Eira.
Corrí a través del bosque. Notaba como de mi cabeza salía sangre y todo se volvía difuso. Mi ropa estaba hecha jirones y me faltaba la mitad de la camiseta. Tenía el pelo enmarañado en la cara y apenas podía ver. Notaba mi cuerpo adormecido, pidiéndome que parara de correr o todas mis partes se pondrían de acuerdo para dejarme caer al suelo.
Pero no podía parar. Parar significaba una muerte absoluta y no podía dejar que me cazaran, así que seguí corriendo a pesar del dolor y las dificultades. Todo mi cuerpo estaba lleno de moratones y cortes, hechos a raíz de mi precipitada huida a través del bosque. Seguí corriendo sin saber a donde iba, a donde me dirigía, sólo quería huir de ellos. Resultaba extraño estar en esta situación, una muchacha corriendo desesperada, sucia y ensangrentada a través de un bosque tranquilo, limpio y verde. Pasé por delante de una serie de árboles enormes tirados en el suelo. Estaban partidos y quemados, como si un rayo los hubiera atravesado y les hubiera sumido en una dolorosa muerte. Pasé por encima de ellos, con la mala suerte de hacerme otro corte en la pierna, más profundo, del que no tardó en emanar sangre. El dolor era insoportable, necesitaba parar. Busqué a tientas algún lugar en el que refugiarme y a lo lejos vi un hueco en un árbol lo suficientemente grande como para meterme dentro. Corrí desesperada y entré dentro.
Del corte salía mucha sangre y me empezaba a marear. Arranqué un trozo de mis pantalones y me lo anudé alrededor. El contacto hizo que me estremeciera. Una espiral de dolor me subió por la espalda e hizo que apoyara la cabeza contra el fondo del pequeño hueco del árbol. Esperé a calmarme, luchando por no perder el conocimiento. Todo estaba tan tranquilo...
Clack. Escuché algo. Un ruido, una pisada, una rama que se parte. Estaban aquí. Un sudor frío me recorrió la sien y la espalda y el dolor de la pierna no ayudaba. Volverían a encerrarme y a torturarme, esta vez sin piedad. No podía dejar que me vieran. Me acurruqué al final del hueco, en la parte más oscura y me quedé quieta. Escuché una risa. Sabían que estaba aquí, era mi fin, iba a morir. El miedo me recorrió el cuerpo y sentí un escalofrío de los pies a la cabeza.
Escuché más pisadas y risas. Estaban cerca, cada vez se oía todo más claro. El sonido de unas cadenas arrastrándose, el tintineo de una bolsita con dinero, el traqueteo de unas botas en el suelo lleno de ramas. Dios mío, estaban muy cerca. Me acurruqué más sobre mi misma hasta hacerme un ovillo y recé a todo el que me escuchara que me ayudara a salir de aquí.
Hablaban. Esas asquerosas voces de perro inundaban mis oídos y mi mente. Escuchaba como se jactaban de lo buenos corredores que eran y de que sabían que estaba por alguna parte, de que sabían que no iba a salir con vida de esta.
- Vamos niña, sal de donde quieras que estés. Volvamos a casa. -dijo uno.
-Vente con nosotros, monstruo. Vuelve a tu hábitat. -escupió el otro.
-Sabes que nadie te va a querer siendo así, nosotros te aceptamos y te tratamos bien.-habló el primero.
¿Bien? Pensé. Dos años encerrada en una asquerosa celda, con la única posibilidad de salir al exterior sólo para provocarme no era tratarme bien. Concepto equivocado.
-Vamos-su tono era enfadado- sal de una maldita vez. ¡Déjate ver ya o lo haremos por las malas!
'Todo con vosotros es malo.' Ese pensamiento pasó por mi mente como la luz. No podía dejar que me atraparan. No, no, no, no.
Tronó. Noté como entraba aire frío por la ranura del árbol por la que había entrado. Bien, pensé, a ellos no les gusta el frío. Escuché como sus risas se apagaban, si una gota de agua les llegaba a rozar, les produciría una herida mortal...¡Llueve por favor!
Pareció que el cielo escuchó mis plegarias, y escuché como caían pequeñas gotas sobre el tronco hueco del árbol. Alguien grita. A uno de esos dos gusanos les ha caído una gota encima. Una pequeña sonrisa asomó por mi boca, pero duró poco pues alguien empezó a hablar.
-¡Tú, monstruo, te has librado por esto rata asquerosa! ¡Pero volveremos a por ti, tenlo claro, jamás te librarás de nosotros! ¡Ni siquiera cuando estés muerta!- espetó uno de ellos mientras el otro gemía de dolor.
Cayó un rayo y se escuchó un trueno. La lluvia empezaba a hacerse más fuerte, pero para mi desgracia ellos ya habían huido. Hacía tanto frío...pero no podía salir aún, tenía que esperar, o podrían verme.
La lluvia caía con fuerza y el frío me helaba por dentro. Llevaba quince minutos esperando, los suficientes como para que esos dos energúmenos se hubieran alejado. El agua embarrada entraba dentro del tronco y fue entonces cuando me decidí a salir. Cuando me levanté la pierna tembló de dolor y el cuerpo la acompañó. La cabeza me daba vueltas pero, pese a todo, tenía que seguir. Tenía que salir de ahí.
Salí por la abertura del tronco y empecé a caminar rápido bajo la lluvia. Mis fuerzas no me permitían correr, pero si mantenerme en pie, lo suficiente para salir de allí. Sorteé varios montículos de barro, aunque en alguno metí el pie, lo que hizo que la sensación de frío en mi cuerpo aumentara. La vista se nublaba por momentos y creía que en cualquier instante iba a desfallecer cuando de repente vi a lo lejos una casa.
La casa era enorme, gris y marrón, y vislumbré alguna enredadera trepando por la fachada principal, aunque podrían ser imaginaciones mías. Corrí más rápido y me caí al suelo. Me levanté con todas mis fuerzas, pero no fue suficiente y caí al suelo de nuevo. Me arrastré por el barro, el dolor era insoportable.
Llegué a rastras a los escalones de la entrada y solté un grito de dolor. Parece que el grito sirvió de alarmante, pues al cabo de un minuto veía que alguien abría la puerta y una luz cegadora cubría mi cuerpo. Una cara horrorizada me vio y yo, ya sin fuerzas, me dejé vencer por la oscuridad y el cansancio.
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La renacida.
FantasyEl pasado de Eira es un misterio. Desde que apareció medio muerta en el portal de la casa del señor Wilnesfrey, su vida se convirtió en un sin fin de idas y venidas con los habitantes de la enorme mansión. Pronto descubrirá que sus compañeros gua...