El guardian

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Amelia no volvió a ser la misma desde que la tragedia acecho su vida. Había sido feliz durante gran parte de su vida. Nunca le falto amor por parte de sus familiares, especialmente de sus padres. Se presento algun que otro inconveniente con alguna amistad que no era tan leal como aparentaba y con alguna parte pareja conflictiva. A pesar de las disputas ocasionadas por los vínculos ajenos a la familia, no se dejo hundir. Gracias a una salud física y mental estable pudo finalizar sus estudios universitarios más rápido de lo que se creía capaz. En aquel mismo ámbito conocio a Eduardo, un compañero que más que universitario se había vuelto amoroso. Cuando cada uno empezo a trabajar en una editorial diferente, se mudaron a un departamento producto de muchos sueldos.

Un año después de la mudanza, Amelia había recibido una noticia que hacía que su vida rebalsara de felicidad: estaba embarazada. A los pocos días fue visitar a sus padres para darles la noticia. Ambos se encontraban en un momento crucial de sus vidas y necesitaban una gran dosis de alegría para combatir el cáncer. Amelia y Eduardo habían ensayado continuamente como le darían la noticia a los abuelos. La mente de ambos quedo en blanco cuando se encontraron con la puerta abierta. Al principio, dudaron en entrar porque les parecía una falta de educación entrar sin invitación pero como ninguno de los dos futuros abuelos se asomaba, no quedo otra alternativa. No hizo falta recorrer toda la casa para encontrarlos y llevarse una desagradable sorpresa. Hacían acostados en un sillón, con las cabezas chocando y las facciones apuntando a lados opuestos. Tenían los ojos desorbitados como si estuvieran viendo algo terrorífica y al parecer habían estado gritado porque sus labios esbozaba muecas extrañas. Sumado a eso, la ropa les quedaba enorme como si fuera que no hubieran comido lo suficiente en los últimos meses. Aquello era demasiado extraño porque había pasado solo una semana de la última visita y pese a la fulminante enfermedad mantenían el sobrepeso.

Desde ese día, Amelia soñaba con sus padres todas las noches. Por desgracia, no eran buenos recuerdos o situaciones agradables lo que se proyectaba en su subconsciente. La pesadilla que más recordaba era aquella en que sus padres erguían de la tierra y apenas lograban reincorporarse tras una serie de movimientos torpes, eran perseguidos por una figura oscura que flotaba por los aires. Una inmensa negrura se extendía por su cuerpo hasta volverse cada vez más estrecha. La pesadilla de Amelia no cambio hasta que su novio tuvo el mismo destino aciago que sus padres. Antes de descubrir que su compañero amoroso había abandonado este mundo, Amelia estaba sumergida en una pesadilla mucho más realista que las anteriores lo que provocó una profunda angustia de la que era consciente mientras soñaba. Pues, se desarrollaba en el mismo lugar donde Amelia y su pareja se encontraban. Podía verse a si misma durmiendo y abrazando a Eduardo desde un punto alejado. Aquella postal romántica fue interrumpida por una absoluta oscuridad que permanecio por unos segundos. Luego, retorno el escenario donde la figura de Amelia permanecia estática mientras que una figura negra flotaba en dirección a la cabeza de Eduardo. En poco tiempo, la figura rodeo su cuerpo como si fuera una serpiente. Este movimiento provoco que los brazos de Amelia onírica se desprendieran del cuerpo de Eduardo y debido a la fuerza de la figura, terminara en un costado de la cama. En cuestión de segundos, termino despertandose y profirio un alarido que probablemente desgarro sus cuerdas vocales por la fuerza empleada. Donde antes había estado Eduardo, se encontraba aquella figura monstruosas que se enrollaba como una serpiente cuando había cazado a su víctima. Sin dudas, lo estaba asfixiando hasta que no quedará nada de oxígeno en sus pulmones....

Tan grande fue el pánico que ella sintió que estaba dispuesta a enfrentarse a aquel ser malicioso. No obstante, cuando estaba preparada para hacerlo, el peligro había desaparecido. Aquel escenario catastrofico se había desvanecido y había regresado a la realidad. Busco con la vista señales de aquella sombra pero todo parecía estar en su lugar. Es más, ni siquiera se había despegado de su gran amor. Amelia echo un suspiro de tranquilidad y abrazo con más intensidad a su pareja. El corazón le dio un vuelco cuando sus brazos rodearon la rigidez de Eduardo. Dio un salto y se incorporo y comenzo a sacudirle los hombros aunque por más fuerza que empleara no había forma de que respondiera. Siempre le gustaba contemplar el rostro de su amado aunque aquella vez vacilaba en hacerlo pues temia encontrarlo en condiciones similares a la de sus progenitores. Sin embargo, ocurrio todo lo contrario. No se encontro con unos ojos desorbitados ni con un rostro severamente delgado y mucho menos con unos labios desfigurados por una mueca de espanto. Al contrario, sus ojos permanecían cerrados como si todavía estuviera durmiendo y fuera a despertar en algún momento. Sus facciones permanecían bellas como las había conocido en vida e inmóviles como permanecerían por la eternidad.

Amelia contaba con amistades laborales y otros familiares, no obstante no tenía interés en acudir hacía alguno de ellos. Por un lado, no tenía fuerza de voluntad para acercarse a los demás y por otro, temía que aquel ente fuera tras ellos para absorverles la vida.

Los días se hicieron semanas, las semanas meses y Amelia se debilitaba físicamente. No tenía apetito aunque se obligaba a desayunar para no estar sufriendo desmayos. De todos modos, no disfrutaba aquella comida que muchas veces era la única por la ausencia de sabor. Había perdido la motivación, se ausentaba con frecuencia al trabajo, descuidaba su imagen y estaba cansada a pesar de que hubiera dormido muchas horas. Algunas veces no soñaba nada y cuando lo hacía, tenía pesadillas con aquella figura oscura que se había robado a sus padres, a su novio y también su energía vital. Una noche, las proyecciones de sus sueños dieron un giro y aparecio alguien que no conocía pero podía deducir de quien se trataba por el parecido físico que tenía con ella cuando era una infante. Se trataba de su hija, aquella que cargaba en el vientre. Era una pequeña de cabellos dorados y ojos azules la cual jugaba inocentemente con unos cubos en el suelo, ignorando lo que se encontraba detrás de ella. Aquel demonio siniestro, movía su cuerpo en zigzag como si celebrará con anticipación el destino funesto de la pequeña. Aquella figura apática, sin emociones tomo de los pies a la pequeña y la arrastró a una velocidad más rápida que la de la luz. Amelia desperto atemorizada y con un dolor de utero, mucho peor del que sentía cuando le bajaba la menstruación. Sintio una urgencia de ir al baño y descubrio que tenía perdidas. Después de tanto tiempo, se preocupo por sí misma y fue al médico donde recibio la noticia que termino de destruirla: había perdido el embarazo. Quería echarse a llorar en medio del abrazo que le ofrecio el doctor como consuelo aunque de tanto que había llorado los últimos meses ya no le quedaban lágrimas. Perdio la energía nuevamente y nuevamente se aislo de los demás pues no quería encariñarse con nadie más porque luego seria responsable de su muerte. Sin embargo, el destino la puso a prueba una vez más cuando se encontro con un gato negro que se restrego contra sus piernas durante el regreso a su casa. Aquel minino le resulto tan agradable que le saco una sonrisa enorme. Deseaba llevarlo a casa pero no le parecía correcto llevarse un gato que podía tener dueño. Sin embargo, cuando ella volvio a dar riendas de su trayecto, el gato caminaba tras ella como si fuera que la estuviera esperando con anticipación.

Desde ese día, fueron amigos inseparables. El gato la apreciaba tanto que dormía con ella y el sonido de su ronroneo aliviaba cualquier síntoma depresivo. Cuando ella regresaba agotada del trabajo, la recibía con un  estridente maullido  de alegría. Cuando se cansaba de limpiar la casa y tomaba asiento, el gato se echaba en su regazo y  amasaba en el. Desde que llegó a casa, Amelia ya no tuvo más pesadillas. Su mente solo tenía lugar para escenarios agradables donde se reunía con su familia para tener conversaciones que no podía tener en la realidad. En vez de despertar triste por no poder realizar aquello en su vida cotidiana, se sentía feliz porque después de mucho tiempo los veía en buenas condiciones. Además, los mismos que le daba su gato le recordaban que no estaba sola y que había alguien que le tenía aprecio.

Había algo que Amelia no sabía y quizás era mejor que no se enterará nunca. El ente nunca había desaparecido y ya no se manifestaba en el mundo onírico sino que había llegado a este plano al igual que cuando atacó a sus padres y a Eduardo. No obstante, cada vez que el ente venía a visitarla, el gato negro abandonaba su posición de confort y erguía su cuerpo. A medida que se acercaba, el felino siseaba como si estuviera endemoniado y clavaba sus uñas en aquel ente que buscaba perturbar la armonía de Amelia. El amor del guardián era mayor que el mortífero odio del ente. Y tan grande era la lealtad que le guardaba a su ama que estaba dispuesta a defenderla todas las noches con garras y dientes. Aún así, no era la fuerza física que empleaba el felino lo que espantaba al ente sino el amor incondicional que este le brindaba a Amelia. Desde que había llegado a su vida, había absorvido todas las malas energías de Amelia y ella pudo recuperar su salud y así logro restaurar su vida. Todo esto fue posible gracias a la compañia de su guardián felino quien se había cruzado de casualidad en el momento más desafortunado de Amelia. El había pasado gran parte de su vida deambulando por las calles puesto que su primer dueño no hacía más que agredirlo. Hasta que un día, se harto y le araño un ojo. No le quedó otra alternativa que escapar de aquella casa porque si permanecía allí probablemente no hubiera permanecido con vida. Por culpa de un malagradecido, no confiaba en los humanos y siempre se mostraba distante cuando querían acariciarlo pero se mostraba más accesible cuando querían alimentarlo. En cambio, cuando se cruzó con Amelia capto una energía muy débil en ella y hasta el felino era consciente que no quería hacerle daño a nadie porque suficiente tenía con el dolor que cargaba encima. Entonces, supo que con ella sería diferente y decidio convertirse en su guardián.

Cuando el amor nos lleva a la locuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora