Capítulo VI

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Llevaba más de diez hojas regadas encima de una mesa, otro montón pegadas en las paredes y otro poco en sus manos mientras daba vueltas alrededor de la habitación. Un lápiz adoraba su oreja, esperando tibio a ser usado para seguir escribiendo.

Viktor sentía que podía llenar toda la pared de hojas y hojas de melodías que hallada en todas partes. Desde las más suaves a las más movidas. Era capaz de escuchar las suaves teclas de su amado piano en su cabeza, una a una hasta formar una melodía que pudiera cubrir la historia de una vida entera.

Cerró sus ojos y se dejó caer la silla vacía. Makkachin se encontraba recostado en la alfombra que adornaba el centro del salón principal. Miraba a su dueño dar vueltas y más vueltas, inquieto, como si las ideas impidieran descansar sus piernas.

A sólo un par de días de la presentación se sentía más vivo que nunca. Sentía que podía hacer música de nuevo. Después de un rápido vistazo a las hojas viejas de sus melodías anteriores, creía poder mejorar todas y cada una de ellas para crear algo mejor.

Era una noche sin dormir y todavía podía continuar escribiendo. Se encontraba alegre, extasiado. Todo lo que nacía de él en esos momentos eran pensamientos e ideas positivas.

En el conservatorio se encontraban confundidos. Hace sólo unos días su falta de imaginación se había esfumado y apareció un nuevo Viktor. Uno renovado y con nuevos planes, ansioso por tocar y enseñar a otras personas a conocer el bello arte de manejar un instrumento musical.

A Viktor no le importó que estuviera en los ojos de todo el mundo. Hace tiempo había recibido las entradas gratuitas para la presentación, pero no vio la necesidad de usarlas, por lo cual las guardó. Fue tanto que el polvo se había formado en ellas que no las reconoció de inmediato.

Cuando las encontró guardadas en su mesita de noche supo de inmediato a quien quería ver en la primera fila. Y para su creciente alegría, Yuuri aceptó ir.

Quería demostrarle que podía hacer, todo lo que podía desarrollar haciendo lo que él amaba. Deseaba poder enseñarle cuanta pasión tenía, y también, que sincero cuando profesó que su danza logró inspirarlo a tocar de nuevo.

Esa noche iba a hacer que el salón fuera reluciente, porque su inspiración iba a estar en primera fila, y él podría verlo para recordar ese sentimiento.

Esa noche iba a hacer que el salón fuera reluciente, porque su inspiración iba a estar en primera fila, y él podría verlo para recordar ese sentimiento

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Yuuri era una clase de chico que podía sorprender. La ropa que llevaba ese día era oscura y pegada a su cuerpo. Su contextura física delgada era muy encantadora, mucho más los movimientos que hacía. Por otra parte, cuando llevaba su grueso abrigo y el gorro en su cabeza, llegaba a ser el chico más tierno que podía recordar haber visto alguna vez.

Su presencia en el lugar no era una costumbre, pero los bailarines de estaban adaptado a verlo todos los días, parado en el mismo lugar mientras observaba a Yuuri con detalles. Muchos de ellos eran porque en realidad no notaban que su atención no estaba en ellos en general, sino únicamente en el muchacho japonés que lo tenía cautivado con cada día que pasaba.

Moondance [En edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora