Alejado de Fuenlabrada, Madrid, Yoel aprendió a vivir entre el humo del cigarro, el hedor del alcohol esparcido por el mantel de la mesa, las cartas tiradas por el suelo de la cocina, las armas ocultas en la casa y su padre trayendo a mujeres distintas que le perturbaban el sueño. Imaginarán a qué nos referimos.
Para cuando Yoel cumplió dieciséis, su padre en un intento de recuperar el afecto de su retoño, le regaló una cámara con la promesa de permitirle hacer con ella lo que quisiese, incluso arrojarla al cesto de basura. Agradecido, salió de la habitación de su padre con rumbo a la suya, sabiendo el uso que le daría a su cámara. Con una esperanzada sonrisa, ingresó en su cuarto cerrando su puerta. Tomó su viejo trípode y colocó la cámara sobre este, presionando el botoncillo rojo y grabando por lo menos diez saludos distintos. Una vez satisfecho, repitió la acción esta vez, grabando distintos saludos. Se escuchó un par de veces en grabaciones, sonriendo con el tono de su voz y su energía. Pronto, crearía su canal de YouTube con un nombre que se volvería medianamente famoso:
Folagor03.
Para cuando cumplió veinte, su canal había comenzado a crecer gracias a su pasión por Pokémon, su carisma, la energía en cada video, su sonrisa, todo él. Su padre, por una parte, se sentía orgulloso por su hijo. Por el otro, sentía que en vez de unirse se alejaban más y más.
Para cuando Yoel cumplió veintiuno, no tuvo mejor idea que obsequiarle una noche en su prostíbulo, donde podía tirarse a la que quisiera, pero lo que no sabía, era que su padre había puesto una pastilla en su cerveza ya consumida, logrando tenerlo a su merced. Con ella, le obedecería en todo, y no recordaría nada.
"Te tengo una sorpresa, hijo." dijo su padre con una sonrisa ladeada, tomando del brazo a Yoel, quien se encontraba en un estado similar a la ebriedad. Lo guió con cuidado hasta su coche, colocando el cinturón de seguridad alrededor de su cuerpo en el asiento del copiloto. A ritmo tranquilo, condujo hacia las calles turbias que España escondía entre los negocios, escuelas y la maravillosa gente que en ella habitaban hasta llegar a una calle con unas cuantas casas maltrechas y un edificio vistoso con una puerta doble de color rojo con perillas doradas. Juntos, atravesaron las mismas, pasando por un pequeño pasillo iluminado por luces rojas hasta llegar a una serie de habitaciones acompañadas de una recepción pequeña en una esquina. Allí, una joven de diecinueve años aguardaba por él, reclinada contra la pared vestida con unas bragas y sostén a juego color rosa, tacos de aguja negro y cabello rubio cayendo por sus hombros y espalda delicadamente.
"¿Quién es ella, padre?"
"Es tu regalo, Yoel."
A pesar de estar "dopado" con la pastilla, arrojó una mirada de disgusto hacia su padre que en un segundo desapareció al observar a la chica que se encontraba en frente de él, esperando pacientemente para dirigirse hacia una habitación y, por supuesto, follar. La chica era una aliada de su padre, y lo que el pelirrojo desconocía era que, sobre la habitación donde ambos ya se encontraban, yacía un bolígrafo de tinta azul sobre un pedazo de papel que legalizaba el trabajo del susodicho en el prostíbulo de su progenitor, por la cifra de cinco años.
"Amor, debes firmar esto primero." Pidió la chica, estirando entre sus delicadas manos el documento. Éste, incrédulo, obedeció las dulces palabras de su acompañante, firmando en la línea punteada debajo de lo que parecía ser un sello judicial.
Arrojó el papel y el bolígrafo al suelo, abalanzándose con cuidado contra la mujer de cuerpo ligeramente más pequeño que el suyo, tomándola por la cintura para atrapar sus labios en un largo beso apasionado, rozando lenguas de manera insistente. Las manos inquietas de Yoel acariciaban la piel desnuda de la cintura de la rubia, mientras que las de la chica jugaban con los botones de su camisa de jean, desabrochando todos, pasando sus manos por sus hombros cubiertos y descendiendo por los brazos hasta quitarla por completo, dejándola caer en el suelo. El sostén de la muchacha también cayó, acompañando las prendas del mayor mientras ambos se devoraban en un desesperado intento por calmar su excitación. La boca del más grande bajó por el cuello de la menor, repartiendo besos y chupetones por este. Sus senos fueron acogidos con delicadeza, uno llevado a la boca y el otro asistido con la hábil mano del oji-verde, siendo observado por los ojos cafés de su chica.
"¿Cómo te llamas?" Se atrevió a cuestionar él, recostando su cuerpo sobre el ajeno, tomando sus manos para dejar un suave beso en cada una, robando una sonrisa tímida y un jadeo por parte de los labios de la joven.
"Natalia." murmuró, bajando sus manos hacia el pantalón del mayor, bajándolo junto a los bóxers que él utiliza. Una sonrisa apareció al ver la erección de Yoel erguirse, libre de la opresión de la ropa. Se estiró para tomar un condón, el cual abrió para colocarlo alrededor de su polla, ansiosa por follar.
Lo próximo que recuerda Yoel a partir de ese día en particular es borroso.
Y qué tonto ha sido.