Capítulo 13

569 38 4
                                    

— ¿Pasa algo, Santi?

— No — dije soltándola y limpiando mi rostro — Yo... — dije poniéndome de pie. Ella hizo lo mismo — Yo... Quiero hacer algo Clariza, pero... Necesito estar solo, por favor — dije con mi voz empezando a quebrarse.

— ¿Está todo bien, amor? — preguntó algo preocupada.

— Si — le sonreí y deposité un beso en su frente cerrando mis ojos mientras ella tomaba mis manos. Volví mi mirada a ella — Todo irá bien, amor. Pase lo que pase, todo será para bien — ella asintió — ... Eso es lo que Dios hace, ¿No? Probarnos — ella sonrió cerrando los ojos y luego besando mi mano — Te amo, Clariza. Te amo, amor. Necesito hacer esto solo — ella sonrió. Esa risa de felicidad en medio de la prueba. Sé que satanás no estaba contento, pero ese era mi objetivo; resistir para que el huyera.

— Te amo, amor — dijo mi esposa — Y jamás me arrepentiré por todo lo que hemos pasado juntos.

— Amor... — dije para luego besar esos labios que me pertenecían solo a mí. Esos labios que me decían que me amaba. Esos labios que me hablaron de Dios en muchas ocasiones.

Depositó un dulce beso en mi mejilla para luego entrar a la sala de espera. Ella sabía de qué se trataba, ella sabía que hoy pondría un alto a mi terquedad. Antes de entrar dio media vuelta en mi dirección.

— Haces lo correcto, amor. Dios nunca rechaza un corazón contrito y humillado.

Espere que Clariza se borrara de mi campo de visión para voltear y regresar a esa banca, que por alguna razón quería arreglar las cosas ahí. Sentado en esa banca. Respire profundo y me dirigí  a ella. Mientras caminaba mis piernas me temblaban y sentía que el camino era infinito, cuando el trecho de donde me encontraba hacia la banca era relativamente cerca. También sentí como mi cuerpo se calentaba mientras  me iba acercando al lugar. Pensamientos no muy agradables venían a mi mente; que lo que hacía tal vez no solucionaría las cosas, que lo estaba haciendo solo porque me encontraba desesperado, pero cuando las cosas fueran mal otra vez volvería a caer en mi vicio; el de odiar  Dios. 

¡Pero no!

Trataba de darme fuerzas a mí mismo, creer que todo lo que nos pasa es porque Dios tiene un plan; en este caso, ayudar a recuperar mi salvación.

Una cosa es haber escuchado de Dios y otra, haber sido uno de sus hijos y saber cómo trabaja. Creo que hubiera querido conocerlo hasta ahora, haber escuchado de su existencia hasta hoy; porque mientras más conocimiento, hay más responsabilidad.

Un golpe en mi rodilla hizo que me diera cuenta que ya había llegado a la banca tan esperada. Respiré hondo y me senté. Pase mis manos por mis piernas, tratando de deshacer el sudor que emanaban; movía mis piernas de aquí para allá en ese tip nervioso que cualquiera juraría que me le declararía a una chica; aunque esto significaba más que eso. Volví a respirar y me dije a mí mismo que era tiempo de hacer esto. Que así como tuve las agallas para decirle tantas cosas feas e inapropiadas a Dios; así también tuviera las agallas de dar mi cara y pedir  perdón, humillarme y arrepentirme por mi mal actuar. Volví a respirar profundo, creo que ya había perdido la cuenta de cuantas veces había hecho eso.

— Bien — formulé por primera vez. Levante mi rostro y vi al cielo; lo perfecto que era, de hecho toda la creación de Dios es perfecta.

Tal vez Dios estaría contento porque estoy tratando de volver a él y el diablo retorciéndose porque escape de sus garras.
Pensé en las grandes batallas espirituales que deben de dar lugar frente a nosotros por nuestras almas; unos tratando de acercarnos a Dios y otros tratando de alejarnos de él; claro, sin poder verlo nosotros porque son batallas espirituales.

— ¿Qué esperas? Habla antes que satanás haga algo y ya no pidas perdón — Escuche que alguien dijo muy dentro de mí.

— Yo... —  baje mi rostro y cerré mis ojos —  Yo...

¿Qué esperas?  ¡ valiente!

—  Yo... —  cerré más fuerte mis ojos mientras lágrimas comenzaban a salir —  ¡Dios! — Dije en un suspiro —  Dios, por favor. Por favor. Ya no puedo más — Dije alzando mi vista al cielo —Dios perdóname — y en cuanto esas palabras salieron de mi boca, sentí como literalmente un peso era quitado mí. Me sentí tan liviano por dentro, que algo recorrió todo mi ser y una vez más me sentía vivo; como hace más de ocho años, pero esta vez la sensación era mayor.

¿Y esto era todo lo que tenía que decir para ya no sentir la agonía que venia sintiendo desde hace años?

¿Esto era todo?

¡Por Dios! Qué egoísta fui conmigo mismo...
¡Como hice sufrir mi alma por años!

— ¡Dios perdón! — Dije con todo mi corazón, otra vez — Yo sé que no merezco nada, todo este tiempo he sido un completo malcriado — decía con mis ojos cerrados —  Yo... Sabes que todo lo que dije no es cierto ¡Señor! Sabes que solo lo decía porque... ¡Dios! Ni siquiera sé porque lo dije, pero perdóname por favor, perdona cada una de esas palabras que salieron de mi boca, yo... — fue en ese preciso momento cuando sentí posarse unas manos sobre mi hombro. No abrí los ojos ni hice intento alguno de moverme, solo lo deje así; sintiendo esa perfecta mano sobre mi hombro — Dios, sabes cuánto te amo. Cuanto te necesito. ¡Cuánto te he extrañado! Como he estado sufriendo, negándome a mí mismo el estar cerca de ti. Perdón papá, perdóname Dios de los cielos. Sólo límpiame y ayúdame a volver a ti camino — mis manos temblaban, mi voz se había quebrado por llorar; lágrimas se mezclaban con mi sudor y uno que otro toque de saliva que salía de tanto llorar.

Por un momento ya no me sentía sobre la banca, una sensación extraña se apoderó de todo mi cuerpo, la corriente de electricidad no se hizo esperar y esta se apodero de todos y cada uno de mis músculos. A lo lejos, escuchaba voces, después de todo estaba en un lugar público; tal vez eran doctores y pacientes peleando por la muerte de un ingresado, las voces se iban disipando en un abismo de silencio mientras pasaban los minutos. Decidí no prestar atención a eso y seguir con mi tarea de vaciar mi corazón de todo resentimiento que estuviera ahí albergado. Después de unos segundos, la mano que posaba sobre mí se alejó lentamente y escuché muy dentro de mi cabeza.

No puedes hacer esto, Santiago. Estás dejando tu orgullo por el suelo. Estas haciendo algo incorrecto. El mató a tu mamá y ahora matara a ...

No. Lo corté en mis pensamientos. Él no mato a mi mamá, ella se tenía que ir y eso es todo. Dije convenciéndome a mí mismo, ya que por una fracción de segundos estaba empezando a creer que todo era cierto, estaba empezando a sentir el rencor apoderarse de mi otra vez. Pero esto terminaría aquí.

El mal ya no ocupaba más mi corazón y esto, con la ayuda de Dios, terminaría justo ahora.

—  ¿Está todo bien!? — escuché su voz muy audible.

Ángel - Jossadry Donde viven las historias. Descúbrelo ahora