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Cuando el día se apaga, el corazón de Frank se enciende. Sabe que no cuenta con mucho tiempo, eso hace las cosas más reales.
Pareciera que las cajas de la mudanza se burlan en su cara, están ahí, estorbando el paso a la puerta, pero necesita ver aquellos ojos verdes, aunque sea para decirles adiós.

El viento choca contra su cuerpo, pero eso no lo hace retroceder, igual que la presencia del lápiz en su mano no le hizo escribir ni una palabra durante las dos horas que estuvo sentado con un cuaderno para dejar una carta que explicara todo sobre su partida a quien se dirige a ver ahora.
Todo en su interior se estremece, hay culpa en sus ojos. El Sol adora la vida, la calienta y le da luz para guiarse, y aun así, no puede evitar hacerle daño, ya sea por exceso o por su ausencia.

Cuando se encuentra frente al edificio, recuerda el día en que pisó esa acera por primera vez, tan asustado como un polluelo que cae del nido.
Las luces de la calle están encendidas, aunque no puede verse a nadie por la zona.
¿Qué está haciendo ahí realmente? Su mente casi estalla buscando una respuesta que jamás llega, y decide sentarse en la banqueta.

Desde la plaza, un cabizbajo chico de cabello desordenado y mojadas mejillas va de regreso a casa. Ha sido un 7 de abril muy pesado para él. Su madre y hermano lo llevaron a toda clase de lugares para comprarle obsequios, pero prefirió seguir solo, esperando encontrar a alguien.

No necesito decir que te quiero  [FRERARD]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora