- Tío, tío, me cago en la puta, joder. - Maldijo Mario muy exaltado.
- ¿Que sucede pequeño? - Pregunté.
- He perdido las jodidas llaves.
- Bueno, puedes quedarte en mi piso si quieres y mañana por la tarde llamamos al cerrajero y que cambie la cerradura. No te preocupes pequeño. - Y lo besé en los labios dulcemente.
Cenamos unas pizzas que calenté en el horno, no me apetecía cocinar. Estaba muy tocado por todos estos últimos acontecimientos. Mario notó que estaba como ausente.
- ¿Qué hablaste con Lucía? - Me preguntó.
Lo miré fijamente, durante un largo instante. Una lágrima brotó de sus ojos, recorriendo sus mejillas. Dejó el trozo de pizza en la mesa y se puso a llorar. Yo sabía por qué lloraba. Él y yo nos comprendíamos, hablábamos con la mirada, aún sin articular palabra, sabíamos lo que pensábamos, lo que sentíamos. Y eso en ciertas ocasiones me gustaba, pero en otras me inquietaba.
- Lo siento. - Me disculpé, pero el resultado no fue el esperado.
Levantó la cabeza, me miró y se abalanzó a mí como cual fiera. De la fuerza del impacto, el sofá se dio la vuelta. Yo estaba cabeza abajo, muy asustado, y Mario me agarraba fuertemente de la camiseta mientas sollozaba y me mojaba la cara con sus lágrimas.
- Mario, ya te he dicho que lo sentía, por favor, me estas asustando, suéltame.
- No David, con una disculpa no basta joder. ¿Llevamos saliendo un día y ya te andas tirando a Lucía? ¿De qué coño vas?
- Creo que nos conocemos desde hace mucho tiempo y sabes mi opinión sobre estos temas. - Respondí, con la voz muy temblorosa.
Mario se bajó del sofá y me agarró del brazo. Acto seguido, me embistió en la pared. Me abrazó y se quedó llorando un buen rato.
- Yo quería salir contigo porque prometí que iba a hacerte feliz. Y eso quiero, pero tiene que dejarme... David, tienes que dejarme hacerte feliz, porque te quiero demasiado.
- Mario, que entre Lucía y yo no hay nada, yo sólo te quiero a ti. Y tú no tienes que hacer nada, soy yo el que tiene que hacerte feliz todos los putos días de mi existencia. Quiero ser feliz a tu lado, no quiero nada más, de verdad.
Nos abrazamos más fuerte y nos pusimos a llorar. Mientras yo besaba su mejilla, hasta que llegué a sus labios.
Creo que fue el beso más sincero que he dado en mi vida.
Continuamos besándonos, él se calmó. Rozaba su mano por mi camiseta, intentaba quitármela, pero yo sólo quería abrazarlo. Finalmente cedí y me la subí.
Lo agarré del brazo y lo llevé a la habitación. Nos miramos. Tocaba su culo, mientras él tocaba mi pecho. Bajé, besando sus pectorales y entre medias de esa acción, alzaba la cara, lo miraba y le besaba.
Nos quitamos los pantalones mutuamente, hasta quedar semidesnudos. El seguía tocando mi culo y yo continuaba besándolo, mientras bajaba sus calzoncillos. Me agaché, besaba su ingle y su abdomen. El acariciaba mi cabeza. Agarré y examiné su pene con mis manos, detenidamente, mientras lo lamía y besaba.
Quería hacer el amor con él, no follármelo.
Continué chupando aquel regalo celestial. Mario agarraba mi cabeza, me acariciaba el pelo y tocaba mis orejas. Notaba como su pene iba creciendo progresivamente dentro de mi boca. Me senté en la cama, estaba muy empalmado. Nos masturbamos el uno al otro. Yo besaba su cuerpo. Él me abrazó.
Continuamos masturbándonos un buen rato, pero esta vez, quería ser yo el que dominara su cuerpo. Le indiqué que se tumbara, boca arriba.
Chupó uno de sus dedos y se lo introdujo en el ano. Cogí un preservativo, me lo puse, saqué un bote de lubricante del cajón, rocié un poco en mi pene, después en su culo y la metí muy despacio, con amor, mientras le miraba a los ojos y sentía que él me quería. Le correspondí con un beso en los labios, hasta que terminé de meterla.
Mario me rodeaba con sus piernas, mientras yo no paraba de besarle y tocar su cuerpo.
Antes de correrme, agarré su pene y lo masturbé, hasta que él lo hizo. Fue tal la sensación de la compresión de su ano con mi pene dentro que terminé eyaculando dentro del preservativo.
Nos fuimos a la ducha. Cogí una esponja y froté bien su cuerpo, que había sudado mucho, después de todo aquello. Después, el hizo exactamente lo mismo.
Al salir, le presté una camiseta y unos pantalones para dormir, yo me puse el pijama y nos fuimos a la cama.
- Te quiero. - Me susurró al oído.
- Te quiero. - Le respondí yo
- Quiero pasar más días durmiendo contigo cielo.
- Entonces no llames al cerrajero pequeño, quédate a vivir conmigo.
Dicho esto, nos abrazamos y nos quedamos dormidos.
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El insomnio de tu mirada [Gay]
RomanceEl amor no es siempre un cuento de hadas, como tampoco lo es la vida misma. David, enamorado de Mario desde hace 6 años, encuentra en él la estabilidad emocional que necesita hasta que desgraciados acontecimientos se suceden y se rompe esa relación...