Capítulo 1

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Novela dedicada respetuosamente al caballero Francis William Austen, aspirante a oficial de marina a bordo del barco de su Majestad, el Perseverancia, por su humilde y agradecida servidora

La autora.


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Érase una vez el señor Johnson que tenía unos cincuenta y tres años; un año después tenía cincuenta y cuatro, lo cual le entusiasmaba tanto que estaba decidido a celebrar su siguiente cumpleaños dando un baile de máscaras para sus hijos y amigos. Por ello, el día que cumplió los cincuenta y cinco, envió invitaciones a todos los vecinos con tal fin. De hecho, sus conocidos en esa parte del mundo no eran muy numerosos, ya que solamente Lady Williams, el señor y la señora Jones, Charles Adams y las tres señoritas Simpson conformaban el vecindario de Pammydiddle y, por tanto, serían los asistentes al baile de máscaras.

Antes de proceder a relatar la velada, será adecuado describirles a mis lectores el físico y los caracteres del grupo que les ha sido presentado.

El señor y la señora Jones eran ambos bastante altos y muy apasionados, pero eran en otros aspectos gente apacible y educada. Charles Adams era un joven amable, experimentado y fascinador, de una belleza tan deslumbrante que nadie, salvo las águilas, podía mirarle directamente a la cara.

La señorita Simpson era agradable en su físico, en sus modales y en su temperamento; una desmedida ambición era su único defecto. Su hermana mediana, Sukey, era envidiosa, rencorosa y malvada. Físicamente era bajita, gorda y desagradable. Cecilia (la hermana pequeña) era de lo más guapa, pero demasiado afectada para resultar agradable.

En Lady Williams se juntaban todas las virtudes. Era una viuda con un buenísimo usufructo y los restos de lo que fue una cara muy guapa. Aunque benévola y franca, era generosa y sincera. Aunque piadosa y buena, era religiosa y amable; y aunque elegante y agradable, era fina y divertida.

Los Johnson eran una familia llena de amor y, aunque un poco adictos a la botella y al juego, tenían numerosas cualidades.

De este modo se encontraba reunido el grupo en el elegante salón del palacio de los Johnson y, dentro de él, la agradable figura de una sultana era la más notable de las máscaras femeninas. Entre los hombres, una máscara que representaba al sol era la más admirada de todas. Los rayos que surgían de sus ojos eran como los de la gloriosa luminaria, aunque infinitamente superiores. Tan brillantes eran los rayos, que nadie se atrevía a aventurarse a menos de media milla de ellos; tenían, por tanto, la mayor parte de la habitación para sí, ya que su tamaño no alcanzaba más de tres cuartos de milla de largo y una de ancho. Finalmente el caballero se dio cuenta de que la ferocidad de sus rayos resultaba muy inconveniente para la pista de baile, pues obligaba a los invitados a agolparse en una esquina de la habitación con los ojos entrecerrados, por lo que éstos descubrieron que era Charles Adams en su abrigo verde liso, sin máscara alguna.

Cuando su asombro menguó un poco, su atención fue a parar a dos caretas que avanzaban con una tremenda pasión; ambos eran muy altos, pero parecían tener numerosas cualidades de otro tipo.

—Estos —dijo el agudo Charles—, estos son el señor y la señora Jones

Y efectivamente, eran ellos.

¡Nadie podía imaginar quién era la sultana! Hasta que finalmente, al dirigirse a la hermosa Flora, que se reclinaba en una actitud estudiada en un sofá, con un "¡Oh, Cecilia, me encantaría ser en realidad lo que finjo ser!", fue identificada gracias al indefectible don de Charles Adams como la elegante pero ambiciosa Caroline Simpson, y la persona a la que se dirigía supuso, correctamente, que se trataba de su adorable pero afectada hermana Cecilia.

La compañía avanzó entonces hacia una mesa de juego donde estaban sentadas tres caretas (cada una con una botella en la mano) profundamente concentradas; pero una mujer disfrazada de virtud huyó con paso rápido de la vergonzosa escena, mientras que una mujercita gorda que representaba a la envidia miraba alternativamente las frentes de los tres jugadores. Charles Adams, que era siempre tan brillante, pronto descubrió que el grupo que jugaba eran los tres Johnson, que la envidia era Sukey Simpson, y la virtud Lady Williams.

Se quitaron entonces las máscaras y los invitados se retiraron a otra habitación para tomar parte en una elegante y lograda diversión, tras la cual, habiendo sido la botella zarandeada por los tres Johnson, el grupo entero (incluso sin exceptuar a la virtud) fue llevado a casa, todos borrachos como cubas.

Jane Austen - Jack y AliceWhere stories live. Discover now