"¡Déjate de estupideces, Antonella!" Gritó su madre al borde de la locura, sujetando en sus manos un cinturón. La menor comenzó a reír ruidosamente. Su padre hacía aparición en la escena con lo que ella denominaba como los pilares de su vida: su celular, su tarjeta de crédito y las llaves de su auto.
"Respeta a tu madre, o puedes irte despidiendo de esto." dijo Gabriel, su padre, mientras sostenía debajo de la tarjeta unas tijeras semi-cerradas. La sangre de la morena comenzó a hervir.
"Suelta eso, mierda." murmuró venenosa, escupiendo odio en cada sílaba. Sus miradas se cruzaron desafiantes, gélidas cual hielo.
"Tú no me das órdenes, niña." Sin una gota de titubeo, el hombre de casa atravesó la tarjeta con su tijera, partiéndola a la mitad y arrojándole ambas piezas a sus pies. Hecha furia, subió a la habitación de su gran y lujosa mansión heredada por parte de su abuelo, Klaus Kovshnikova, quien vivió en esta casa hasta el final de sus días por causas naturales. Hombre sin otros hijos además de Kaira, la madre de Antonella. Nacido en Moscú, concluyó sus años de vida en la bella Madrid, España, luego de ser perseguido la mayor parte de su adolescencia y adultez por ser de los traficantes más reconocidos en toda Rusia. Su apellido materno estaba manchado no solo con el pasado de su abuelo, sino con el de su madre, una ex prostituta de las más oscuras calles rusas durante su adolescencia hasta los 17 años, cuando conoció a Gabriel Olivos, quien hoy era su padre.
Llegó a su habitación, la cual era una bonita y simple recámara con una cama de dos plazas, o matrimonial mayormente conocida, con unas sábanas color blanco, un cobertor rosa y almohadas a juego con un bordado de flores en las fundas de las mismas; un ventanal con balcón a la derecha de esta; una mesita de noche con un velador encima y un armario abarrotado de todo tipo de prendas a su izquierda; una televisión frente a la cama; y junto a este último se hallaba un escritorio con un pequeña lamparilla a la derecha y unas repisas donde se hallaban diversas fotos de ella, sus padres y sus amigos a la izquierda. Juntó todo lo mencionado, excepto la televisión porque era claramente imposible, en aproximadamente tres maletas exageradamente grandes, acompañadas de un bolso aparte donde guardaba sus artefactos tecnológicos y algunos libros. Bajo de forma cuidadosa todo entre sus brazos y salió de su casa ignorando los reiterados llamados de atención, tanto paternal como maternal, quedándose de pie en la calle con sus maletas a un lado, estirando su brazo al ver un taxi aproximarse hacia ella.
"¿Puedes llevarme al aeropuerto?" dijo suavemente, sonriendo al recibir como respuesta el asentimiento del conductor. Con cuidado subió sus costosas maletas en los asientos traseros, que para su suerte encajaban perfecto. Ella se dispuso a sentarse en el asiento del copiloto.
"¡Te arrepentirás, niña!" Sin mirar atrás, sacó su brazo por la ventanilla para levantarlo, mostrando su dedo medio, mandándoles a la mierda.
Una vez en el aeropuerto, salió del coche, permitió al taxista darle una mano con sus maletas, le otorgó una suma de treinta euros, con cinco extra por su hospitalidad e ingresó en el aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas, esperando paciente su vuelo con destino a Francia, donde conseguiría algún empleo sencillo para mantenerse económicamente estable.
Lo cierto era, que su viaje y huida del hogar había sido planeado desde sus tempranos dieciséis. Mimada por parte de su ahora odiado padre, había comprado en secreto el boleto correspondiente a la fecha del dieciocho de diciembre de dos mil trece.
¿La razón? Un chico que había conocido en Internet llamado Alec Chevingnon, un chico cuatro años mayor que ella que había conquistado su corazón y algo más, que imagino que saben a qué hago alusión.
Nieta de un abuelo traficante de armas y drogas e hija de una madre zorra y cocainómana, no se podían sorprender de una chica adolescente que con solo dieciséis ya había planeado irse de su hogar para estar con un completo desconocido que conoció vía Internet y al cual, sin temor a lo que pudiese sucederle, le brindó su número de teléfono y enseñado los senos de forma despreocupada y desinteresada, ignorando toda consecuencia futura.
Pero todo lo que sube, baja tarde o temprano.
"Pasajeros con destino a París, Francia, abordar por puerta cinco. Gracias."
Su momento había llegado. Con cuidado, se apresuró hacia la fila que se encontraba de pie y avanzando entre frente de la puerta antes mencionada. Esperó su turno para ser revisada por el radar, permitir el chequeo de sus cuatro acompañantes, de los cuales tres de cuatro serían depositadas en la cinta para ser guardados en el compartimiento del aeroplano, avanzar hacia la encargada de autorizar el pasaje y finalmente abordar. Su bolso le hizo compañía en la búsqueda de su asiento, el cual daba a la ventanilla del avión. Rebuscó entre sus cosas su reproductor de música y sus audífonos "Beat" color rojo, colocando la lista infinita de reproducción en modo aleatorio. Casi por ironía o casualidad de la vida, "Broken Home" de una de sus bandas favorita 5 Seconds of Summer comenzó a reproducirse. La letra le recordaba a su niñez destrozada por las peleas, su madre pasada de drogas y/o alcohol y su estresado padre buscando sacar adelante a una familia que prontamente tuvo el descaro de terminar de desmoronar al follarse a una tal Irina, una colega de su trabajo.
Desde ese día, la casa se había vuelto un hogar roto.
La azafata hizo aparición, parada frente a los pasajeros con un teléfono que sostuvo entre sus manos diciendo con su melodiosa voz por los parlantes en español, inglés, portugués e italiano los pasos a seguir para colocarse el cinturón, el apagar celulares durante el vuelo, la disponibilidad de la reproductora DVD que poseíamos en la parte trasera del asiento adelante nuestra y qué hacer durante posibles turbulencias o dificultados durante la travesía.
La puerta se cerró, el avión se puso en marcha y, en el momento de despegue, dejó cerrados sus ojos, murmurando para sus adentros:
"Adiós, antigua yo."