Le llamó la atención un chico de cabellos pelirrojos, más bien en una mezcla de castaño rojizo, de ojos de indescifrable color que recorrían con la mirada a cada adolescente y adulta en la recámara insalubre en la que vivíamos, hasta que se detuvieron en mi anatomía. Sus ojos viajaban lentos, casi como si pidiesen permiso. Se veía tan joven, tan inocente para estar pacientemente esperando a comprarse a quién sabe cuántas chicas para venderlas a quién sabe quién. Se veía tan... puro a simple vista, vestido con una camiseta blanca, un saco y pantalones de vestir acompañados de unos zapatos negros, como si estuviese esperando a su compañera de promo o a su novia para juntos llegar como una flamante pareja de fin de año, la dupla que tanto había sorprendido en la graduación al llegar del brazo o de la mano, causando que todos volteasen a verlos por lo maravillosos que ambos se veían juntos, embelesados por la energía que juntos irradiaban.
De repente, sus pensamientos fueron arrancados de su pensamiento cuando el grito de Melanie envolvió sus oídos desgarradoramente. Su pelea resultaba inútil ante los fornidos brazos del pelirrojo, que la arrastraba fuera de la habitación, seguramente hasta una furgoneta blanca de vidrios negros. Minutos después él volvió. Sin comprender el por qué, Antonella se puso de pie, atrayendo la atención de todos los presentes.
"Quiero irme con él." Señaló con su fino y manicurado dedo al más joven de todos los compradores. Cinco pares de ojos la miraban con cierta incredulidad. Gustave se acercó a ella, tomándola bruscamente del rostro para atraerla hasta el suyo.
"Tú eres mía, no te irás a ningún lado." Una bofetada voló hacia su mejilla derecha, haciéndola perder la estabilidad de su cuerpo y caer al suelo.
"Ya no más, Gustave." dijo el susodicho, acercándose hasta donde la morena se hallaba tendida. Estiró su mano, esperando a que ésta la tomase, pero al no obtener movimiento por su parte, rodó sus ojos y la jaló del brazo obligándola a ponerse de pie para caminar fuera de la habitación.
La necesidad de no dejar sola a Melanie fue suficiente fuerza para tomar coraje y dejarse comprar por otro hijo de otro proxeneta. El miedo de pensar que Melanie podría morir por causas propias o ajenas le hacía querer estar cerca de ella. Le hacía nacer de su corazón la intención de ser lo más parecido a una hermana que puede tener durante esta etapa tan cruda de su vida.
Melanie había nacido en Valencia un veintiséis de marzo del año mil novecientos noventa y cinco en el hospital Consorci. Su madre la abandonó al primer día de nacida, siendo entonces cuidada y amada por su padre y hermano mayor. Durante su infancia, había tenido un trauma producto de su hermano Federico, quien a la edad de dieciséis años intentó suicidarse cortando sus muñecas con la navaja de su padre. Ella tenía seis años cuando llegó de la escuela acompañada de Leandro, su padre. El hombre de la casa la dejó en casa, pues su hermano se hallaba en casa, y se dirigió con su automóvil al mercado a comprar los víveres necesarios. Melanie, entusiasmada, corrió alrededor de la casa en busca de Federico. Buscó en el patio trasero, en la cocina, en la sala de estar y hasta en su cuarto. Cuando dispuso revisar el baño, descubrió que la puerta se encontraba cerrada con seguro. Con todas sus fuerzas, empujó la perilla, sin éxito alguno.
Su padre por fin había vuelto. Ella corrió, sujetando la mano de su padre con fuerza, con temor, explicándole que no hallaba a su hermano y que la puerta del baño estaba con seguro.
Uno, dos, tres golpes en la puerta. Nada. Cuatro, cinco, seis, siete. Nada.
"Atrás, hija." Pidió su padre, corriéndola con su brazo hasta apartarla lo suficiente como para tomar impulso y golpear con el costado izquierdo de su cuerpo la puerta, la cual cedió inmediatamente. Ella fue la primera en entrar, gritando y rompiendo en llanto al encontrar sangre, una navaja colgando de una mano que correspondía a quien ella consideraba como "lo mejor de su vida", al cual admiraba e imitaba todos los días, aquel que en las noches tormentosas y relampagueantes, se volvía su superhéroe acostándose a su lado para brindarle con su dulce voz su canción de cuna favorita hasta que ésta se durmiese, para luego irse sigilosamente con una sonrisa en su rostro.
Se acercó hasta él, tomando su mano libre con sus pequeños dedos, dándole caricias y dijo:
"Fede, ¿quieres que sea tu superhéroe?" murmuró de la forma más inocente posible. Sus medias blancas comenzaban a mancharse a la altura de las rodillas debido al gateo de su portadora, acercándose al muchacho de rubia cabellera y ojos celestes sin brillo. Tomó sus mejillas para que éste le mirase, una lágrima descendió hasta chocar contra su dedito.
"Lo siento, mi pequeña." murmuró de forma débil. Más lágrimas caían de los ojos de la niña.
"¿Me estás dejando?" Se atrevió a preguntar, tomando una postura seria nada común en niños de tan corta edad. "¡Te atreves a dejarme como lo hizo mamá!" Su manito golpeó su pecho, un quejido suave salió de los labios del mayor.
No obtuvo respuesta, porque cayó inconsciente segundos antes de que dos enfermeros ingresaran en el cuarto de baño para llevárselo hacia la ambulancia. Ella quiso correr con él, pero su padre la cogió en brazos, llevándosela consigo hasta su auto para marchar de camino al hospital donde su vida había comenzado y donde su madre había decidido dejarla para siempre.
Desde ese entonces, sabía que su vida nunca sería la misma. Y tendría que vivir con el fantasma de un trauma que la perseguiría hasta el final de sus días y le haría recordar todos los días que el mundo nunca es como nos lo pintan. Que la vida tiene más de lo que nuestros padres nos permiten descubrir. Que la vida es más cruel de lo que nuestros allegados nos desean mostrar.
Que la vida es mucho más negra de lo que nuestros ojos quieren admitir.
La noche de su cumpleaños número dieciséis, decidió jugar entre cámaras web hasta toparse con chico castaño de grandes ojos café que te hipnotizaban al segundo de ser vistos. Su sonrisa hizo aparición en la pantalla, derritiendo el corazón de peli azul al instante. Decía llamarse Alec, intercambiaron teléfonos y se prometieron que para cuando ésta juntase el dinero necesario, se iría directamente a Francia para conocerle, acabando con el mismo destino que Antonella. Siendo engañada por la misma persona, lo que era desagradable en cierto modo.