7. Rendirse

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Después de lo que me gusta llamar como "nuestra cita improvisada" todo empezó a mejorar. O eso me parecía. Bien es verdad que yo me pasaba los días entusiasmada, contenta, feliz, expectante, disfrutando de un presente sin mácula que daría paso a un futuro maravilloso. Si bien, no había querido compartir mis perspectivas con nadie porque, aunque me costara admitirlo, tampoco las tenía todas conmigo, no sabía cuánto tiempo tenía que pasar, ni si nuestra promesa acabaría intacta. Y sí, tenía miedo, pero prefería deleitarme con la cara más positiva de la situación.

Aunque no podía evitar pasar ciertas clases ensimismada en suposiciones de lo más variadas: ¿y si él cambia de opinión? ¿y si soy yo la que tiempo después no siente nada? No, eso es imposible, pero... ¿y Melody? ¿qué haremos una vez estemos juntos? ¿qué le diré a mis padres? Eran demasiadas preguntas sin ningún tipo de respuesta. Interrogantes que aumentaban a medida que pasaban los días, y que tenía que guardar para mí misma dado que nadie conocía la naturaleza de mis quebraderos de cabeza. No obstante, debía tranquilizarme, él seguía siendo el de siempre, mejor, incluso, puesto que me correspondía con pequeños detalles que hacían especiales el día a día, pequeñas cosas como dejarme una nota en la taquilla deseándome que tuviera un buen día, intercambios de libros en lo que me gustaba dejarle papelitos comentando mis impresiones, alguna llamada puntual... Pero no podía compartirlos con nadie, porque era demasiado ambiciosa, y temía que compartir me alegría supusiera una puerta abierta hacia la mala suerte.

Un día se me ocurrió un plan, una idea insignificante pero que podría resultar en una situación ventajosa para ambos. Me moría de ganas de volver a repetir algo como lo de la tienda de animales, pero dejando de lado recados u objetivos, pasar una tarde tranquilos disfrutando de la compañía del otro, hablando y conociéndonos aún más, si es que eso era posible. De cuerdo, era tan sencillo como invitarle a merendar en el parque juntos, y así lo iba a hacer, siendo clara y concisa.

Y por ello, al día siguiente me quedé esperando en la puerta hasta que llegara mi delegado, impaciente y ¿por qué negarlo? muy nerviosa. Si bien, con su sonrisa y el además que me dedicó para desearme buenos días, una oleada de calor acabó con la ansiedad.

- ¡Buenos días, Nath! Oye... ¿podemos hablar un momento?

- Claro, dime.

Sonrío de medio lado, un empujoncito para mí.

- Estaba pensando... quizás estaría bien vernos alguna vez fuera del instituto, el fin de semana, por ejemplo... ¿podríamos, no sé, organizar un picnic o algo por el estilo? Si te apetece, claro, osea, no estoy dando por hecho que quieres venir ni nada por el estilo, pero estaba pensando que... - mi lengua no se detenía, era uno de esos daños colaterales que aún seguían presentes en los momentos que compartía con él.

Fue el matiz de sorpresa lo que me detuvo.

- ¿Me estas pidiendo una cita?

Eh... ¿quizás? No me esperaba esa salida, a ver cómo salía yo de esta.

- Una merienda, Nath, no una cita. Simplemente... repetir lo del otro día pero con un escenario diferente.

- Suena...

- ¿Estáis planeando algo para el fin de semana?

Ahí estaba Rosa. Parecía que mi buena suerte había tocado a su fin gracias a su repentina intromisión, adiós a mis planes, adiós a mi cita.

- Bueno... algo así.

- Me apunto.

Miré horrorizada a Nath, él no tenía palabras ni defensa. Nos quedamos ambos dos pasmados, mirando al suelo, en silencio, mientras Rosa hablaba y hablaba sobre posibles planes para el fin de semana. Y a Rosa se unió Iris, que llamó a Violeta, Melody, que nos vio en la puerta... Aquello era el cuento de nunca acabar. Mientras tanto, Nath y yo intercambiábamos alguna mirada, hasta que él se decidió a hablar.

Nunca me dejes ir [Corazón de melón]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora