Parte 3

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Capítulo  10

"Bajo Tierra"

*Sophía*


              Diez segundos. Nueve, ocho... los disparos se escuchan distorsionados, como si estuviesen bajo el agua. Siete segundos, la sangre salpicaba su rostro. Seis... cinco segundos, escuchaba a sus compañeros gritar. Cuatro segundos... ella también gritaba, pero no sentía nada. Tres... Una alarma. Dos... Unas figuras con máscaras. Uno... Oscuridad.

* Bastian*

              Los pies los sentía más pesados. El sudor de su frente le entraba en los ojos, haciendo que estos le picasen. Los iba a matar a todos,en eso pensaba. Si algo le pasaba a su hermano juró matarlos a todos con sus propias manos. Dos túneles frente a él, siguió las instrucciones que Lilah les dio. Túnel derecho, caminó de prisa, sin perder el tiempo. Una puerta frente a él, se abrió de pronto después de un sonido pitante. Luz blanca salió por la abertura, cegándolo por unos segundos

*Alanna*


              La luz invadió todo el espacio. Cuando sus ojos se acostumbraron, miró hacia la puerta. Una figura alta con máscara estaba en el umbral, frente a ellos. Con una voz ronca, grave y baja, la figura dijo "Los estábamos esperando. Denme sus armas, y pasen en silencio" Con cuidado, y despacio, Alanna sacó uno de sus cuchillos del cinturón, y trató de guardarlo entre sus pantalones. Sintió la hoja cortar un poco su piel, y apretó los labios fuertemente. Observó cómo Bastian Apuntó a la figura, diciendo "No lo creo".

*Jeff*


             El sonido del disparo le hizo eco en los oídos. A lo lejos, unos gruñidos se hicieron escuchar. Observó cómo el cuerpo de la figura cayó al suelo, sin vida. Miro a su compañero, captando el odio en sus ojos, y una mueca de asco marcada por sus labios. Este le regresó la mirada, fría, salvaje, y le dio una señal, para que avanzara. Jeff levantó su arma y caminó al frente, apuntando a todos lados. Entró en la enorme habitación, y se sorprendió de lo que vio. Las paredes eran rocosas, blancas y había figuras extrañas, pero perfectas, como si hubiesen sido talladas. El suelo era de un material negro mate, liso. Del lado derecho había unos mesones de acero, en los que descansaban frascos, cuchillos, jeringas, y otras cosas que él no conseguía ver bien. A su izquierda, trece sillas, ocupadas por personas encadenadas a ellas. Vestían batas grises, y algunas tenían manchas de sangre. Tenían la cabeza gacha y estaban tan delgados, que parecían esqueletos con una capa de piel de un color ceniciento. "No tenían por qué matar a mi guardia" Dijo una voz silbante. A Jeff el corazón le dio un vuelco. Sentía que el arma se le resbalaba de las manos por el sudor, aunque no hacía calor. "Sólo yo puedo matar a mis guardias. Ahora van a tener que pagarme por eso".

*Jorge*


                 "No es común que las personas vengan por voluntad propia a nuestra zona... mucho menos policías" Dijo el hombre, de espaldas a él. Estaba inyectando algo en el cuello de una de las personas encadenadas. "¿Seguirás apuntándome con esa arma inservible?" Preguntó. Jorge no movió ni un músculo. "Te aseguro que, usarla será contraproducente". El hombre seguía hablando, sin darse la vuela. Jorge se preguntó cómo era posible que dijera todo aquello, si no había visto en su dirección, ni siquiera cuando entraron de manera abrupta. "Tienes tres opciones, oficial. Dejar el arma en el suelo, y tomar asiento. Dispararme y aceptar la muerte que te ganarás por ello. O dispararle a tus dos compañeros, y a ti mismo para que puedan salir de esta, sin sufrir ningún daño aparte, con cualquiera ganarás y perderás a la vez". "Eso no tiene sentido" dijo Jorge, con voz firme. Sin dejar de apuntar a la espalda del hombre, ni apartar la mirada. "Créame, oficial. Tiene más sentido del que cree". El hombre se alejó un poco de la persona a la que estaba inyectando, lanzó la jeringa a una papelera que había al lado de la silla, sacó otra de la bata y caminó hacia la siguiente persona. Un sonido a su izquierda hizo que Jorge apartara la mirada del hombre. Seis figuras con máscaras entraron, sus respiraciones silbantes le desesperaron un poco. Se percató, de que dos de ellos arrastraban un cuerpo cada uno. Estos llevaban el uniforme de policía, estaban llenos de sangre; sintió la rabia crecer en su pecho, y el miedo también. Los dos hombres se dirigieron hacia las sillas, llevando a los cuerpos con ellos. Al mirar otra vez, sus ojos se abrieron como platos. "Sophía..."

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