La semana estaba llegando a su fin, lo que significaba que no tendría que estresarse en el trabajo por un par de días. Todos los viernes eran una caricia a el alma para Tamara, en especial aquellos donde a la salida del trabajo se encontraba con su chico. Caía el crepúsculo sobre los edificios del centro urbano de San Miguel cuando Tamara se dirigía a la estación de trenes con pasos veloces como los de una liebre. Se estremeció al escuchar el estruendo de la barrera pues había perturbado su euforia. Espero con paciencia forzada a que se detuviera en los andenes. Por más prisa que llevara no podía arriesgar su vida de esa forma. Una vez que el pasonivel estuvo disponible, Tamara camino con tanta rapidez que chocaba a los peatones. Estaba más concentrada en encontrar a Leandro que en los insultos que recibía de parte de los desconocidos. En un momento, Tamara sentía que el corazón quería escaparse por su boca. A la lejanía, un joven pálido con una cabellera rubia que le caía por los hombros, la esperaba sin mover ninguna articulación como si fuera una estatua esbelta vestida ropas oscuras. Una vez que Tamara llego hacia el, beso sus labios tan fríos como el mármol. Lo notaba distinto a la última vez que lo había visto y aquello la decepciono levemente.
—¿Cómo has estado?— lentamente sus delicados labios formaron una sonrisa.
Tamara estaba a punto de responderle que desde que lo había visto, estaba mejor que durante toda la semana.
—Bien y mal. Ya sabes como es la vida de una empleada. — fue lo que respondió para evitar que se sintiera el centro de su universo cuando en realidad lo era.
—La vida de un estudiante universitario también es exhaustiva. —Tamara parpadeo varias veces al escuchar esas palabras. Aquella revelación podía explicar a que se debía la diferencia.
—No me dijiste nada.—Tamara se mostró ofendida.
—Las cosas salen mejor cuando se hacen en silencio.—explico con frialdad.
El impacto de sus palabras en Tamara había sido tan fuerte como una puñalada en el estomago.
—Leandro...—No sabia que otra cosa decir que no fuera su nombre. Leandro tomo el rostro ovalado de Tamara. Aquel contacto la hizo sonrojar aun más de lo que ya estaba.
—Vamos a mi casa.—acaricio sus mejillas con la yema de sus dedos huesudos.
"¿No íbamos a la cafetería?" Tamara se ahorro la pregunta. Era mucho más romántico pasar la velada en su casa y de paso, disfrutaban de más intimidad.
—Bueno ¿Estamos lejos?
—No. —titubeo el.—Bueno si, un poco. Yo no tengo hambre pero puedo ofrecerte un tostado u otra cosa que desees.
Ambos partieron hacia su destino. Tamara se mordía los labios. Ella tampoco tenía apetito. Había comido entre comidas por la ansiedad que la carcomía. No, ella no quería comida. Ella tenía apetito de Leandro. Quería descubrir que se encontraba debajo de ese abrigo negro. Para ella era necesario dar un paso hacia adelante, no soportaba que solamente sean amigos con privilegios. Ella sentía con el rabillo del ojo como Leandro no le quitaba los ojos de encima. La tentación de mirar sus facciones era insoportable pero Tamara prefería hacer de cuenta que no se percataba. Tanto a ella como a el les costaba mantener contacto visual por mucho tiempo pues sus ojos delataban sus verdaderas intenciones. No obstante, aquella ocasión era distinta, Leandro la escrutaba con ojos frívolos tan grisáceos que parecían de cristal. Lo hacia de una manera tan indisimulada que la incomodaban a Tamara que otras veces.
—Ya llegamos.—Se habían detenido en frente de una casa rectangular de ladrillos marrones. A simple vista, parecía pequeña a pesar de su estructura ancha. Sin embargo, cuando Tamara entro, descubrió que su primera impresión había sido falsa. Desde que cruzo la puerta se maravillo con la amplitud del hogar. La primer habitación que estaba conectada con la entrada, debía ser el living room ya que habían un Led TV sostenido por una cajonera. En frente había un sillón y en los rincones había dos estanterías. Una repleta de libros y otra de fotos. Tamara sentía la urgencia de husmear en el pasado de Leandro pero justo cuando estaba por hacerlo, el le pidió que lo siguiera. Giraron hacia la izquierda donde tuvieron que atravesar un arco formado por la abertura de la pared desde el cual se podían ver la heladeras, las encimeras y el horno.
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Cuando el amor nos lleva a la locura
Short StoryAsociamos la palabra amor con un sentimiento gratificante el cual nos hace ver el mundo con tonos rosaceos incluso cuando la realidad esta rodeada de una inmensa oscuridad. Pero no todos tenemos conocemos la misma versión del amor, algunos estamos c...