El viaje era realmente corto, pero no le impidió a Antonella el descansar un poco. Yoel, por otro lado, se hallaba jugando a Pokémon Rubí Omega nuevamente, casi finalizándolo mientras sus audífonos envolvían sus oídos con The Edge of Tonight, de All Time Low.
Es un largo camino a casa, cuando estás en tu camino, y tus únicos amigos son luces de tráfico hablando en código morse. Sí, el camino es largo, y estoy cansado, pero contigo en mi horizonte conduciré hasta que todo se caiga a pedazos porque no puedo respirar sin ti aquí, me mantienen a salvo, me mantienes cuerdo, me mantienes honesto...
La canción pareció detenerse cuando la mano de la morena rozó la del pelirrojo, acercando su mejilla hacia su hombro recargándose, sintiéndose segura luego de tantos años. A sus cortos veintiuno, su cuerpo estaba agotado, casi sin ganas de responder a su cerebro. Las ganas de vivir eran menores cada vez, excepto cuando Melanie estaba alrededor para decirle que algún día serían libres y felices.
De repente, en los suenos de Antonella comenzaron a aparecer imágenes desgarradoras de hombres desagradables rasgando su ropa en un fallido intento por quitarla de su anatomía, las heridas causadas al complacer al cliente. Las noches en vela llorando, encerrada en el pequeño baño maltrecho con la navaja entre sus dedos, rozando fuertemente la piel del antebrazo derecho, generando cortes que acababan en sangre a borbotones, las cuales quedarían como cicatrices. Las lágrimas eran frías, como si llorase hielo. En un rápido cambio, se hallaba vestida de blanco totalmente, con un tul frente a su rostro. Enfrente de ella, yacía un chico de espaldas vestido de traje negro, pero con cada paso que daba para avanzar causaba que se alejara un paso de ella. En otro cambio, se hallaba con una herida de bala en el estómago, sintiendo un ardor inmenso y un dolor punzante que no cesaba a medida que caía al suelo. A su lado, Yoel yacía con sus ojos abiertos. Permanecía inmóvil e incapaz de ejecutar movimiento alguno.
Estaba muerto.
La idea de imaginarlo herido por su culpa, se reproducía en su sueño en forma de pesadillas que le hacían lloriquear en la vida real.
"Antonella, despierta." Sacudió suavemente su brazo con su mano, incapaz de hacerle despertar mientras sus sueños le hacían daño. Sin saber cómo hacerla despertar, optó por llamar la atención de la peli azul, pidiéndole ayuda. Melanie se acercó hasta donde ellos se encontraban. Se arrodilló frente a ella, acariciando la mejilla de la morena con suavidad, cantando una canción que conocía muy bien: Be Alright, de Justin Bieber. Cantaba cada palabra con suavidad, y al parecer, eso la calmaba entre sueños hasta que su rostro cambió de expresión a uno sereno, calmo. Secó sus lágrimas y se incorporó.
"Esa canción por alguna razón la tranquiliza. Ya sabes cómo devolverla a la calma." Estaba a punto de irse, cuando Yoel la tomó del brazo con cuidado, provocando una mueca de dolor en ella. Al igual que Antonella, poseía cortes en su antebrazo. Su mirada era triste, pero una sonrisa consoladora apareció en sus labios, dándole a entender que no había de qué preocuparse, porque todo estará bien.
"Quédate con ella." Se levantó, para dejarle el asiento a Melanie. Ella asintió y le dejó pasar con dirección al otro lugar.
Antonella abrió los ojos, esbozando una sonrisa triste hacia su amiga.
"Tengo miedo, Melanie." Se atrevió a confesar. Yoel podía oír lo que ambas decían, sintiéndose mal por ellas.
"Yo también, pero no te preocupes."
"¿Por qué?"
"Porque aquel chico nos mantendrá a salvo." El alma de Yoel cayó a sus pies, pues aquella frase le recordaba al día en que cumplió cinco años y Saray le regaló a Hax.
Corría el año mil novecientos noventa y nueve, cuando el nueve de diciembre concluía en sus últimos cinco minutos de vida. Un pequeño Yoel se encontraba sentado en una silla rodeado de sus padres, tíos, primos, abuelos, amigos y su hermana. Le cantaron el cumpleaños feliz, dejándole su tiempo para pedir tres deseos y soplar la vela. Una vez que sus regalos fueron entregados, los abrió con regocijo. Una sonrisa grande se formaba en su rostro cuando corría a abrazar a quien le había traído el presente.
Cuando la madrugada cayó, los familiares agradecieron la cena, se despidieron y saludaron al cumpleañero, deseándole una buena noche. Yoel camino a su habitación, cuando Saray le detuvo.
"Tengo algo para ti, pequeñajo." Se adentró a su cuarto, tomando la silla de su escritorio para colocarla contra su estantería, alcanzando así la zona más alta. Tomó una caja de color amarillo con lunares rojos, entregándosela. Yoel se sentó sobre el cobertor rosado de Saray, retirando la tapa de la caja y el papel que envolvía a lo que parecía un suave peluche. Un conejo de peluche era sostenido por las manitos del pelirrojo, quien sonreía enormemente.
"Es el que vimos en el centro, ¿verdad?" Sus ojos brillaban de felicidad.
"Así es." Se arrodilló frente a él, abrazando su cuerpo con cuidado, siendo correspondida al instante por Yoel. "Te protegerá siempre, y te acompañará a donde quiera que vayas. Oh, y te mantendrá a salvo del coco."
"Le pondré Hax."
"Bonito nombre. Hola Hax." Le saludó y besó la frente de su hermano. "Ve a la cama que luego te reprenden."
"Vale, te quiero Saray." Campante y feliz, recorrió lo que quedaba de pasillo con Hax en sus brazos y una sonrisa en su rostro.
Se acostó en su cama, se arropó y acomodó a Hax a su lado, de manera que su brazo pudiese abrazarlo durante la noche. Lo miró unos segundos, recordando las palabras de Saray antes de finalmente cerrar los ojos y dormir con el pequeño conejo de peluche alrededor de su brazo derecho, apegado a su cuerpo.