Cien

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Pasaban cien días y yo estaba viviendo el mismo día cien veces,
El cuarto siempre estuvo obscuro, desde las doce de la mañana hasta las 10 de la noche, siempre viví en negro.
Siempre viví con cien problemas que acomodé en cada estrella,
Como supe que jamás llegaría a las estrellas, también decidí nunca llegar a la conclusión de mis problemas,
Me cansé en el día ciento uno, cuando llegó la luna a decirme su verdadero nombre; la tentación.
Me dejé llevar, lo hice, lo completé. En cien minutos, mis cien problemas se desvanecieron y la soledad se fue de la mano, en la cama del hospital ya tenía a cien personas que en cien segundos se convirtieron en estrellas.
Desde arriba escuchaba sus susurros, reclamándome cómo los había dejado a todos tan solos, entonces la luna gritó esa misma noche. ¿Acaso no estuve yo cien vidas con la compañía de la soledad? ¿Ahora me dicen ustedes, que yo los dejé?
Escuché sus voces con nudos en la garganta, pero ninguna sonaba a arrepentimiento, todas cantaban un lloriqueo con enojo, como si estos ciento dos días los hubieran vivido conmigo.
Voltee a ver las estrellas, aquellas que yo nombre por cada problema, y entonces me percaté...
Mis problemas no se desvanecieron, la soledad tampoco, lo único que se desvaneció fui yo.
Mis cien luces ahora eran la familia que nunca tuve, el vacío del obscuro espacio era mi soledad, y entonces entendí...
En el día ciento tres conocí al sol, que me dijo su verdadero nombre; arrepentimiento.
El arrepentimiento me susurró: tus cien problemas están tatuados en cada estrella, tus cien noches están escritas en tus ojos, dime ahora, ¿te sientes mejor?
Y así...
Lo único que se desvaneció fui yo.

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