Capítulo 9

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− Bueno, los resultados estarán en una semana, Santiago − Me dijo el médico de la familia. De mi familia. Para ser precisos el doctor que le había detectado cáncer a mi madre. Por meses estuve enojado con él, pero luego me di cuenta que él no fue el culpable ni el causante de la muerte de mi madre.

No sé quien tuvo la culpa de eso, o tal vez no hay culpables. Quizás al final sólo fue el cáncer hecho de mi misma madre el que se apodero de ella.

− Perfecto, Will − Dije − ¿Crees que todo estará bien? − No pude contener esa pregunta.

− Eso no lo sabremos hasta dentro de una semana − Respiré profundo y sonreí algo apenado.

− Sí, claro, claro. Bueno, estaré aquí dentro de una semana − Dije estrechándole la mano.

− Perfecto, cualquier cosa estaré en contacto contigo, Santiago. No te preocupes.

− Está bien, gracias por todo otra vez, Will − Él sabía a qué me refería.

− Siempre estaré para ayudarte Santiago, no te preocupes. Sabes que estoy contigo − Nos abrazamos. Creo que ese fue ese tipo de abrazo de disculpas. El que debí haberle dado hace ya mucho tiempo.

Se me había hecho un poco tarde. Tenía exactamente 30 minutos para dejar a Ángel y luego ir a mi trabajo; y la casa no quedaba tan cerca que digamos.

− Todo estará bien, Ángel. Te lo prometo. Estarás sana − En este preciso momento mientras escribo esto, sonrío avergonzado por mi gran ignorancia. Ese día le prometí a Ángel que todo estaría bien ¡Y vaya que lo prometí de corazón!
Pero hoy me doy cuenta que el ser humano no está capacitado para prometer. Digo esto, porque yo no pude cumplirle esa promesa a Ángel. Hoy veo hacia atrás y me doy cuenta que Dios tenía planes.
¡Uff! Muy diferentes a los míos.

− Ya están de regreso -Me dijo Clariza. Se notaba que quería hacer las pases conmigo. Realmente la extrañaba y ya no quería seguir de esta forma con ella. Pero no podía.

− Sí − Dije dándole a Ángel.

− Y... ¿Cómo les fue? ¿Qué les dijeron?

− Iré por los resultados en una semana. Ya me voy, se me hace tarde - Dije acercándome a ella.

− Entonces te veo por la noche - Dijo. Su expresión era distinta a la de siempre. Le sonreí.

− Supongo que sí, Espérame lista con Ángel. Hoy saldremos a dar un paseo − Sonrió algo tímida −  ¡Ey! Te amo − Dije sobre sus labios, depositando el más dulce de los besos.

−Santiago, vienes tarde − Fastidiándome otra vez el cobarde de mi jefe.

− Lo siento, señor McCalister. Prometo no volverá a suceder − Dije lo más humilde que pude.

− Eso espero, Santiago. O si no, sabes lo que sucederá − Rodé los ojos.

El tiempo en el trabajo transcurrió de lo más normal; con el insoportable de mi jefe siempre sobre mí. Aun cuando le había entregado los resultados de cuentas, siempre fastidiaba. Lo único que me mantenía en este trabajo era Ángel, no podía darme el lujo de dejarlo ya que quería darle todos los lujos posibles a mi pequeña.

Cuando la jornada terminó, me dirigí a mi hogar, súper contento porque saldría con las dos chicas más hermosas sobre la faz de la tierra. Ellas eran mi todo, mi mundo, mi motor, mi respirar. Era capaz de dar la vida por Ángel y Clariza.

− ¿Dónde están las dos chicas más bellas del planeta? − Dije entrando a casa. Nadie respondió − Clariza, amor. ¿Ángel? −Subí cautelosamente rumbo a la habitación de Ángel.
Vi a Clariza, estaba algo sofocada, parecía buscar ropita de Ángel y la guardaba en uno de sus bolsos. También tenía algunos documentos en su mano.

− ¿Clariza que pasa? − Dije empezando a alarmarme. De inmediato su mirada voló hacia mí.

− Santi, es Ángel. La fiebre no se va. Justo en este momento iba al hospital.

− ¿Qué? ¿Pero cómo? - Dije caminando hacia la cuna de Ángel. Ahí estaba ella; envuelta en sus sabanitas, la cargué y vaya que hervía en fiebre.

De inmediato bajamos; yo cargaba a Ángel y ella traía un bolso con algunos documentos en la mano. Clariza venía alarmada, lágrimas rodaban por sus mejillas. Subimos rápidamente al auto. Yo conducía y ella cargaba a Ángel.

− Shhh... Todo está bien cariño, resiste un poco − Le decía mi esposa a nuestra hija.
En ese instante sentí como un nudo se apoderó de mi garganta. No quería llorar, no debía hacerlo; se supone que sería yo quien le diera fuerzas a mi esposa. Pero fue imposible; las lágrimas invadieron por completo mis ojos, de tal forma que caían a mi regazo. Voltee y vi a Clariza.

− Tranquila amor, sólo es una fiebre. Ángel estará bien.

Llegamos y de inmediato ingresaron a Ángel. Queríamos estar con ella, pero nos prohibieron entrar. Estuvimos ahí esperando por casi una hora.

− Señor y señora Clinton − Dijo un doctor, a lo cual nosotros nos pusimos de pie.

− Somos nosotros - Dije.

− La fiebre de Ángel ya bajó. Pero debemos tenerla aquí para hacerle algunos chequeos.

− ¿Podemos verla?

− Sólo 10 minutos.

− Gracias − Dije tomando por los hombros a mi esposa y dirigiéndonos a la habitación de Ángel.

Entramos y ahí estaba mi niña; canalizada en su bracito derecho. Mi alma se partió de verla así y mi esposa se soltó en llanto escondiendo su rostro en mi pecho. La abrace fuerte y cerré mis ojos, tratando de darle fuerzas y también dármelas a mí mismo.

− No llores, amor − Dije colocando un beso en la parte superior de su frente. Nos acercamos a la cama y Clariza tomó su manito.

− Mi niña − Dijo Clariza. Yo pasé mi mano por su pequeña carita; acariciándola. Rodee la cama y me posicione al lado de mi esposa.

− ¿Por qué paso esto, Santiago?

− ¡Pregúntaselo a Dios!

Estaba furioso; furioso porque Dios había dejado de mi Ángel se enfermara a tal magnitud. Furioso porque yo no podía hacer nada. Furioso, porque muy dentro de mí sabía que Dios tenía el control de la situación. Furioso porque no podía aceptarlo.

¡Lo más fácil era echarle la culpa a Dios!

Ángel - Jossadry Donde viven las historias. Descúbrelo ahora