Capítulo 17

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Los días fueron pasando aun con nuestro sufrimiento. El estar pasando por esto era muy duro. Ya no podía dormir tranquilo, dormir en paz había desaparecido, ya no sabía qué significa llevar una vida sin problemas. Mi esposa había abandonado su fe, ella estaba frustrada; y la comprendía, pero no entendía dónde estaba esa Clariza que me instaba a buscar de Dios, donde estaba esa mujer llena de confianza que me repetía una y otra vez que Dios me amaba, que Dios estaba esperando por mí. Es como si los roles habían cambiado; ahora so era el que le decía que no se desanimara que siguiera adelante, que confiara en Dios.

Ángel empeoraba con cada día que pasaba. La escoliosis dominaba su cuerpo con cada segundo y su cuerpecito se desarrollaba lentamente. Cuando tenían que hacerle exámenes era la peor parte, mi niña lloraba y gemía de dolor cuando cubrían todo su pequeño cuerpecito de agujas, lloraba cuando tenían que extraer de ella demasiado fluido espinal, lloraba cuando tenía que dormir sola, lloraba cuando todo su cuerpecito se torcía formándose en una S.

Llore por largas horas hasta quedarme dormido, oré incansables veces a Dios para que sanara a mi hija cuando sabía que esa enfermedad no tenía cura, cuando sabía que mi niña ya tenía todo su cuerpecito deforme. Le pedí a Dios con todas mis fuerzas que me llevara a mí y no a ella. Ángel era solo una niña, que no había experimentado nada más que dolor y sufrimiento en su corta edad.

¿Por qué Dios permitió esto?
¿Por qué a Ángel?
¿Por qué a ella?

Estaba empezando a creer que todo eso había sido una fantasía, el ir y pedirle perdón a Dios, tratar de ser mejor; creo que solo lo dije por desesperación, por tratar de buscar una solución a la enfermedad de mi hija. Me dolía en el alma saber que ya no sería más su padre, que ella... ella muy pronto nos dejaría. La amaba, la amaba con todas mis fuerzas.

Recuerdo cuando ella vino aquí por primera vez, cuando supe que era niña, cuando la tuve en mis brazos, cuando estaba en el vientre de Clariza, cuando la escuché decir papá, cuando habló por primera vez, cuando la vi caminar, correr. Su pequeño cuerpo, sus manitos que un día sostenían un juguete hoy estaban llenas de agujas; canalizada, sin poder correr. Sin poder moverse.

Después de algunos días los médicos dieron de alta a Ángel. Ya no se podía hacer nada más que esperar que ella ya no resistiera más. Ese día fue el más duro de mi existencia, aceptar que mi pequeño Ángel enviado del cielo moriría.

— Lo siento, Santiago — dijo el doctor — Realmente lo siento. Pasen todo el tiempo que puedan con ella. Su cuerpo se ira... se torcerá más — dijo respirando profundo. El me abrazó — No te preocupes por los gastos — me separé de él para verlo a los ojos —  No te preocupes por eso —  él sonrió —  Dios... Dios hablo a mi vida también. Ella es un Ángel para todos aquí — dijo. Secó sus pocas lágrimas y se fue.

— Gracias — dije cerrando mis ojos. Ya que no tenía idea como iba a pagar todos los gastos, pero una vez más; Dios había proveído.

El dolor fue incesante y cada día sentía que te amaba más, mi alma te sentía, sentía tu dolor, y quería con todas mis fuerzas tomar tu lugar, darte la oportunidad de vivir, de  ser  una niña normal; reír, jugar, crecer. Cumpliste cinco, luego seis, pero todo ese tiempo fue de dolor y mis ojos ya estaban cansados de tanto llorar.

Mi esposa no se apartaba ni un instante de su lado; conforme pasaron los meses comprendió que no importa lo que pase, no importa lo que miremos, debemos, aunque no queramos, aceptar siempre la voluntad de Dios.

En ese momento no comprendía el porqué, pero hoy reconozco y sé indudablemente que Dios tiene todo controlado.

Íbamos dos veces por semana al médico para que revisada a Ángel. En su cumpleaños número siete mi hermosa niña comenzó a tener convulsiones, la dejaban sin fuerzas, se mordía sus pequeños labios. El dolor que sentíamos por ver a nuestra hija así no se puede describir; la sosteníamos, pero con mucho cuidado para no lastimarla, ya que su cuerpo era muy frágil y delicado. Luego de un tiempo mi Ángel quedó bizca y a las pocas semanas ella perdió totalmente la vista. Ese día no supe qué hacer.

— ¡No! Amor mírame. Mi niña, Ángel, mírame, amor. No, por favor. Mírame amor — le decía con lágrimas en los ojos.

— Oscuro, esta oscuro — logró decir mi querida niña.

— Amor, amor, te amo,  te amo — le decía Clariza — Hermosa míranos  por favor. Míranos — Ángel comenzó a llorar.

Tome a Ángel y la cargué — Mi niña tranquila, no llores aquí esta papá.  Aquí estoy.

—  No... te... papá. No... miro — Dijo mi hermosa Ángel.

Lloré en silencio mientras la cargaba, no quería que ella me oyera derrumbándome. La sostuve fuerte y bese su frente y cabello.

  —¡Shhh! Ya amor. Muy pronto pasara, muy pronto... — me dolía lo que le decía porque quería que pasara —... muy pronto esto pasara, ya no estarás así, ya no sentirás más dolor amor. Un día... un día serás un verdadero Ángel de Dios, amor.

— ¿Por qué haces esto Dios? Mírala. Ella está sufriendo. Llévatela, mejor llévatela ya, ella — las lágrimas impidieron por un minuto que siguiera hablando — Ella... Es una niña, ya no hagas esto, por favor Dios, ya no.

El 12 de julio del 2014 fue el último día que Ángel habló. Jamás lo olvidaré, su cuerpecito estaba todo torcido, se le dificultaba hablar y ese día mi hermosa hija me buscaba en su ceguera tocando mi cara con sus manos  y dijo papá. Torció mucho después de eso, daba balbuceos queriendo decir algo. Trataba, mi niña trataba de hablar; mi esposa solo cerró sus ojos y salió de la habitación con su alma en mil pedazos.

Mi niña no dejó de luchar hasta el último minuto, trato una vez mas de hablar, pero no pudo; su saliva corría por toda su pequeña boca sin poder controlarla.

La tome y acaricie su cabello — Amor no... no — decía llorando delante de ella — No, amor ¡Shhh! Ya no, tranquila, tranquila nena... ¡Dios! — dije viendo al techo — ¡Dios! No, ya no por favor — Ángel balbuceó unas cuantas veces más y luego hasta su último día no dijo ni una palabra más.

Luego el médico dijo que tenían que poner un tubo en su estómago para poder alimentarla. Recuerdo que ese día buscaba mi mirada en su oscuridad y su expresión era confusa, sé que mi querida hija me trataba de preguntar que le pasaba, porqué estaba así. Ese día lloré frente a ella cuando vi como introducían ese tuvo, me dolió tanto como a mi niña.

Ella lloró, pataleo, su cara estaba roja; y luego de tanto llorar se quedó dormida con su rostro lleno de lágrimas.

— ¡Un tubo! Pero ¿Por qué? — preguntó Clariza.

— Ella no está procesando muy bien los alimentos, si sigue así, Clariza, ella se ahogara con la comida.

—  ¡No! Santiago dile que no, ¡Dios! Mi niña. Por favor no.

La abracé y entonces ella se derrumbó en mis brazos, su llanto era incontrolable, y la comprendía porque yo sentía exactamente lo mismo, mi pecho sentía la sensación más dolorosa y era como sin un agujero negro estuviera dentro de mi carcomiéndome poco a poco.

—  Dios ayúdanos, danos fuerzas para soportar esto, dale fuerzas a tu pequeño Ángel para que pueda soportar ese dolor, Dios, por favor.

— ¡Ya para! No sigas ¡Que no ves que Dios se ha olvidado de nosotros! Él no está, Santiago. Él no nos ama.

— Clariza... Estas cosas son necesarias. Es necesario que el hijo de Dios sea pasado por dificultades para saber realmente su valor y confianza a Dios.

— Pues yo no sé si confío — dijo bajando los hombros derrotada.

— Sujétate de él, amor. Dios no nos ha abandonado. Solo... Él solo está en silencio.

Jamás, jamás deje de pedirle a Dios por ti.

Ángel - Jossadry Donde viven las historias. Descúbrelo ahora