Capítulo 2. La casa.

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William.

Leer un libro frente al fuego es uno de los grandes placeres de la vida humana. La chimenea de la casa del señor Wilnesfrey fue una gran inversión, para que mentir, y si además estás sentado en uno de los sillones más cómodos de toda la casa leyendo tu libro favorito mientras oyes la lluvia de fondo...¿qué más se puede pedir?

Escucho un trueno y miro por la ventana. La lluvia cada vez es más fuerte y el cielo está más negro, el bosque parece siniestro y poco confiable. Miro las gotas caer contra la ventana y escucho el traqueteo de los árboles, además del sonido del viento. Es tan...mágico.

Vuelvo al cómodo sillón para seguir leyendo el libro. Es tarde , casi la hora de la cena, así que Sofía, la magnífica cocinera, estará preparando la comida mientras que el resto, al igual que yo, sólo hará tiempo. Sofía es extremadamente buena, recuerdo cuando era pequeño y me daba dulces a escondidas o cuando preparaba el postre favorito de Daira después de que esta se hubiera caído de un árbol. Sofía es un poco regordeta y sobreprotectora, y cuando se enfada nadie la toma enserio, ya que se le inflan los mofletes y la cara se le pone roja. Es gracioso, aunque a ella no le hace nada de gracia.

Decido retomar mi lectura. Es una parte interesante, el detective Simon está apunto de descubrir el misterio cuando escucha un penetrante grito que proviene de detrás de la pared. Me gusta imaginar que estoy dentro del libro y hago y digo lo que el personaje hace y dice, pero esta vez el grito ha sonado muy real. No tengo tanta imaginación. Me levanto de un salto del sillón y voy hacia donde creo que ha sonado el grito. Voy en la dirección correcta, pues veo a Sofía correr en la misma dirección que yo, hacia la puerta principal.  Veo como abre la puerta y la oigo exclamar.

-¡Oh Dios mío...!- grita.

Me asusto. ¿Qué ocurre? Veo que por las escaleras baja el señor Wilnesfrey con Daira de la mano, corriendo, casi saltando los escalones. También están preocupados.

Cuando vuelvo a girarme veo en el suelo tendida la figura de una chica, más pequeña que yo y llena de sangre y barro. Tiene el pelo embarrado, al igual que la ropa, y un feo corte en la pierna del que no para de salir sangre. Sofía se agacha para comprobar si tiene pulso. Contenemos la respiración. Su media sonrisa nos indica que está viva, aunque en un estado horrible. Me acerco más hasta arrodillarme delante de ella. Tiene el rostro pálido y los labios morados, está llena de moratones, como si le hubieran dado una paliza. Deslizo mis ojos por su vientre y lo veo cubierto de arañazos, algunos más profundos que otros. Su pierna tiene un muy mal aspecto.

-¡Daira!- le grita la cocinera-¡rápido, trae vendas y antibióticos! Llevémosla al sofá, ¡deprisa!

Entre Sofía, Alfred (el señor Wilnesfrey) y yo, trasladamos a la chica al gran sofá que está dispuesto frente a la chimenea. La sangre emana de su herida y todos tenemos miedo de que se desangre. Cada vez tiene menos color. Mientras colocamos unos paños debajo de ella para que no caiga la sangre encima de este, Daira aparece arrastrando una enorme caja de vendajes y medicinas. El señor Wilnesfrey saca un trapo con la intención de limpiar la herida de la pierna a la chica. Justo en el momento en el que le coloca el trapo la chica hace una mueca de dolor. Por lo menos tiene sentido en la pierna, es bueno. Wilnesfrey le pasa cuidadosamente el trapo por la pierna, mientras que Sofía lo lava en la cubeta de agua caliente que acaba de traer.

-Will, por favor, coje otro trapo y límpiale la cara- me ordena Sofía.

Hago lo que me dice y cojo otro trapo. Lo mojo en agua y se lo paso por la cara. La suciedad se pega a él de inmediato y deja al descubierto un rostro pálido, aunque limpio y con menos moratones de los que pensaba, sólo uno en el pómulo y otro debajo de la barbilla. Limpio también los brazos, llenos de barro, y tengo que utilizar tres trapos más para quitarle la suciedad de los brazos. Están llenos de cortes poco profundos. Levanto la cabeza y veo que Sofía y Alfred han limpiado del todo la herida de la pierna y ahora le están inyectado algún tipo de suero. Veo que la chica frunce el ceño.

-Le duele- digo.

-Lo sé, Will- contesta Alfred- pero si no lo hago no se curará.

Me asombra la tranquilidad con la que Alfred lo dice, como si lo hubiera hecho muchas veces o fuera algo normal. Aunque claro, con su edad, 70 años, cuantas serán las cosas que ha visto...

Miro más allá de Alfred y veo que Daira le está limpiado las piernas de barro, como yo los brazos. Daira es pequeña y delgada, sólo tiene 8 años y la madurez de sus actos nos deja a todos sorprendidos. Se ha recogido el pelo en una pequeña coleta por encima del hombro. Tiene el pelo muy corto y rubio oscuro, lo que hace que parezca un pequeña niña indefensa y asustada.

Vuelvo a mi trabajo y ahora me dispongo a limpiarle el estómago y las caderas. Tiene la camiseta completamente rota. Me quedo mirándole el vientre, el plano y pálido, como su cara. Sofía ve mi indecisión a la hora de actuar, así que me quita el trapo y lo hace ella, mientras que me ordena que le vende la pierna a la chica. Lo hago. Cuando acabo de hacerlo, veo que la chica está completamente limpia, a falta del pelo. Es guapa y pequeña. Parece joven, quizás tenga mi edad. Me quedo observándola y Daira me da un codazo.

-Sofía le va a quitar la suciedad del pelo en el cuarto de baño- susurra- creo que hoy no cenamos.

Tenía razón, hoy la prioridad no era la comida, sino la chica que acababa de llegar medio muerta a casa.

La renacida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora