Capítulo 6

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Ya estábamos en casa, celebrando el segundo mes de nuestra nena. Casi media iglesia había asistido, aunque habíamos dicho que sólo invitaríamos a los más cercanos.
¡Clariza! Fue lo primero que vino a mi mente.

— ¿Amor, todo en orden? —  Me preguntó mi esposa, se le miraba radiante e increíble. Me encontraba un poco alejado de los invitados, viendo la puesta de sol. Realmente me lo estaba pasando bien.

— ¡Sí! — Le sonreí y deposite un dulce beso en su frente.

— Te amo — Sonreí — Necesito un poco de ayuda, creo que Ángel quiere que la carguen.

—  Claro — Dije caminando hacia los invitados. Sentí que Clariza no venía y voltee para verla. Estaba ahí, inmóvil, viéndome con esa mirada que solo me dedicaba a mí  — ¿Qué pasa, amor? Vamos.

—  ¡Santi, te amo! — me pareció muy raro porque me lo decía sufriendo, al menos eso reflejaba su rostro.

— Nena. ¿Qué pasa? —  Dije caminando hacia ella.

— Te amo, pero definitivamente Dios te ama más que yo — No entendía. ¿Por qué me decía esto? De repente, escuchar el tema de Dios no me molestó, me preocupó.

— Amor — Dije tomando su rostro entre mis manos.

—  Santi, por favor vuelve.  — De repente era cómo si no hablara ella, sino alguien más — Vuelve al evangelio, vuelve a tus primeros pasos. Vuelve al camino en el que tu madre te instruyó. Ya deja el orgullo y resentimiento a un lado, te estás haciendo daño solo a ti, a nadie más, y afectas a tu esposa y afectaras a Ángel. Deja que Dios entre en tu corazón y sane tus heridas. ¡Dios te dice que te ama! — Depositó un beso en mi mejilla y sin decir más se fue.

Sus palabras me cayeron como un balde de agua fría. No supe que decirle, no supe  qué responder ante eso. Estaba claro que definitivamente mi esposa sufría ante mi actitud y le afectaba más de lo que yo pensaba.

Me quedé un minuto ahí, pensando o con mi mente en blanco, no sabía exactamente cuál de los dos.  Una cosa si era cierta: Estaba mal, me sentía como un completo inútil, un completo tonto.
Sabía que si cedía haría feliz a mi esposa y también sabía que encontraría la paz que tanto había estado buscando desde la muerte de mi madre, mejor dicho desde que me aleje de Dios. Aunque no quería aceptarlo, también sabía que sólo Dios era el único que podía curar la herida que llevaba dentro, la de mi alma.
Ese doce de abril, la pregunta más temida vino a mí. ¿Me aceptaría Dios si viniera nuevamente a él?

Luego de eso mi esposa actuó de lo más normal, cómo si esas palabras nunca hubieran salido de su boca, como si esas palabras nunca provinieron de ella.

Conocía a Dios más de lo que hubiese querido y sabía que él trabajaba de una y mil maneras. Sabía que él podía utilizar a cualquier persona para hacer volver a uno de sus pequeños.

Los días pasaron de lo más normal; lentos, largos, cansados, llenos de felicidad, pequeños problemas que surgían de vez en cuando, pero ellos no robaban la felicidad que Ángel había traído al hogar.
Mi esposa se encargaba de ella y siempre que llegaba del trabajo, Ángel me recibía entusiasmada, no es porque yo sea su padre que lo digo; pero había algo especial que me conectaba con ella; iba más allá de ser mi hija.

Sentía que literalmente había venido a mí como un Ángel enviado del cielo para prevenirme de lo que muy pronto tocaría a mi puerta.

Los meses siguieron pasando. Se fueron volando, pero Clariza y yo disfrutábamos a nuestra nena al máximo. La amábamos demasiado. Aún dormíamos con ella; queríamos estar en cada etapa de su vida. Ahora mi mayor anhelo era escucharla decir papá. Era lo que más deseaba con todas mis fuerzas y de alguna manera esto ya estaba empezando a preocuparme.

—  Papá. P-A-P-A. Vamos ángel, habla, di papá —  Tenia a Ángel en mi regazo, tratando de que dijera papá. Clariza estaba en la cocina, preparando la cena. Sonreía y sacudía la cabeza al escucharme.

—  Creo que alguien no quiere decir papá — Dijo Clariza viniendo con la comida.
¡Hoy sería noche de película!

— Dirás papá, amor. Sabes que me estas matando — Clariza y Ángel sonrieron.
Ángel jugaba con mi barbilla. Le gustaba pasar su mano sobre ella cuando ya tenía más de dos días sin afeitar.

— Ven aquí nena — Dijo Clariza cargando a Ángel para poder tomar mi comida.

—  Amor ¿no se te hace raro? —  Pregunté, para salir de duda.

— ¿Qué? — Dijo dando un sorbo a su refresco.

—  Pues sobre Ángel. Ya casi cumplirá un año y nada — Dije ahora preocupado — No dice nada, ni papá, agua, o mamá. Aún no dice nada y tampoco camina ¡Un año, Clariza! — Dije enfatizando — ¡Un año y sólo gatea!

—  Calma, Santi. Si apenas tiene diez meses. Muchos niños empiezan a hablar después del año; tal vez Ángel sea uno de ellos. No pasa nada, amor — Dijo tomando entre sus labios una papita y mostrándomela para que yo también la tomara con la boca. Sonreí ante el hecho.

Clariza muchas veces era tan juguetona que no podía entenderlo. La amaba locamente. Aun cuando ella trataba de calmar la tensión y preocupaciones que yo siempre iniciaba, no podía para de pensar en Ángel. No quería que ella fuera igual a los otros niños, quería que ella fuera mejor. Ya me la había imaginado hablando a sus diez meses; llamándome papa, correteando por la casa mientras nosotros la seguíamos, pero eso solo se había quedado en mi mente, porque Ángel ni siquiera hablaba. Me estaba preocupando.

— Sabes que soy feliz a tu lado, ¿Verdad?  —  Le hable a mi amada depositando el beso más dulce en su cabello húmedo. Había decidido, solo por esa noche, dejar de preocuparme como un loco histérico, y pasar tiempo con Clariza. 
Clariza me miro y me dedico esa mirada que era exclusivamente sólo para mí; donde me lo decía todo ¡Que me amaba! Sin necesidad de palabras.

Clariza y Ángel era todo lo que tenía.

Aunque no lo aceptara, muy profundamente, estaba agradecido con Dios por permitirme ser parte de sus vidas.

Ángel - Jossadry Donde viven las historias. Descúbrelo ahora