Samantha estaba por cenar, cuando sintió náuseas y fue corriendo a vomitar. Phill golpeó la puerta del baño, preocupado.
—Hija, ¿estas bien? —dijo desde el otro lado.
—Sí papá, no te preocupes —contestó mientras tiraba la cadena. El hombre sonrió—. Tal vez algo que comí me hizo mal, mañana no iré a clase.
—Es mejor que te quedes hasta recuperarte. Te prepararé una sopa de verduras instantánea.
La chica fue a su cuarto a ponerse pijama, y mandó un mensaje de audio a Kristine.
—Ya vomité, te veo mañana en la esquina de mi casa.
—Bien, a las 9:00 am, y no olvides que debes tener el estómago vacío.
El hombre llegó con la sopa para su hija, y la arropó como a una niña. Resultaba extraño, y al mismo tiempo agradable, que alguien se preocupara por su bienestar. Sobre todo al estar... enferma.
Cuando Sam vivía con su mamá y el raptor y enfermaba, Cassandra lo único que hacía era darle una pequeña dosis de jarabe y ponerle paños fríos en la frente. Podía pasar días así hasta que mejorara.
Prendió su laptop y mientras buscaba información, tomaba su sopa. Su sabor era agradable, y le llenaba el estómago. Escribió en el buscador Cómo se hacen los abortos quirúrgicos y vídeos sobre eso. Eso la tranquilizaba un poco, pero al mismo tiempo le preocupaba, ya que había posibilidad de que fuera mal hecho y perdiera su capacidad reproductiva, o peor aún... que muriera.
Buscó también imágenes de fetos de entre cuatro y seis semanas. Eran pequeñas criaturas celulares de minúsculo tamaño. Sin embargo, le parecieron adorables, y la idea de que una de esas estuviera creciendo dentro de ella le pareció agradable. Miró su vientre, el cual sólo estaba un poco inflado. No se notaba el embarazo todavía. Dejó el plato en su mesa de noche, cepilló sus dientes, se despidió de su padre y se acostó a dormir.
Tenía poco más de dieciocho años, y estaba dormida en el sofá. Su cabello rubio se colgaba por el apoyabrazo, y su cuerpo descanzaba pacífico. Su vientre estaba muy abultado, y apenas podía acostarse con comodidad.
Despertó con ganas de orinar, por lo que se levantó y caminó hasta el baño. Afuera, llovía a cántaros. Era la quinta vez en toda la noche que se levantaba por la misma razón.
Un olor fétido le provocó náuseas. Un río no muy correntoso de sangre empezó a deslizarse por sus piernas, mientras su vientre se desinchaba. Abrió el tacho de basura, y más olor inundó sus fosas nasales. Además, la imagen le provocó pavor. Era un feto en estado de descomposición. Apenas lo tomó en manos, empezó a llorar desconsoladamente, y se desmayó. En el instante que tocó el suelo, todo a su alrededor se oscureció y dejó de respirar. Unas pequeñas manos huesudas la arrastraron hasta el fondo de ese lago rojizo.
Despertó agitada de su pesadilla. El saber que podía morir de una grave hemorragia le había jugado una mala pasada. Llevó sus manos a su rostro oara comprobar si estaba bien, y estaba sudando. Tocó su vientre, poco hinchado, y luego sus piernas. No había sangre. Suspiró aliviada, y trató de dormir de nuevo.
...Pero le fue imposible. Cada vez que cerraba sus ojos, veía la imagen del pútrido feto en sus manos. Se levantó a tomar leche tibia para relajarse. Tres vasos sirvieron para que pueda dormir de nuevo.
Estaba en su cama, dormida, cuando una pequeña mano llevó su dedo índice a la boca. Eso la obligó a abrir los ojos, y su mirada se conectó con la de un pequeño de cinco meses de ojos apenas más oscuros que los de ella. Le sonrío ampliamente y retiró su dedo.
—Despertaste, pequeño travieso —le dijo con un sonrisa.
Se acomodó en la cama, tomó al bebé en brazos, levantó la camiseta de su pijama y empezó a amamantarlo.
El pequeño succionaba hambriento, y miraba profundamente a su mamá. Ésta lo miraba también, y le sonrío. El niño le devolvió la sonrisa sin quitar la boca del seno, y siguió alimentándose. Le acarició una mejilla cuando dejó de beber leche, lo acomodó para hacerlo eructar y le dijo al oído.
—Te amo, Jayden —y acarició su espalda en círculos. Como respuesta, Jayden eructó y le sonrió travieso.
Eructó dos veces más, y le cambió los pañales. Mientras hacía esto, no dejaba de darle conversación.
—Te prometo que jamás permitiré que alguien te haga daño, porque si sufres, yo sufro el triple —besó su frente—. Nunca te abandonaré, hijo.
Despertó a las ocho de la mañana. Ésta vez despertó con calma, con una sensación de paz y serenidad interior. No se sentía preocupada después del segundo sueño.
Caminó al baño, y se miró desnuda frente al espejo. Imaginó cómo cambiaría su cuerpo con el transcurso de los meses. Su vientre crecería, y sus pechos se llenarían de leche. Sin saber porqué lo hacía, llevó su mano derecha a su vientre y susurró el nombre del sueño.
—Jayden... Jayden Hillson... —se dijo a sí misma.
Se metió bajo la ducha caliente, y mientras se bañaba, meditó en su decisión que un día atrás había estado tan segura de hacer. Después de informarse, ya no estaba segura de hacerlo. Podía morir, y dejar solo al único hombre que en verdad se preocupaba por ella. No quería abandonar a su papá a los pocos días de saber quién era, y que tantas veces le había aconsejado, escuchado y abierto las puertas de su casa ante cualquier problema.
Salió de la ducha y se vistió, peinó y arregló. Agarró las llaves de su casa y salió al encuentro con Kristine.
Las amigas subieron al bus, que las llevó a un barrio no muy lejano. Caminaron hasta una casa de aspecto descuidado, con grafitis en las paredes y gatos trepados en las ventanas.
Un hombre las hizo pasar, y la poca iluminación la hizo sentir insegura. Con una simple mirada, le hizo saber eso a su amiga, y ella entendió el mensaje.
—Deja el dinero sobre el escritorio —ordenó el anciano decrépito. La chica obedeció—. El procedimiento dolerá un poco, pero puedes detenerlo en cualquier momento. Tú sólo dime.
Se acostó en la sucia camilla en la posición que se le indicó. El hombre estaba a punto de ponerle dilatadores en la entrada de su vagina, cuando ella lo detuvo.
—¡Basta! —ordenó—. No quiero que me lo quite, es parte de mí. Lamento haberle hecho perder su tiempo.
Se vistió y tomó el dinero. Las chicas salieron de ahí, y fueron al centro. No estaba molesta con su amiga, ya que ella había querido ayudar, además de que la apoyó en su decisión. Porque desde su cintura para abajo, ella decide...
***
Nota de autora: Primero que nada, quiero decirles que sólo queda un capítulo para que ésta primer parte termine.
Segundo: Soy consciente de que aquí toqué un tema sensible de opinión, y que muchas piensan diferente sobre ésto. Así que quiero que me respondan con calma y sin insultos (tanto hacia mí como hacia otras respuestas) en los comentarios: ¿Qué les pareció la decisión de Samantha? ¿Qué hubieran hecho ustedes en su lugar?
¡Saludos!
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Pasión Prohibida
RomanceElla una estudiante de último año. Él, un profesor de matemáticas. Ella, con un corazón congelado. Él, con un corazón dispuesto a todo. Ellos conectan una mirada. Ella, tiene el corazón vacío. Él, el hombre perfecto... Y un hombre casad...