Capítulo 5

1.1K 183 9
                                    

Esta era la segunda vez que estacionaba su auto en aquel lugar. En esta ocasión el sol iluminaba tras unas cuantas nubes grises que cubrían el cielo de aquella mañana. Estaba frente al edificio viejo y pequeño. La escena del crimen, o lo que quedaba de ella. Casi todo había sido removido ya. El caso prácticamente estaba cerrado, él mismo se preguntó que hacía todavía allí, esto estaba tardando demasiado. El mismo Sungmin seria enterrado ese mediodía en el cementerio de la cuidad. Hyukjae se recordó mentalmente no perder de vista los horarios, quería estar allí, sentía que debía estar allí.
Se apresuró entonces a subir las escaleras y llegar, esta vez sin fatigas, al departamento de aquella noche. Abrió la puerta y la imagen lo asqueó. El lugar estaba revuelto completamente. Los oficiales al parecer habían sido realmente eficientes, pero eran desordenados y descuidados. Hasta los cajones de las cocinas habían dejado abiertos, no quiso siquiera pensar en cómo habrían quedado los dormitorios. Notó también el piso limpio, pero las manchas en la pared seguían allí.
Hyukjae cruzó la cocina y atravesó al pasillo hasta los dormitorios. Ambas puertas estaban cerradas, pero recordó que el primer cuarto era el de Sungmin, y sin embargo entró primero al de Donghae. El cuarto era tal y como lo imaginó. No era un cuarto sobrio, era un cuarto casi infantil. La cama revuelta tenía un acolchado azul intenso, las paredes estaban pintadas de colores celestes y de ellas colgaban fotos de Donghae y Sungmin, Donghae y su familia, y algunos posters de películas y bandas.
Hyukjae se tomó su tiempo, abrió los cajones del castaño sintiéndose repentinamente un verdadero intruso. Cualquiera que lo viese pensaría que buscaba pruebas que acusaran a Donghae, cuando en realidad buscaba lo contrario. Necesitaba conocerlo de algún modo, necesitaba saber más allá de lo que las palabras de Donghae contaban, necesitaba demostrarse así mismo, con pruebas reales, que Donghae no había asesinado a Sungmin. Pero en los cajones de Donghae sólo encontró cartas de la universidad, libros viejos, y un sobre con una cantidad de dinero dentro de él. El dinero que Sungmin le había pedido. Seguramente Donghae ni siquiera había tenido tiempo de entregárselo o avisarle que lo había conseguido. Hyukjae supo que la clave estaba allí, que el dinero era el camino a la verdad. Pero aún debía descubrir el por qué, y sintió que la respuesta sólo podía estar en Donghae.

El cementerio estaba helado, aún más que las mismas calles de la ciudad. Él se encontraba en una esquina, junto a su coche y observaba de lejos el sepelio. Observaba a Donghae. El castaño vestía pantalones negros, una camisa gris y un saco de paño oscuro, traía en los brazos su abrigo beige. Hyukjae no supo si lo traía para abrigarse el mismo, o porque Donghae (incluso sin haberle avisado) lo esperaba. Cualquiera de las ideas le agradó bastante.
Esperó a que el sacerdote concluyera con la ceremonia, y mientras tanto se percató de como todos recibían consuelo, todos menos el castaño que se mantuvo a un costado, como si él no perteneciese al grupo que en realidad era bastante reducido. La novia del difunto se refugiaba en los brazos de una mujer mayor, que quizás era su madre o tal vez su suegra. Por otro lado había otra señora en los brazos de un hombre que acariciaba su cabeza. Algunos otros chicos jóvenes que no se consolaban pero se mantenían bastante unidos, y en una esquina el joven castaño que simplemente contemplaba el ataúd que lentamente quedó cubierta de tierra.
Hyukjae se preguntó si entonces debía ir en rescate del muchacho o quedarse allí a esperar como lo tenía previsto. Optó por lo segundo, realmente no le pareció apropiado importunar.

-¿Me convidarías de tu cigarro?- La voz lo había sorprendido. Llevaba un tiempo observando los árboles y de un momento a otro tenía al castaño de sonrisa afable junto a él.

-¿Fumas?- Los saludos y protocolos al parecer habían dejado de ser necesarios entre ambos. Hyukjae no esperó respuesta alguna de Donghae y se quitó el cigarro recién empezado de los labios y se lo entregó de inmediato. Pensó en sacar uno para él, pero la idea de compartir el pucho le pareció exquisita.

El crimen fue besarte Donde viven las historias. Descúbrelo ahora