Capítulo 10

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Treinta y un días habían pasado desde aquel baile fugaz celebrado en el pabellón del instituto

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Treinta y un días habían pasado desde aquel baile fugaz celebrado en el pabellón del instituto. Cual baile que acabó aterrizando sobre los suelos de aquel escenario y ahogado entre las jarras del vodka y champan. Sin duda fue una noche para recordar pero lo fue aún más, ocurrió con la tirada en la explanada de la ciudad cuando Damien y yo decidimos fugarnos del baile para alejarnos de la muchedumbre.

Ambos estábamos perdidos y no sabíamos muy bien hasta donde íbamos a llegar a parar. No teníamos ni el control de cada uno y nos tiremos en la hierba mirando al cielo teñido de estrellas en pena entre cometas y fugaces.

—Quiero que pidas un deseo...—dijo Damien sin soltar la botella de Vodka de entre sus manos en cuanto le había dado un trago de locura.

—Deseo que permanezcas conmigo, toda una vida.—miré al cielo fijando la vista ante una estrella bien luminosa que daba destellos entre cortados sin parar. Damien me miró sonriendo y soltó la botella de vodka. Se acercó lentamente y se coloco encima de mi.

—Toda una vida...—puso sus brazos sobre los míos e inclino el tronco haciendo pegar nuestros labios. Sometido a sus bajas y sus trances amorosos, sentí como soltó mis brazos y me agarré a el para pegarlo más.

Seguido de esto, una baja calorífica había penetrado en la hierba haciendo que nuestros cuerpos chocaran como dos burbujas en el aire. Damien se quito la camisa de botones y la chaqueta, después paso a desabrocharse el pantalón y los zapatos. Yo hice igual y me tumbe en el suelo sobre la ropa a modo de sábana.

No teníamos planeado las intenciones a las que íbamos a llegar pero la noche parecía estar interesante ante los efectos del alcohol que habíamos tomado. En cambio, Damien sentía ganas de tener sexo una vez más y yo me sentía ciego ante eso que me deje llevar por sus besos, caricias y desgarras que daba. Desnudos sobre aquella explanada y empapados bajo el sudor congelado, Damien cogió mi mano y la beso como agradecimiento por haber pedido dicho deseo y yo con la misma asumí cerrando los parpados.

A la mañana siguiente desperté en casa. Rodeado por un manta gruesa y con un resplandor anaranjado del amanecer sobre mi rostro. Arrugué la cara como si fuera un pasa y puse las piernas al suelo. Reincorporé el tronco y me estiré totalmente. Pero...¡estaba desnudo! Sinceramente me había sentido como una piña fresca. Sin dudarlo miré alrededor del dormitorio para ver mi ropa pero no había rastro de ella cuando de repente oí como la lavadora se ponía en marcha.

—¿Mamá?—dije rascándome la cabeza con el corazón bombeando a mil por hora. Estaba nervioso y no sabía a dónde ir. Me daba temblores ir por casa enrollado en una manta.

Al instante, la cabeza de Damien se asomó sobre el bastidor de la puerta. Saludo y empezó a caminar hasta mi algo preocupado y con algo que decirme a la vez.

—Buenos días... y tu ropa esta lavándose.—guiñó un ojo y se echó las manos atrás. Por mi parte me puse eufórico y con ganas de gritar pero parecía que no habían ganas para ello.

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