XII

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Martina.

  Pasé toda la tarde en el conservatorio, intentando despejarme. Me dejaba llevar por la música, sin sentir nada más. Cuando me quise dar cuenta, eran las ocho de la tarde, y debía llamar a Enzo para que viniese a recogerme. Había sido él quien me había sacado de casa, ya que, minutos después de mandarle un mensaje, estaba aparcado en la parte trasera de la casa de mi hermano.

  Tomé mi móvil y marqué su número, pero no me respondía. Después de varios intentos, al fin me contestó, aunque con algo de desgana.

  —Principessa. —Dijo. —Lo siento mucho. No puedo pasar a por ti. Me salió un compromiso, y estoy ocupado. —Se excusó.

  Solté un suspiro y apreté el puño que no sostenía el teléfono. ¿Es que no podía salir nada bien hoy?

  —No te preocupes, Lorenzo. —Solté, algo frustrada. —Buscaré a alguien que venga por mi.

  Él se disculpó de nuevo y luego colgó. Pasé las manos por mi cara con frustración, antes de volver a coger mi móvil y llamar a alguien para que me recogiese. Lo intenté con Koke, Álvaro y Elena, pero ninguno me respondió. Pregunté también por el grupo que tenía con los chicos del atleti, pero los que respondieron me dijeron que no podían.

  Me senté en el suelo de la sala de ensayos con las piernas cruzadas, apoyando los codos en mis rodillas y escondiendo el rostro en mis manos. En ese momento, escuché como alguien llamaba a la puerta de la sala antes de abrirla.

  —Os he dicho mil veces que no me molestéis cuando ensayo, a no ser que se esté quemando el... —Dije, levantándome del suelo y volviéndome hacia la puerta, encontrando a Antoine recargado contra el marco de la puerta con una pequeña sonrisa.

  —Esperaba verte bailando, no derrotada. —Dijo, antes de acercarse.

  —Antoine, ¿qué haces aquí? —Pregunté, sorprendida.

  —Vi tu mensaje. —Explicó, como si fuera obvio. —Una de las chicas me dijo que estabas en esta aula. ¿Vamos?

  Yo asentí y recogí mi mochila del suelo. Guardé mi móvil, apagué el estéreo y las luces y salí de la habitación. Caminamos los dos juntos hasta llegar a la salida, y una vez fuera, me guió hasta llegar a su coche. Subimos y arrancó, poniendo rumbo a mi casa.

  —¿Cómo has venido? —Preguntó, dirigiéndome breves miradas mientras conducía.

  —Me trajo un amigo... —Respondí, evitando su mirada.

  —Entiendo. —Dijo él, sujetando el volante con firmeza.

  —¿Puedo? —Pregunté, alargando la mano hacia el botón para encender la radio.

  —Claro, sin problema. —Me respondió, relajando la expresión y sonriendo.

  Encendí el aparato, dejando que la voz de Dani Martín resonase por todo el coche. Sonreí ampliamente antes de echarme hacia atrás en mi asiento y suspirar.

  —Dibujas lo que siento; me arruinarás, lo sé. Pero ahora quiero más, y es culpa mía... —Canté, con una sonrisa en el rostro.

  —Devuélveme el trozo de ti, ése que prometiste que darías. —Cantó Antoine con su extraño acento francés, subiendo el volumen a la radio.

  —Y quédate conmigo a morir, que se muere de pena la Gran Vía. —Cantamos los dos a la vez, sin dejar de sonreír.

  El coche se detuvo en un semáforo, y Antoine volvió su rostro hacia mi, atravesándome con sus ojos azules. Involuntariamente mordí mi labio inferior y me acerqué a él un poco. El rubio bajó la mirada a mis labios durante un breve instante. Apenas unos centímetros nos separaban, pero un fuerte pitido nos devolvió a la realidad

Ocean Eyes || A. G.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora