Capítulo 3

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Placer entre notas

—Más rapidez, Alice —ordenó el profesor de música.

Gustavo estaba en la andropausia. Era compositor y profesor de Victoria solo por diversión, según él. Aunque algunos rumoreaban que tenía una deuda de más de quince mil euros por multas de tránsitos. Suena algo descabellado, pero no podemos descartarlo.

Mis dedos se movían. Las cerdas de la baqueta se deslizaban con suavidad sobre las cuerdas y emitían un sonido placentero. Gustavo pidió que tocaramos la canción con la que nos aceptaron. Storm sonaba en toda la gran sala. Los demás estudiantes esperaban sentados en el público. Ahí estaba Bárbara, quien tocaba el chelo.

—Más rapidez, Alice —volvió a pedir.

Moví con más rapidez los dedos y mi muñeca se meneaba con fuerza y astucia. Storm había llegado a una velocidad que podía ser peligrosa, en cualquier momento podía desconcentrarme y fallar. Sonaba estupendo, era un placer entre notas que nunca había experimentado.

Cuando tocaba, solo estábamos mi violín y yo. El público o el profesor, desaparecían como por arte de magia. Era un extasis volver a la realidad y darme cuenta que todos estaban sorprendidos. Y así fue esta vez. Toqué las últimas notas con suavidad, reduje la velocidad y terminé con delicadeza. Gustavo me veía con los ojos muy abiertos y una sonrisa gigante.

—A eso era a lo que me refería con rapidez —puso de ejemplo. Los estudiantes que pasaron detrás de mí, habían fallado cuando subían el nivel de rapidez—. Eres perfecta, Alice. Tengo muchos planes para ti y para tu violín.

No era la primer vez que escuchaba eso. Fernando lo dijo y semanas después, le diagnosticaron cáncer de pulmón. Estaba en una etapa terminal, por lo que solo tuvo poco tiempo de vida. La sinfónica hizo una presentación en su honor. Yo no participé. Ese día se sintió una presencia estupenda y todo sonaba como un coro de ángeles. Cameron dijo que le dieron la entrada al cielo por medio de la música. Y creo que tuvo razón.

La tía Anabelle lloraba mientras que mi madre le lanzaba miradas de odio a mi padre por haber aceptado mi invitación. Iba con Loren, la secretaria arpía.

—Te voy a exigir más, así que espero mucho de tu parte.

—Claro —respondí con alegría. Había sido explotada por muchos de mis profesores desde los once años, no era una amenaza.

Tomé mi estuche, mi violín y mientras guardaba, el timbre sonó. Habían bocinas por todos lados. En cada pasillo, en cada salón, e incluso en el complejo de habitaciones.

—Lo hiciste increíble, Alice —halagó Bárbara—. No conocía de Vivaldi, pero ahora creo que se ha vuelto mi favorito. O tú eres mi favorita...

—Gracias, Bárbara. Tú igual tocas increíble. El chelo es un monstruo difícil de manejar y tú lo domaste.

—Se hace lo que se puede —respondió con una sonrisa amigable—. Nos vemos en la próxima clase.

—Claro.

Tenía un pequeño descanso de quince minutos antes de entrar a mi siguiente clase. Necesitaba un respiro después de la tensión en la clase de música. El sol no resplandecía por completo y el aire era frío como el de un refrigerador.

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