Se agarra a la piedra y se apuntala. Luego levanta la pierna y la pasa por encima y queda sentada sobre la barandilla. Mira hacia el suelo y me doy cuenta que se ha quedado paralizada, nuevamente, así que le digo:
—Bien. Estupendo. Pero deja de mirar hacia abajo.
Dirige lentamente la mirada hacia mí y con el pie derecho busca a tientas el suelo de la torre del campanario, y en cuanto veo que lo encuentra, digo:—Ahora pasa la pierna izquierda como puedas. Y no te sueltes de la pared.
Tiembla con tanta fuerza que hasta le oigo el castañeteo de los dientes, pero veo cómo acabo juntando el pie izquierdo al derecho y sé que ya está a salvo.
De modo que solo quedo yo. Miro abajo una última vez, más allá de un cuarenta y dos de un pie que no para de crecer —hoy llevo unas zapatillas deportivas con cordones fluorescentes—, más allá de las ventanas abiertas del cuarto piso, del tercero, del segundo, más allá de Amanda Monk, que está en la escalera de entrada riéndose a carcajadas y agitando su cabellera rubia como si fuese un poni, sujetando los libros por encima de su cabeza en un intento de coquetear y protegerse de la lluvia al mismo tiempo.
Miro más allá de todo esto y me concentro en el suelo, que está ahora húmedo y resbaladizo, y me imagino tendido ahí.
«Podría saltar. Estaría hecho en cuestión de segundos. Se acabó Louis el friki. Se acabó sufrir. Se acabó todo.»
Intento superar la inesperada interrupción que me ha supuesto salvar una vida humana y retomar lo que tenía entre manos. La percibo durante un minuto: la sensación de paz cuando mi mente se acalla, como si ya estuviera muerto. Soy ingrávido y libre. Nada ni nadie que temer, ni siquiera a mí mismo.
Entonces oigo una voz a mis espaldas que dice:
—Quiero que te sujetes a la barandilla y que, cuando estés bien agarrado, te apoyes y levantes el pie derecho para pasarlo por encima del murete.
Y de repente noto que pasa el momento, que tal vez ya ha pasado, y ahora me parece una idea estúpida, con la excepción de la cara que pondría Amanda cuando me viera pasar volando por su lado. Río solo de pensarlo. Río con tanta fuerza que casi me caigo, y me asusto—me asusto de verdad— y me agarro y Jessie me sujeta justo cuando Amanda levanta la cabeza. Entorna los ojos. «Bicho raro», dice alguien. El grupillo de Amanda se mofa. Amanda ahueca las manos junto a la boca y enfoca hacia arriba.
—¿Estás bien, J?
Jessie se inclina por encima de la barandilla sin soltarme las piernas.
—Estoy bien.
Veo que se entreabre la puerta de acceso a la escalera del campanario y aparece mi mejor amigo, Charlie Donahue. Charlie es negro. No negro como los que salen en las series de la tele por cable, sino negro negro. Y creo que eso de tener un nombre tan de blanco es para él como llevar clavada una espina gigantesca y espantosa.
—Hoy toca pizza—dice.
Y lo dice como si yo no estuviera en el borde del tejado, con los brazos extendidos y una chica agarrándome por las rodillas.
—¡¿Por qué no lo haces y acabas de una vez con esto, rarete?!—grita desde abajo Gabe Romero, conocido también como Roamer, conocido también como imbécil.
Más risas.
«Porque luego tengo una cita con tu madre», pienso, pero no lo digo porque, reconozcámoslo, es poco probable, y también porque entonces subiría, me pegaría un puñetazo y me tiraría, lo que le quita la gracia a lo de hacerlo yo solo.
Lo que hago,en cambio, es decir a gritos:—¡Gracias Jessie por salvarme! ¡No sé qué habría hecho si no hubieses venido! ¡Supongo que ya estaría muerto!
La última cara que vislumbro abajo es la de mi tutor, el señor Embry. Cuando me mira furioso pienso: «Estupendo. Simplemente estupendo».
Dejo que Jessie me ayude a superar el murete y pisar el hormigón. Oigo abajo el murmullo de un aplauso, no para mí, sino oara Jessie, la heroína. Estoy tan cerca de ella que veo que tiene la piel lisa y transparente, con la excepción de dos pecas en la mejilla derecha, y que sus ojos son de un tono verde grisáceo que me hace pensar en el otoño. Son los ojos lo que me llama la atención. Son grandes y inquisitivos, como si lo vieran todo. De esos que te miran directamente, y estoy seguro de ello a oesar de las gafas.
Es guapa y esbelta, pero no excesivamente alta, con piernas largas y caderas curvilíneas, un detalle que me gusta en una chica. En el instituto hay muchas chicas con cuerpo de chico.—Solo estaba sentada aquí—dice—. En la barandilla. No he subido para...
—¿Me permites que te pregunte una cosa? ¿Crees que un día perfecto exista?
—¿Qué?
—Un día perfecto. De principio a fin. En el que no ocurra nada horroroso, ni triste, ni ordinario. ¿Crees que es posible?
—No lo sé.
—¿Has tenido alguna vez uno?
—No.
—Yo tampoco, pero lo busco.
—Gracias, Louis Thompson—dice entonces en voz baja. Se pone de puntillas y me estampa un beso en la mejilla. Y hueli su champú, que me recuerda al aroma de flores. Me susurra al oído—: Si alguna vez le cuentas esto a alguien, te mato.
Con las botas todavía en la mano, corre para cobijarse de la lluvia y cruza la puerta que conduce al tramo oscuro de escalera desvencijada que desembica en uno de los muchos pasillos de la escuela, siempre excesivamente iluminados y concurridos.Charlie la ve marchar, y en cuanto la puerta se cierra a sus espaldas se vuelve hacia mí.
—¿Porqué haces eso?
—Porque todos tenemos que morir algún día. Y quiero estar preparado.
Este no es el motivo. por supuesto, pero a Charlie le bastará. La verdad es que hay muchos motivos, que en su mayoría cambian, además, a diario, como los treinta y cuatro estudiantes murieron a principios de esta semana cuando un hijo de puta abrió fuego en el gimnasio de su instituto, o la chica dos cursos menor que yo que acababa de morir de cáncer.Charlie tal vez piense que lo soy, pero no me llama «Bicho raro», razón por la cual es mí mejor amigo. Dejando de lado el hecho de que lo aprecio por esto, poca cosa tenemos en común.
-----------------------------------------
ESTÁS LEYENDO
Jessie and Louis
TienerfictieAdaptación. "DOS MUNDOS COMPLETAMENTE DISTINTOS". Esta es la historia de una chica que aprende a vivir, y de un chico que pretende morir; de dos jóvenes que se encuentran y dejan de contar los días para comenzar a vivirlos, ambos se complementan, s...