Capítulo 6. El Libro de los Portadores.

40 6 2
                                    

Will.

No recordaba la sensación de pasar los dedos por el libro de los Portadores. Cuando lo hice, un cosquilleo ascendió por la punta de los dedos, llegando a adormecerme el brazo. Era una sensación extraña, como tocar algo áspero, aunque el libro era completamente liso. Wilnesfrey me había explicado años atrás que el libro reacciona así a todos los Portadores. Es su manera de decir que acepta como Portador de tu Don, te confirma que eres parte de algo que se escapa de tus sentidos pero que, de una forma u otra, va a acompañarte siempre.

Cuando el símbolo de Eira se tornó de un tono rojizo fuego, todos soltamos un suspiro de alivio. Habíamos encontrado a la Portadora del Fuego o, más bien, ella nos había encontrado a nosotros.

Justo en el momento en el que Eira pasó los dedos por su símbolo, reaccionó de una manera que me resultó familiar. Fue justo como yo había reaccionado la primera vez que lo hice, con una mezcla de fascinación, miedo y desconcierto.

Cuando eres Portador, tus poderes se van desarrollando desde que naces, y a los seis años ya puedes llegar a controlar tu elemento, aunque siempre bajo cierta supervisión, ya que se te puede ir de las manos. Mis poderes se desarrollaron desde que nací, Wilnesfrey dijo que cuando llegué aquí, apenas con tres años, ya podía hacer que el viento moviera las ramas de los árboles o crear potentes ráfagas de viento que, más de una vez, tiraron los preciados jarrones de Sofía. Mi poder crecía conforme lo hacia yo, algo que a Wilnesfrey no le sorprendía nada.

Para mí, Wilnesfrey ha sido como el padre que nunca tuve. Cuando cumplí  diez años me contó que mis auténticos padres murieron mientras hacían un viaje, pero que un día antes de irse me habían dejado con él, y desde entonces vivo aquí. No tengo ningún recuerdo de ellos, no sé el color de pelo de mi madre, o si mi padre tenía barba. No recuerdo sus voces ni los gestos que hacían. No recuerdo una vida más allá de la que tengo. Pero si que recuerdo como mi madre me entregó lo que para mí ahora es el tesoro más preciado que alguna vez he tenido: su anillo.

Es un recuerdo fugaz, un borrón casi imperceptible colocándome un anillo sujetado a una cadena en el cuello. Lo llevo siempre conmigo, de una forma u otra, hace que recuerde que mis padres no me abandonaron, sino que me querían como a nada en el mundo. O por lo menos, eso quiero creer.

Cuando regresamos al salón nadie dijo nada. Nos sentamos cada uno en el lugar que ocupaba antes de ir a la biblioteca. Callados. Silencio. Sólo se oía el crepitar de las llamas de la chimenea. Observé los rostros impasibles de cada uno. Wilnesfrey miraba el retrato de encima de la chimenea, siempre lo hacia, aunque esa mujer y él nunca hubieran llegado a conocerse. Sofía estaba sentada entre Daira y Eira, miraba al fuego, como esperando que las llamas volvieran a salirse de la chimenea, con una fascinación que nunca había visto en ella. Daira se miraba los pies, estaba incómoda. A Daira aún no se le habían presentado los poderes, y eso que ya tenía ocho años. Pasó varias veces las manos por el libro de los Portadores, pero este nunca la reconoció. Wilnesfrey le explicó que no tenía por qué preocuparse, a veces a algunas personas tardaba más en venirles, pero cuando lo hacían era de manera increíble. Pasaban de la nada a un todo, eran muy poderosos. Pero, de alguna manera, todos sabíamos que mentía,  si los poderes de Daira no se presentaban era por algo superior, no por el simple hecho de que su control sobre la tierra se estaba haciendo de rogar.

Por último, miré a Eira. Se miraba las manos, sorprendida, aún no se creía lo que acababa de pasar. No reaccionaba a la noticia de ser la Portadora del Fuego. Observé su pelo, ya no estaba perfectamente recogido en una trenza, sino que varias greñas se habían escapado de su enganche, haciéndola ver más guapa de lo que estaba antes. Su piel blanca mostraba las cicatrices casi invisibles que habían aparecido durante su carrera a través del bosque. Los moratones habían desaparecido en menos de un día y la herida de la pierna no alcanzaba a verla, estaba tapada bajo el vestido verde. Me quedé embobado mirándola, nunca me había ocurrido algo así, y eso que a veces algunas de las visitas que Wilnesfrey recibía eran chicas de mi edad, acompañadas de más gente.

La miré a los ojos, tenía unos ojos verdes que podrían eclipsar al mismísimo sol, labios finos, nariz pequeña, rostro pálido...Levantó la cabeza.

Durante unos segundo estuvimos mirándonos. Nuestros ojos se encontraron y un torrente de emociones sacudió mi cuerpo de arriba a abajo. El corazón me iba a explotar. Agaché la mirada, pero me dio tiempo a ver que su cara adquiría un tono rojizo. ¿Y sí...? No, tonterías.

-Tenemos que instruirte.

La voz de Wilnesfrey me sacó del hechizo que habían causado los ojos de Eira sobre mí. Lo miré directamente, y luego de nuevo a ella.

-¿Instruirme? -preguntó confusa- ¿Instruirme en qué, en mi elemento? Sé controlarlo.

-No -respondió Wilnesfrey- puedes manejarlo, pero no controlarlo, es algo mucho más difícil. Sólo hace falta recordar que hace unos minutos casi quemas el salón y la cara de Will.

Me miró con unos ojos que pedían disculpas a voces, aunque de su boca no salió ninguna palabra. Me bastaba, de todas formas mis reflejos son bastante buenos, podría haber apartado las llamas con una pequeña ráfaga de aire, aunque probablemente le hubieran dado a Wilnesfrey y habría tenido un gran problema,mucho peor que haberme quemado la cara.

-Tiene razón, Eira -dijo Sofía- debes instruirte y aprender a controlar tu Don. Será bueno para ti, Will y Alfred te ayudarán, y Daira...-sonó pensativa- Daira también, seguro que sí. Serán sólo unas semanas de prueba, para ver que sabes hacer e ir corrigiéndote. Es por tu bien.

-Está bien -contestó- sólo unas semanas. Pero, ¿dónde me instruiréis? ¿en el bosque? Está lleno de árboles, no hay ningún claro o acantilado donde practicar, podría quemarlo.

Vi como agachaba la cabeza, no estaba orgullosa de su Don. Parecía que...se temía a si misma.

-No querida -rió Wilnesfrey- la casa es muy grande, más de lo que parece. Tu instrucción será en la sala de entrenamientos, se encuentra justo bajo nuestros pies, y ocupa gran parte del subsuelo de la casa. Como ya he dicho, esto es enorme. Sólo has visto la parte delantera y la biblioteca, la cual ocupa uno de los torreones de la casa, aunque claro, con tu precipitada llegada, de noche y lloviendo seguro que no llegaste a verlo.

Su cara de sorpresa hizo que reprimiera más de una carcajada.

-Pero tranquila -prosiguió- vas a quedarte bastante tiempo aquí y, bueno, tenemos a Will, él puede enseñarte la casa.

-¿Y si no quiero? -contesté con tono burlón.

-Obligaré a Eira a que te queme el trasero.

-Trato hecho -dije rápidamente, levantándome del sillón-Ven conmigo Eira, hay mucho que ver.

La renacida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora