La llegada de un ángel

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Máx se paseaba de un lado a otro en el pequeño pasillo que separaba las habitaciones y la escalera, estaba nervioso y eso era lo único que podía hacer en un momento como este.

-¿Quieres calmarte por favor? -dijo Williams a Máx- Me estas mareando- agregó sentado en el primer escalón de las escaleras tomando una tasa de té.

-No puedo evitarlo, hace horas que están en esa habitación y no nos dicen nada- respondió Máx.

-Nick es fuerte, lo logrará- dijo Williams con tranquilidad.

Máx no respondió, se sentó al lado de Williams, que observó su semblante preocupado.

Hace años él también pasó por esa misma preocupación, sólo que Elisabeth, su esposa, no lo logró. Pero estaba más que seguro que su hija si, confiaba en ella y su fortaleza para superar cualquier obstáculo.

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Las horas se hicieron eternas para Máx, que desde la noche anterior no dormía ni un poco y nadie de los que estaban con Nick en aquella habitación salían para decir que pasaba.

Para la mañana de segundo día, que Nick estuviera en aquella habitación, el llanto de un recién nacido se oyó por toda la estancia.

Máx se paró de un salto de escalón donde estaba sentado, Williams se acercó a él y palmeo su espalda.

-Felicidades, nuevo padre- le dijo Williams. Pero Máx no respondió se quedó viendo la puerta de la alcoba como el objeto más valioso de la casa.

-Mi... Hijo-susurró Máx, sin poder reaccionar... o si, si lo hizo y de la mejor manera.

Se desmayó...

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-Había visto reacciones extrañas al ser padre por primer ves -dijo el doctor Lake- Pero esta es épica- murmuró sonriendo viendo a Máx desmayado en el sofá de la sala de estar.

-Es todo un caso- agregó Williams limpiando el sudor de la frente de Máx.

-Bueno yo me retiró, quiero descansar un poco antes de regresar a Londres- se despidió el doctor.

-Gracias por haber viajado hasta aquí- dijo Williams saliendo tras el doctor.

-Pierde cuidado Williams- replicó el médico antes de subir al carruaje que le llevaría a su casa en Luxemburgo- Nick es para mi como una hija- agregó.

Williams le despidió con un asentamiento de cabeza corraborando sus palabras.
Desde que Nick naciera Lake, había sido su médico personal, era el único que sabía su condición después de su familia y el médico era tratado por Nick como parte de misma.

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Máx contemplaba con asombro el pequeño bulto envuelto en sábanas blancas que descansaba en su cuna.

Tenía el cabello castaño, casi café, igual que su abuelo Williams, aunque aún no veía sus ojos, deseaba que fueran iguales a los de Nick, aunque los compartiera con Alex. Para su gusto el pequeño bulto abrió los ojos, dejándole ver un par de luceros azul cobalto, como si una fracción del mar se hubiese encerrado en ellos, sonrió con emoción, pues al parecer, el pequeño infante había mezclado el verde esmeralda de sus ojos, con el azul cielo de los de Nick, logrando dicha combinación en los suyos.

Desvío su vista a Nick que dormía plácidamente en la cama de la habitación que ocupará desde que llegó a Luxemburgo, estaba pálida y el rastro de dolor aún no se borraba de su rostro, pero para Máx era la mujer más hermosa sobre la tierra, hacia esta estuviera cubierta de fango.

El destino de una rosa Donde viven las historias. Descúbrelo ahora