2. No quiero que nadie me salve

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No fue el sonido del despertador lo que acabó con los sueños y el descanso, tampoco un alarido por parte de mi madre anunciando mi inminente tardanza, ni siquiera... qué se yo, una ambulancia, un beso de amor verdadero... no. Fue una patada.

Mi recién adquirida (a la par que limitada) compañera de habitación, Ámber, había optado por despertarme de la manera más agradable y delicada conocida: acribillando el saco de dormir. Por suerte iba descalza.

El baño, y más concretamente la ducha fue mi mejor refugio justo cuando la realidad cayó sobre mí como un jarro de agua fría (nunca mejor dicho, creo que Ámber debía estar jugando con los grifos de la cocina o algo por el estilo). Había besado a Nathaniel, o él a mí, pero es caso es que nuestros labios habían colisionado en lo que, a todas luces, era un beso, un fantástico beso que ahora no me podía quitar de la cabeza y que me obligaba a permaneces debajo del grifo con la boca abierta, como un pez que boquea. La que se me venía encima...

En la cocina me esperaba una taza humeante y un par de tostadas recién hechas, pero ni rastro de cierto delegado. Llegar tarde no era nada propio de él. Su hermana me pilló rastreando cada centímetro de la cocina, según ella, en busca de platos sin lavar, según mi cabeza, en busca de su hermano.

- ¡Eh, tú! No sé que andas buscando de un lado para otro, pero esto ni es un chamizo ni una cochiquera ni cualquier otra palabra que pueda recordarte a tu casa. Ahora cómete el desayuno, ya que Nathaniel se ha tomado la molestia de prepararlo, no se merece que seas tú precisamente la que le hace el feo.

Bingo. Miré debajo de mi plato, de las tostadas, y escruté el fondo de la taza ¿Buscando qué? ¿De repente había aprendido a leer los posos de café? No me extraña que mi compañera no hiciera más que soltar risitas y miradas al techo, estaba actuando como una lunático, yo misma era consciente de ello, el romanticismo y la imaginación habían vencido a la razón. Sería mejor parar y esperar a que todo se aclarase en el instituto.


* * * * *


Nathaniel había desarrollado de la noche a la mañana unas impresionantes habilidades para esconderse. En serio, no había manera. De acuerdo, el revuelo que había causado vernos a Ámber y a mi llegar juntas fue incómodo, bullicioso e incluso, a mi parecer, exagerado. Había tenido que aguantar un interrogatorio de Rosa ("¿Y cómo ha ido la reconciliación? ¿En serio esperas que me crea esa bola?"), ser víctima de un homicidio imaginario por parte de Melody (hay que ver, si las miradas matasen yo ya estaría en el suelo), así como las burlas de Castiel, si es que este chico es un cielo... En fin, que entre unas cosas y otras Nath se me escapaba una y otra vez.

Desanimada, puse rumbo a la biblioteca, el lugar perfecto para, por un lado, estar sola, así como para encontrar un libro que despejara (o más bien apartara) mi mente de sus idas y venidas. Lo peor de caminar entre estanterías es que perdía la noción del tiempo y de aquello que me rodeaba, estaba terriblemente concentrada revisando la sección de Historia cuando una mano se posó en mi hombro.

- ¡Cagüen la pu...!

Adiós a los libros que llevaba en brazos. Adiós a mi momentánea evasión. Por lo menos no me había vuelto esgrimiendo un volumen como arma... de momento.

Pero ahí estaba él. Y justo en el momento en que cruzamos las miradas todas las imágenes de la noche de ayer volvieron a mi mente. Y me caí, realmente se me fueron las rodillas al suelo. Por suerte, quedó como si simplemente me hubiera agachado ágilmente en busca de mis libros perdidos. Yo misma me sorprendí con mi capacidad de actuación.

- Espera, deja que te ayude.

Algo salió de mi garganta, una especie de asentimiento ronco. Podía haber sido una bonita escena en la que nuestras manos se rozaran accidentalmente, nos sonriéramos con ternura para después besarnos dulcemente contra una estantería, beso que de volvería apasionado y tórrido... Lo cierto es Nathaniel recogió todos los libros, yo me había quedado mirando fijamente al suelo con la cabeza en otra parte, sumida en esa tórrida escena que terminó antes de haber empezado. Hora de levantarse.

- Te he estado buscando.

¿En serio?

- Quería hablar sobre lo que pasó anoche. Mi padre... ya sabes, él está pasando por un mal momento y estaba preocupado. No quiero que el pague por algo de lo que no tiene la culpa ¿entiendes?

- No, no lo entiendo.

Se llevó la mano a la frente, frotándosela mientras cerraba los ojos.

- No quiero que nadie me "salve" - Hizo un gesto de comillas con los dedos. - No lo necesito.

Vale. Definitivamente aquello me había hecho volver a la realidad, menudo golpe de efecto, aquí no iba a quedar títere con cabeza.

- ¿Me estás diciendo que no vas a mover un dedo? ¿No vas a denunciar o a tomar medidas al respecto?

- Sí, y no quiero que ni tú, ni nadie se entrometa. Te lo dije, es algo serio que pone en juego la posición de mi padre...

Le puse un dedo sobre los labios.

- No creo que alguien que ayuda a una persona pueda considerarse un entrometido, precisamente. Si no lo haces tú, alguien tiene que hacerlo, Nathaniel, no mereces esto.

- Te lo prohíbo. Es mi vida, yo decidiré como la vivo.

- Tú me has hecho partícipe de ello, ayer, me contaste todo, me besaste y...

Mierda. No quería llevarme las cosas a ese terreno. No ahora.

- Lo sé, y no debí hacerlo.

Aquello colmó mi paciencia ¿Que sentía en ese momento? ¿Resentimiento? ¿Pena? ¿Arrepentimiento? ¿Ira? Quizás una mezcla de ambas, pero lo que primaba era la impotencia, la impotencia de sentir que todo lo de anoche no sirvió para nada, que había sido en vano, que quizás su beso mintiera. Me mordí el labio, no sé si para frenar un par de lágrimas que pugnaban por salir o más bien para frenar mi lengua.

Aseguré los libros entre mis brazos y di un paso hacia delante. Lo cierto es que no medí bien las distancias y le golpeé con mi hombro. Qué más daba, él también me había hecho daño, sólo que el mío no se notaba, como ocurría con las moraduras en su espalda.

"Párame" pensaba yo "Gírate y párame... Por favor, gírate, ágarrame de la muñeca como hiciste anoche, por favor por favor por favor..."

Pero él no lo hizo.

Y la puerta se cerró a mi espalda.


Nunca me dejes ir [Corazón de melón]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora