Estabas tan tranquilo, cerrando tus ojos y pensando quién sabe en qué. Quizá en huracanes, quizá en aros color de fuego azul, quizá en donas glaseadas, quizá en mis males, quizá en cómo escapar. Tu pecho se inflaba, tu corazón latía, respirabas, estabas vivo. Fue entonces que te vi, y pensé en que cada día que había pasado, siempre me ponía una armadura, y trataba que lo que me decías no se me clavara como dardos, intentaba no perderme en tus labios cuando te besaba, y no cerrar los ojos cuando me follabas. Y es que yo pensaba que tú eras el enemigo, pero ahora me di cuenta que no es así. Que no me tengo que cuidar de ti, si no cuidarte. Tan indefenso, tan débil y frágil. Y yo pensando en tormentas y en mil maneras de ahogarme. Quizá al final la única que pensaba en mil y una cosas, era yo. Y tú sólo estabas ahí acostado, tomando mi mano, jugando con tus dedos mi espalda. Me dijiste "te quiero", me clavaste el arma letal cariño, tengo tu espada dentro muy dentro, y no quiero pensar en el momento en el que la tengas que sacar y dejarme sangrando. Sé que no tengo que pensar en catástrofes muy seguido, pero no es normal, no estoy acostumbrada a que alguien me vea como lo haces tú. De una manera distinta, como queriendo devorar lo que hay dentro de mí, e ir sacando de uno a uno, hasta vaciarme y luego llenarme de nuevo para volver a vaciarme. Y es que entre tantos momentos que he pasado contigo, me estoy enviciando, tragándome mi propio veneno para no hacerte ningún mal. Porque cariño, siento que te estoy queriendo también.