Tres años habían transcurrido desde que Antonella Kovshnikova se fugó de su hogar y de su tóxica familia, para volverse tóxica en soledad. Su amigo virtual resultó ser un fraude. Qué bajo ha caído la chica que creyó que podría dominar al mundo. Que pensó que sola lograría cuidarse.
Qué tonta ha sido.
Lágrimas caían de sus ojos, aguardando sentada en una silla alta, observando su lamentable estado frente al espejo rodeado de pequeños focos de luz. Sobre la mesa se hallaban labiales, juguetes sexuales, cajas de condones, bebidas blancas y dinero apilado a un lado de ella. Inclinó su cabeza hacia la derecha, mirando los chupetones que su último cliente había dejado en ella. Con una meticulosa mirada examinadora, bajó lentamente hacia su blusa ligeramente desgarrada por culpa de un hombre desagradable, su falda estaba desalineada. Rímel se hallaba esparcido por debajo de sus pestañas inferiores producto del llanto. Su labial, esparcido alrededor de su boca. Y se sentía sucia, muy sucia.
Volvamos atrás unos tres años para entrar en situación. El dieciocho de diciembre de dos mil trece, una muchacha de dieciocho años llega a un país extranjero solamente con algo de dinero, maletas abarrotadas de ropa y una tarjeta de crédito por la mitad. Un chaval aparece de repente, diciéndole que era el amigo que había conocido por Internet. Alec y Antonella finalmente se conocen y éste le ofrece estadía en su casa hasta que la menor encuentre un departamento en el cual poder vivir a gusto. Sin más remedio, acepta y comienzan a vivir juntos en la acogedora casa del chico de veintidós. Todo comienza de puta madre, con una gran amistad llena de confianza mutua, seguridad, y sentimientos encontrados con el correr del tiempo. Para el quince de enero de dos mil quince, deciden comenzar una relación formal. A los siete meses de relación, Alec comienza a volverse frío, misterioso. Antonella teme ser engañada.
Qué tonta ha sido.
Una fría madrugada de diciembre del mismo año, un fuerte estruendo se oye en la casa mientras ella dormía en la fría cama matrimonial que, tiempo atrás, solía compartir con su pareja. Tres hombres vestidos de negro totalmente y con rostro cubierto ingresan en el recinto, en busca de señales de los residentes. Antonella se siente indefensa, pues su novio no se hallaba en casa como de costumbre. Para su mala suerte, la encuentran, la toman por detrás y le colocan sobre la nariz y boca un pañuelo humedecido con cloroformo. Ella deja de luchar a los pocos segundos, cayendo inconsciente.
Unas cuantas horas más tarde comienza a abrir los ojos de forma dificultosa, parpadeando reiteradas veces para acostumbrarse a la luz blanquecina que momentáneamente le cegaba. Sus tobillos y muñecas estaban atados en una silla, donde nuestra jovencita estaba sentada. Su cabeza dolía jodidamente fuerte, sentía ligeros mareos y jaquecas a causa del cloroformo. La única luz en la habitación era la que estaba sobre su cabeza. Se oían movimientos frente a ella, pero no podía ver nada, hasta que uno de los secuestradores decidió mostrar su rostro: Alec Chevingnon se manifestaba con una sonrisa ladeada que irradiaba maldad. Su cuerpo comenzó a temblar, pues su novio resultaba ser uno de sus secuestradores.
"¿Por qué estoy aquí?" Incrédula, miró a las tres personas que se mostraron detrás de su ahora desconocido acompañante. Todos estaban vestidos elegantes, con traje y maletines en su mano. Alec se acercó a la chica, desatando sus extremidades para forzarla a levantarse. Estática e incapaz de responder, se dejó hacer por él. Unos minutos después, todos se retiraron, dejándola con sus pensamientos.
"Joder." murmuró entre sus inevitables sollozos. Cubrió su rostro con sus manos delicadamente, intentando auto consolarse hasta que la puerta volvió a abrirse.
"Levanta tu culo, te vienes conmigo." Alzó la vista para toparse con unos ojos cafés mirarle inexpresivos. Se trataba de un hombre de unos treinta años que, impaciente, jaló del brazo de la oji-verde para arrastrarla fuera del oscuro sótano.
"¿A dónde me llevas?" dijo. El miedo se dejaba entrever en sus temblorosas palabras.
"Cierra la boca." respondió.
"No me callaré hasta que me di-" Un escalofrío recorrió su cuerpo. La mano del más alto sujetó su largo y lacio cabello moreno con fiereza.
"Que cierres la puta boca." Su voz era fría, determinante. Ella calló.
La montaron en una camioneta blanca de vidrios negros de forma brusca, empujándola hacia la parte trasera de esta, colocando un pañuelo en su boca para impedir que hablase o gritase. Otro fue puesto sobre sus ojos incapacitando su visión. Sus manos pies y manos volvieron a ser atadas de forma firme para evitar algún problema durante el trayecto.
Durante el viaje, un teléfono sonó. El hombre de elegante vestir atendió al mismo. Su voz era profunda, grave mientras le contestaba a quien quiera que se hallase del otro lado del altavoz del celular.
"Sí, señor. Quinientos mil euros por la chica." dijo a modo de explicación. El corazón de Antonella cayó a sus pies al sentir la realidad golpeando su mejilla con una gran bofetada que nunca dejaría de doler: había sido vendida a un proxeneta. Lágrimas mojaban la venda blanca que bloqueaba toda imagen para sus ojos. Sintiendo su corazón latir de tal forma que sus oídos podían sentirlo. Sus manos, a pesar de estar ajustadas a su espalda, temblaban furiosamente. Una capa de sudor frío adornaba su frente. Escalofríos helados recorrían toda su anatomía.
De repente, recuerdos de sus padres volvían a su memoria. Recuerdos de los cuidados que le proporcionaron a su única hija, la cual intentaron educar de la mejor manera. La cual ahora estaba siendo sujetada y guiada por un pasillo oscuro, iluminado por momentos con una luz tenue de color dorado. Su vendaje fue despojado de su rostro cuando ambos se detuvieron, mostrándole un escenario de color dorado, con una silla al frente que se asemejaba a la de los reyes de la Edad Media. Un hombre de lentes oscuros se sentó frente a ella. Se acomodó a su gusto, con sus piernas ligeramente separadas y su cuerpo semi reclinado sobre el respaldo del "trono".
"Bienvenida a La beauté de l'amour: El prostíbulo más prestigioso de toda París y toda Francia." El hombre se puso de pie, inclinándose sobre ella para besar una vez su mano, sujetándola con delicadeza. Un gesto de desagrado se mostró sin disimulo en su rostro. "Mi nombre es Gustave Chevingnon. Veo que mi hijo Alec tiene buen gusto por las españolas." Una sonrisa enfermiza apareció entre sus labios.
"¿Por qué me hacen esto?" Se atrevió a cuestionar.
"Aquí mi trabajo es simple: tienes un contrato de diez años." explicó, ignorando por completo a la morena. "Acata las reglas y puedes incluso ser una de las afortunadas a las que no mate." Los ojos de la chica se abrieron considerablemente, temiendo por su vida. "No cumples las reglas, duermes con los peces." concluyó.
"Vale." dijo contra su propia voluntad. Gustave se acercó.
"Desvístete y modela para Gustave."
Qué tonta ha sido.