Capítulo 15

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Después de saber que mi pequeña tenía esa enfermedad, los días siguientes fueron peores. Luego de esa noche mi esposa y yo comenzamos nuestra batalla en la oración; ella era nuestro refugio.

Es difícil decir que en esos momentos mi fe estaba al ciento por ciento, pero de alguna extraña manera tenía esa paz interior dentro de mí, que, increíblemente ni con la ayuda de mi esposa podía encontrar. La presencia de Dios era mi única fortaleza en estos momentos. Mi vida había cambiado totalmente; cada mañana al levantarme siempre luchaba por orar, debo admitir que se me hacía difícil, siempre estaba satanás queriendo estropear las cosas, pero con la ayuda del Espíritu Santo, lograba hacer mi devocional a Dios.

Siempre, y hasta podía decir que el motivo de mis oraciones era para que mi pequeña Ángel saliera de todo esto, le pedí que se llevara esa terrible enfermedad de mi niña, le pedí además, que fortaleciera mi fe, que me ayudara a no volver al hoyo en el que había estado hace menos de dos semanas.

Sentía la presencia de Dios en mi vida en cada actividad que hacía. La fuerte amenaza de Andy fue sólo para asustarme; toda la siguiente semana estuve yendo a mi trabajo de lo más normal, hasta que la semana número tres vi a mi jefe de pie frente a mi oficina.

—  Señor Macalister — me sorprendió al verlo, ya que se había ido no hace menos de diez minutos.

— Santiago, sé que tú y yo no nos llevamos bien, pero quiero decirte que esto no viene de mí, sino de mi superior, recuerda que yo también tengo jefe.

— ¿De qué habla? — pregunte. Me sorprendió mucho porque su rostro reflejaba mucho, mucho pesar. No dijo nada; simplemente extendió la carta y abrió la puerta, pero antes de salir volteó el rostro y me dijo.

— Siento mucho lo de tu hija... Y siento mucho esto — eso fue todo para volcar mi atención a la carta y darme cuenta que desde ese día no tenía más empleo.

Mis conclusiones fueron que satanás no estaba contento con la decisión que había tomado.

¡Dios ayúdame! No quiero volver a dudar de ti otra vez ¡Ayúdame, por favor!

Sentí que la cobertura de Dios me lleno en ese instante.

No puedo decir a exactitud de donde salieron fuerzas en ese momento, pero de hecho que sí lo sabía, era algo extraño, como si yo subestimaba el poder de Dios, y al sentir absolutamente nada de dolor al ser despedido no creí que eso viniera de Dios. Satisfacción no sentía, pesar tampoco, duda... Definitivamente eso no era. No tenía idea de donde obtendría dinero, pero sí sabía que Dios no me abandonaría.

Al entrar a la sala de espera del hospital, mis ojos se abrieron de golpe al ver a muchos de la iglesia aquí; realmente no me había puesto a pensar en la fraternidad de los hermanos ¡Pero vaya que se habían tardado en venir!

Lo importante es que estaban aquí y me sentía... Ahora me sentía en familia; también sentía que ya no más estaba solo, que Dios, a través de ellos me confirmaba que me amaba y estaba conmigo.

— Hola... — dije un poco tímido y sorprendido al grupo de hermanos que pasaban las veintidós personas. Muchos sonrieron y algunos respondieron con un Dios te bendiga.

— Santiago... —dijo el pastor dirigiéndose a mí y saludándome.

— Hola... — le dije. Aún no había localizado a mi esposa.

— No habíamos podido venir, de verdad lo siento, pero estábamos orando todo el tiempo por ustedes — sonreí asintiendo.

— Y... ¿Clariza? — pregunte.

Ángel - Jossadry Donde viven las historias. Descúbrelo ahora