en qué nos deparará la vida porque, por más que lo piense, jamás... ¡Jamás!, voy a descubrirlo. La vida se trata de equivocarse. La vida se trata de aprender, y yo aprendí un mundo a tu lado. Aprendí de ti, lo que no aprendí de nadie.

Aprendí a hablar con un beso y a amar con una caricia. Aprendí a comprender cada uno de tus gestos y aprendí a amar... Y me hubiera gustado haberlo dicho más. Creí que no había necesidad de decirlo porque lo sabías. Creí que lo sabías...
Quizás, sólo quizás..., si lo hubiera dicho más, habrías querido escucharme. Habrías querido saber... Habrías podido entender que te amaba demasiado como para dejar de hacerlo de la noche a la mañana...

Tengo tanto miedo porque haré esto sin ti... Tengo tanto miedo porque no creo que no pueda con todo esto, y al mismo tiempo quiero ser fuerte por los dos..., por ti y por mí. Has sido fuerte por mí más tiempo del necesario.
Te amo, aunque sea tarde para decirlo. Te amo, aunque no puedas escucharlo. Te amo, aunque no puedas sentirlo. Sólo, te amo, Wesley."

~*~

El camino a Orlando Florida fue eterno. Estaba tan nerviosa que no podía hacer nada más que pensar en lo que me esperaba.
Al llegar a la central de autobuses, tomé un taxi hasta el centro médico de Orlando. El enorme edificio hizo que el estómago se me revolviera de los nervios y, por un momento, estuve a punto de vomitar.

En la recepción, la enfermera tomó mis datos y me envió directo con el médico.
El doctor Arturo era un hombre bastante agradable diferente a como lo imaginaba. Su cuerpo largo y delgado le daba un aspecto gracioso, y su cabello entrecano lo hacía parecer una especie de científico loco, lo cual me relajó.

Me explicó la importancia de utilizar lentes después del tratamiento, para cubrir mis ojos de bacterias y suciedad; así como la importancia de no salir a la calle sin lentes de sol. Mi vista no debía estar expuesta a radiaciones solares.
Me explicó que los tratamientos abrasivos consistirían en hacer microcirugías para retirar cualquier clase de tejido que no formara parte de la composición original de mi globo ocular, mientras que el tratamiento pasivo consistiría en tomar unas píldoras frecuentemente para ralentizar el proceso degenerativo.
Mi mamá había previsto todo aquello comprándome unos ridículos lentes sin aumento y unos lentes de sol.

Una de las enfermeras me llevó a cambiarme de ropa para realizar la primera sesión de microcirugía. Me deshice de mi ropa, reemplazándola con la bata de hospital. Lo único que conservé fue la pequeña cadena que Wes me obsequió durante el viaje a la cabaña.
Era la única manera que tenía de sentirlo cerca de mí en ese momento. Me conectaron a cientos de aparatos mientras me recostaba en una camilla y, cuando el doctor entró, mis ojos se llenaron de lágrimas. Tenía tanto miedo.

—¿Lista? —me regaló una sonrisa que sólo vi en sus ojos, debido a que llevaba la boca cubierta.

No pude hablar, sólo asentí suavemente. Una de las enfermeras colocó una máscara de oxígeno en mi boca y la pesadez inundó mi cuerpo.

~*~

Los ojos me ardían. La lengua me pesaba. Mi cuerpo se sentía lánguido y pesado. No podía moverme demasiado.

—No lo fuerces mucho —habló una mujer—. En unos minutos más el efecto de la anestesia desaparecerá por completo y podrás ir a descansar.

Intenté abrir los ojos, pero la luz de las lámparas me cegó por completo y gemí por el ardor causado.

—Tranquila. Estarás sensible a la luz durante la próxima hora. Presentar un poco de ardor o incomodidad es normal. También un poco de hinchazón y lagrimeo. Es parte del proceso. Tus ojos están sensibles. —me instruyó y yo balbuceé algo inteligible.

Cuando por fin pude moverme sin parecer una borracha, me vestí me coloqué los lentes de sol y me despedí del doctor Arturo. Me entregó mis pastillas y me pidió estar ahí al día siguiente para terminar el tratamiento abrasivo de ésta ocasión.

Me encaminé por la enorme puerta del edificio y me felicité a mi misma por haber dado éste paso tan importante. Y, a pesar de sentirme tan bien conmigo misma, no podía dejar de pensar en Wesley. En lo mucho que lo extrañaba.

Alcé la mirada hacia la calle y mi corazón se detuvo dentro de mi pecho. Ahí, recargado contra una de las paredes de la escalinata, se encontraba él.
¿Acaso era posible?, ¿Acaso...?

Su vista se alzó en mi dirección y sus ojos se posaron en mí. Todas mis entrañas se revolvieron ante la expectativa de lo que iba a suceder. ¿Qué estaba haciendo aquí?
Subió la escalinata con las manos dentro de los bolsillos de sus vaqueros y se detuvo justo frente a mí.
Abrió su boca para decir algo, pero la cerró de inmediato. Un nudo se había formado en mi garganta y mis ojos se llenaron de lágrimas. ¿El doctor había dicho algo acerca de no llorar?... No podía recordarlo. No podía pensar en otra cosa que no fuera en Wesley, mirándome fijamente con expresión torturada.

—Te dije que siempre volvería a ti —susurró, finalmente.

No pude hablar, el nudo de mi garganta era demasiado grande como para poder pronunciar palabra alguna. —¿P-Por qué no me lo dijiste? —su ceño se frunció ligeramente, su voz se entrecortó un poco, pero se mantuvo firme.

Tragué duro, pero mi voz salió débil y temblorosa. —T-Traté.

Su mano ahuecó mi mejilla derecha y cerré los ojos ante el contacto de su piel contra la mía. No me había dado cuenta de cuánto había extrañado el simple rose de sus manos. —Lo lamento tanto, Rachel. —su voz se quebró.

Presioné mi mano sobre la suya y susurré a punto de llorar—: Estás aquí ahora.

—Y no me iré a ningún lado. Así me grites, o llores, o termines conmigo una y mil veces. No me iré a ningún lado —pude mirar sus ojos llenos de lágrimas.

—¿Wes? —una lágrima se me escapó y él la limpió con su pulgar.

—¿Sí?...

—Te amo.

El asintió, con la mandíbula apretada. —También te amo.

—Te amo —susurré una vez más inclinándome hacia él, aferrando su camisa en mis puños, dejando ir las lágrimas que había contenido durante todo éste tiempo—. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo...

Él me atrajo cerca, apretando mi cuerpo contra el suyo. Inundándome con su aroma. Embriagándome con su calor. Era Wesley... El chico que siempre volvía a mí. El chico al que siempre volvía. El único hombre capaz de hacerme odiarlo y amarlo al mismo tiempo. El único hombre capaz de hacerme sentir como la persona más indefensa del planeta, y al mismo tiempo hacerme fuerte.

—¿C-Cómo lo supiste? —sollocé, alzando la vista hacia su rostro.

—Andrew me lo dijo —sonrió con tristeza—. Fue a mi casa y me lo dijo. Yo... Me siento tan imbécil, Rachel. ¿Por qué no me lo dijiste?

—Tenía tanto miedo —sollocé—. Tenía tanto miedo de esto.

—Sabes que esto no puede seguir así —tomó mi rostro entre sus manos—. Necesito que maduremos juntos. Necesito que dejemos de ser éste par de adolescentes indecisos e idiotas y comenzar a hacer las cosas de otro modo. Vamos a acabar el uno con el otro si seguimos de ésta forma.

Asentí. Tenía razón. Si queríamos llegar a algún lado con esto, teníamos que madurar. Teníamos que confiar el uno en el otro. Teníamos que hacer las cosas diferentes. El amor no siempre es suficiente. Eso me quedaba muy claro ahora.

—Jamás voy a amar a nadie del modo en el que te amo a ti —susurró buscando mi mirada a través de los lentes oscuros.

—Te amo, Wes. Te amo como no tienes una idea. Te amo tanto que... —no pude terminar. Los labios de Wesley encontraron los míos en un beso fiero y urgente. Su lengua invadió mi boca sin pedir permiso y yo enredé mis brazos alrededor de su cuello mientras él me envolvía por la cintura y me atraía más cerca.

Lo amaba. Lo amaba tanto que dolía. Lo amaba tanto que no podía imaginar mi vida sin él en ella. Lo amaba tanto que haría lo que fuera para hacer que esto funcionara. Lo amaba tanto que afrontaría cualquiera que fuera mi destino. Lo amaba cuando no podía verme, y lo amé aún cuando pudo hacerlo.
—Te amo, Wesley —murmuré contra sus labios.

—Te amo, Rachel —murmuró de vuelta.

Though you can see me 2 [Wesley Tucker]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora