Capítulo 21 - Meditación nocturna

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Abrí mis ojos con sorpresa. Era él.
Me giré, pero no estaba por ningún lugar de la habitación.

—Lo que quieras, pero con un límite —dije.

—Está bien. Sé perfectamente qué es lo que quiero —dijo firme.

Me sorprendí al escucharle decir aquello. Sólo rezaba por que no pidiese barbaridades.

—Quiero —empezó a pedir— que no me trates como a un demonio. Tú y yo somos amigos, si quieres —dijo.

—Está bien, eso sí puedo cumplirlo —asentí.

—También quiero... —¿Más aún? Creí que tan sólo pediría una sola cosa— que nos llevemos bien. Dejemos las peleas a un margen.

—Puedo cumplir eso siempre y cuando no me molestes como sueles hacer —dije algo molesta recordando todas las veces en las que ambos acabábamos con alguna herida (sobretodo yo) a causa de alguna pelea.

—Está bien —asintió—. Y ahora, tan sólo me queda una última cosa que pedir —dijo y arrugué mi entrecejo. ¿No se cansaba de pedir? Bueno, quién se cansaría...—. Quiero una cita romántica contigo.

Me atraganté con mi propia saliva hasta que me recompuse.

Una cita. ¿Una cita? ¡Una cita! ¡Romántica!
Esto ya era pedir demasiado.

—¡Ni en tus jodidos mayores sueños saldré contigo, Benito! ¡Eso es pedir demasiado! —me quejé notablemente molesta.

—Entonces puedes empezar a despedirte de mí, porque no volveré a verte jamás —amenazó.

Me enfadé demasiado sin saber por qué. Es decir, ¿por qué debía enfadarme? ¿no se suponía que debía ser indiferente el hecho de que vuelva o no? No quise darle más vueltas al caso.

—No se me dan bien las despedidas, así que puedes irte así sin más. Quiero que te vayas y no vuelvas porque... Te odio y... ¿dónde y cuándo es la cita?

Me rendí. Por alguna extraña razón, detestaría que Ben desapareciese de mi vida.

—Donde quieras y cuando quieras —dijo él.

—En el Himalaya y cuando pasen doscientos años —dije.
—No me gusta cómo te organizas. Entonces tendré que decidirlo yo —dijo él y apreté la mandíbula—. ¿Qué te parece en el recinto ferial y a las cinco y media? —propuso.

—Mal —respondí seria.

—Entonces perfecto. Nos veremos allí y a esa hora —concluyó alegre.

¿Cómo? ¿pensaba irse así sin más? ¡acabábamos de hacer un pacto para que apareciese ante mí!

—¿Dónde crees que vas? ¡Tú y yo tenemos un trato! Quiero que aparezcas ante mí ya —ordené.

—Vaya, sí que estás ansiosa por verme —respondió risueño.

Apreté mi mandíbula y puños. No me encontraba en modo «soportar iditotas integrales».

—¿Sabes? —siguió diciendo él— si sigues apretando tu mandíbula de esa forma, acabarás por quedarte sin dientes —comentó.

Aquél comentario me hizo enfurecer aún más.

—El que va a quedarse sin dientes aquí serás tú como sigas diciendo gilipolleces similares —dije, intentando mantener la compostura.

Se suponía que a partir de ahora debíamos comportarnos como «amigos».

—Me preocupo por tí —dijo como excusa.

—Si de verdad te preocupas por mí, entonces intenta no enfurecerme de esta forma —aconsejé—. De todas formas, nos salimos del tema inicial. Quería que aparecieses ante mi vista —recordé.

—Oh, sí, eso... Está bien —dijo.

No le ví.
De repente, alguien me tocó la espalda y me asusté.

Era el idiota de Ben.
Quise asestarle un golpe con mi puño, pero recordé el nuevo pacto.

—¿Qué querías decirme? —preguntó serio.

Él me pegó su seriedad.

—Tan sólo quería disculparme por aquél comentario que hice diciendo que tu alma era impura y que eras un demonio —solté.

—Eso no me importó demasiado —dijo.

¿Entonces había estado preocupada para nada todo este tiempo?

—¿No te importó? ¿Entonces a qué venía esa cara de tristeza profunda que pusiste esta tarde antes de irme? —pregunté confusa.

—No fue por ese comentario, sino por otro —respondió.

—¿Qué comentario? —pregunté curiosa, para poder discuparme.

—Cuando me dijiste que sería imposible que tú y yo pidiésemos salir —dijo.

¿Tanta tristeza le ocasionó aquél comentario?

—¿Se puede saber por qué te entristeció eso? —pregunté, cruzando mis brazos.

—No dejaré que te hagas la tonta, Ayleen. Esta vez voy a dejarte pensar y quiero que deduzcas por ti misma el por qué. No creo que sea muy difícil. Si tienes algo de cabeza, conseguirás dar con la respuesta pronto —dijo él.

Le miré enfurecida.

—En fin, me iré antes de que me golpees —dijo y cumplió.

Ya se había ido, y había dejado un vacío dentro de mi. Detestaba los sentimientos que Ben me dejaba.

Me tumbé en mi cama y empecé a pensar sobre lo que Ben me dijo. ¿Por qué se sintió triste al decirle que yo jamás podría salir con él debido a que él era un demonio? Tenía que dejar de cerrarme a lo obvio. Se notaba a leguas. Yo sabía la verdad. Y si la verdad era lo que yo creía, entonces lo entendía todo... o casi todo.
¿Yo le gustaba a Ben? ¿Podría ser cierto eso? ¡Tengo que dejar de ser una idiota! ¡claro que era cierto! ¿qué otra cosa podía ser? Pero... me sorprendí al haberlo pensado sin duda alguna esta vez. Yo le gustaba a Ben... yo le gustaba a Ben... ¡no podía ser cierto! ¿qué podría haber visto en mí si estoy continuamente siendo una desagradecida con él? Cierto, nunca agradecía lo que él hacía por mí y aún así seguía ayudándome. Mierda, pues sí que debía quererme como para aguantarme incluso de esa forma.
Todo esto era ridículo de pensar, es decir, un demonio estaba enamorado de mí. ¿Cómo se lo diría a mis padres si algún día llegásemos a ser pareja? «Hola mamá y papá. Estoy saliendo con un demonio que salió de mi nintendo cierto día». Lo primero que haría mi madre sería golpearme en la cabeza, después sería inspeccionar mi habitación por si encontraba algún tipo de estupefaciente, y lo tercero sería llevarme a un centro de intoxicación, o lo que es peor, a un manicomio.
Esto de meditar por las noches no se me daba demasiado bien.
En fin, decidí quedarme dormida con el pensamiento de la especie de cita que Ben y yo tendríamos mañana. Yo lo llamaría... «ensayo de cita» o «experimento de cita». Cualquier cosa podría pasar cuando Ben quería tener una «cita romántica» conmigo. Ni yo era romántica, ni él tenía idea sobre citas, supongo.

Let's play『Ben Drowned』Donde viven las historias. Descúbrelo ahora