Capítulo 11

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Nuestra nena luego comenzó a hablar de lo más natural. Caro, lo que un niño de un año hacía, ella lo inicio a hacer a los tres: caminar, hablar; pero estaba contento por ello. La primera palabra de mi nena fue Dios; segundo mamá, agua y luego papá. Sí, al final dijo papá. Estaba tan frustrado.
¡No! La verdad que no me importaba. Estaba tan contento que mi hija hablara.

Hoy era su cumpleaños número tres. Le habíamos hecho una enorme fiesta, mi hija se lo merecía. Niños correteaban por todos lados junto con Ángel. Yo estaba feliz hablando con los invitados.

—Papá, papá... — Dijo Ángel jalando el borde de mi camisa para llamar mi atención.

— Si, nena — Dije colocándome de cuclillas para estar a su altura — ¿Qué es lo que pasa, amor? — Ángel estaba sudando de tanto correr.

— Ven a jugar con nosotros. Juega conmigo papá, como el otro día — entender a Ángel era algo complicado, pero Clariza y yo la conocíamos bastante bien, ya sabíamos muchas palabras de las que decía.

— Amor pero si estás jugando con los niños, ve y diviértete.

— Papá, quiero que juegues conmigo... — le sonreí y bese su manito derecha.

— Vamos a jugar, amor.

— Hola Santiago. Hola Ángel — Dijo Steve, el médico de la iglesia donde Clariza asistía. Le regaló una sonrisa a Ángel.

— Hola, Steve— dije dándole un apretón de mano.

— Mano Teve— dijo la pequeña Ángel tratando de decir hermano Steve en su aun pobre vocabulario. Ambos reímos.

— Veo que Ángel va mejorando, ¿Cómo estás?

— Creo que todo ha marchado bien. Supongo que en cualquier momento Ángel aprenderá a hablar bien.

— Si. Sabes que en la iglesia todos estamos orando por ella — sólo sonreí.

Desde siempre supe que algo andaba mal con Ángel, lo que sucede es que no quería aceptarlo. Su desarrollo fue lento; muy diferente al de otros niños. A la edad de tres años su cuerpo era muy diminuto, lucía menor. El vocabulario fue llegando poco a poco en ella, ahora era un poco más entendible lo que ella decía. Nosotros la ayudábamos, claro. Por ejemplo, ella no podía decir bien las palabras que llevaran la letra R.

Hacíamos ejercicio con ella, claro que todo era juego para ella. Corríamos, saltábamos. Pensábamos que así crecería al menos un poquito. Esa era nuestra esperanza.

En su cumpleaños número cuatro todo parecía ir bien, hasta que esa noche llegó.
Ángel estaba convulsionando, por dicha que esa noche durmió con nosotros. Clariza no paraba de llorar, yo estaba nervioso; ahora poder controlar  a Clariza de su ataque de nervios era otra de las prioridades. Corrimos al hospital si chance de sacar nuestros pijamas. Ángel estaba mal, palidecía conforme pasaban los minutos y la fiebre volvió a tomar posesión de su cuerpo. No entendí el porqué de todo esto. Mi mente estaba en blanco, lo único que quería ahora era que Ángel estuviera bien.

¿Cómo fue posible eso si por la tarde mientras celebrábamos  su cumpleaños todo estaba bien?
Ella andaba corriendo, feliz, estaba riendo; y luego en la noche este así... Tan grave. Sentía que estaba peor que mi hija. La frustración llegó a mí como la intrusa inesperada que era.

— ¡Dios mío! ¡Dios! ¡Dios! Por favor. Amor resiste... Dios — era lo único que decía mi esposa mientras yo conducía al hospital. Honestamente no me molestó que en ese momento llamara a Dios, realmente yo también lo necesitaba. Tenía miedo y eso era suficiente para necesitarlo.

Al llegar la ingresaron de inmediato a emergencias. Miles de doctores alrededor de la camilla de la pequeña ángel fue lo que deslumbró mi campo de visión. Clariza aún no paraba de llorar, y aunque intentaba de todo para que se tranquilizara ella insistía en el llanto; la comprendía. Después de todo era nuestra pequeña.

Una, dos, tres horas y nada. Era tan frustrante estar en esa pequeña sala de espera sin poder hacer absolutamente nada. No podía sentir más este sentimiento o si no me mataría. Me sentía derrotado. Tampoco podía estar cerca de mi esposa, porque sabía que no era la mejor compañía en ese momento. Lo único que quería era que un maldito doctor saliera de esa sala dando buenas noticias.
¡Lo lamento, Clariza!
Es lo que pienso ahora. En ese momento debí abrazarla y estar ahí para ella. Pero simplemente no lo hice.

— Señor y Señora Clinton — volteé mi atención  al doctor que no lucia tan agradable con la noticia que nos daría.

— Doctor, dígame como está mi niña — dijo Clariza al borde de la desesperación esperando la respuesta que nuca llegaba.

Nos regaló antes de hablar, una mirada reconfortante, disculpándose por lo que vendría; fue en ese momento que todo mi interior se derrumbó mentalmente, aun no estaba preparado para esto, debía disfrutar un poco más a Ángel, no quería escuchar esa noticia. No hoy ni dentro de mil años. Nunca.
Pero la verdad era que una tormenta se avecinaba a nuestra familia sin piedad alguna de dejar un poco de esperanza  a su paso si no estábamos sostenidos de una roca fuerte. Fue después que comprendí que esa roca fuerte era Dios.

— Yo... lo lamento mu... cho — Clariza se llevó las manos a la boca — Ángel está enferma, ella tiene... — bajo su mirada — ...poco tiempo — Fue suficiente para querer morir.

Vi  a mi esposa, sentí en ese instante que todo se movía en cámara lenta. Su expresión era otra, la tortura se reflejaba en su rostro lleno de lágrimas, el lamento se hizo presente también.

Una cosa era cierta: estábamos acabados. 
Sentí como mis piernas no respondían en ese momento, la sangre paró de golpe de correr por mis venas, mi cerebro dejo de funcionar porque no era capaz de procesar la información que acababa de obtener, o mejor  dicho; no era incapaz de aceptar semejante noticia. Todo lo que tenía, todo lo que me hacía feliz se había ido al hoyo; mi hija estaba enferma y lo doloroso era que su enfermedad no tenia cura.

Salí de ese lugar, sin ánimo alguno de reconfortar a mi esposa. Ahora veo que egoísta fui.

Perdón, Clariza

Pero en ese instante no podía (y no me estoy justificando) no podía darle ánimos cuando realmente quien los necesitaba era yo. Me fui al pequeño jardín que tenía el hospital, era de noche, un lugar apartado donde nadie pudiera ver mi dolor ni sentir lástima por mí. Era lo último que necesitaba.

Lo que realmente necesitaba era aclarar todo en mi cabeza. Fue ahí donde me derrumbé, no pude sostenerlas más y las lágrimas comenzaron a brotar con facilidad haciendo que cubriera mi rostro entero de ellas. Tenía mis manos colocadas en la cintura, viendo hacia arriba.

— ¿Ya estarás contento? ¿Por qué? — Grité — ¿Por qué haces esto? — gritaba mientras veía las estrellas en su chispeo continuo — ¿Por qué la traes y haces que parezca que todo está bien y luego te la llevas? ¿Por qué me haces esto a mí? — Aclaré — Sólo falta que me quites a Clariza. ¿También lo harás? ¿También me quitarás lo único que me queda? — molesto y enfadado quedaba corto para describir lo que sentía en ese preciso momento.

Hoy todas las noches le pido perdón por cómo actué en mi pasado

— ¡Ahhh! — grité para sacar todo lo que llevaba dentro, todo lo que sentí; porque ni yo mismo sabía que era lo que sentía realmente —  ¡Dios! ¡Ahhh! — grité otra vez.

Pateé un cesto de basura para poder olvidar el dolor que llevaba dentro. Los demonios que me atormentaban en ese momento con escandalosos pensamientos estaban haciendo que me odiara a mí mismo por no poder hacer nada por mi hija — ¡Dios! — dije esta vez derrotado en un sollozo y recargando mis manos sobre mis rodillas. Aun estando de pie —  Dios ¿por qué? ¿Por qué haces que sienta esto? ¿Por qué me vuelves a dañar de esta manera? Mejor llévame a mí.

— Él no puede llevarte a ti, hijo.

Ángel - Jossadry Donde viven las historias. Descúbrelo ahora