Capítulo 5

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—Soy nativa del norte de Gales, y mi padre es uno de los sastres más importantes de allí. Puesto que tenía una familia numerosa, una hermana de mi madre, que es una viuda con buenas rentas y que tiene una taberna en el pueblo al lado del nuestro, le convenció con facilidad para que le permitiese quedarse conmigo y criarme corriendo ella con los gastos. Por consiguiente, he vivido con ella durante los últimos ocho años de mi vida, tiempo durante el cual me proporcionó algunos maestros de primera, quienes me enseñaron todas las dotes requeridas para alguien de mi sexo y de mi alcurnia. A través de sus enseñanzas, aprendí baile, música, dibujo y varias lenguas, gracias a lo cual me volví más dotada que ninguna otra hija de sastre en Gales. Nunca hubo criatura más feliz que yo hasta que en el último medio año... Pero debería haberles dicho antes que la finca principal en nuestra vecindad pertenece a Charles Adams, el propietario de la casa de ladrillo que ven allí.

—¡Charles Adams! —exclamó la asombrada Alice—, ¿conoce a Charles Adams?

—Para mi desgracia, señora, lo conozco. Vino hace aproximadamente medio año a cobrar el alquiler de la finca que acabo de mencionar. Esa fue la primera vez que lo vi; como parece, señora, que también lo conoce, no necesito describirle lo encantador que es. No pude resistirme a su atractivo...

—¡Ay!, ¿y quién podría hacerlo? —dijo Alice con un profundo suspiro.

—Mi tía, que mantenía una íntima relación con su cocinera, conformemente a mi petición, decidió descubrir, por medio de su amiga, si había alguna oportunidad de que él correspondiese a mi afecto. Con este propósito fue una tarde a tomar té con la señora Susan, quien, en el transcurso de la conversación, mencionó la bondad de su casa y la bondad de su amo; tras lo cual mi tía comenzó a sacarle información con tanta destreza que, en poco tiempo, Susan confesó que no creía que su amo se casase nunca "porque —según dijo — me ha manifestado una y otra vez que su mujer, quienquiera que fuese, debería poseer juventud, belleza, cuna, ingenio, mérito y dinero. Muchas veces he intentado —continuó— hacerle razonar sobre su decisión y convencerle de las pocas probabilidades que hay de que conozca algún día a una mujer así; pero mis argumentos no han surtido efecto y él continúa tan firme como siempre en su decisión". Pueden imaginarse, señoras, mi angustia al oír esto; puesto que yo temía que, a pesar de contar con juventud, belleza, ingenio, y mérito, y aunque era la heredera más probable de la casa y negocios de mi tía, él me considerara de baja alcurnia y, por tanto, indigna de casarme con él.

"Sin embargo, estaba decidida a hacer un valiente intento, y por lo tanto, le escribí una amabilísima carta, ofreciéndole con gran ternura mi mano y mi corazón. Recibí como respuesta un airado y definitivo rechazo; pero creyendo que sería más resultado de su modestia que otra cosa, le volví a insistir acerca del asunto. Pero nunca más respondió a ninguna de mis cartas y muy poco después se fue del país. Tan pronto como me enteré de su partida, le escribí aquí, informándole de que le haría el honor de esperarle en Pammydiddle, a lo cual no recibí respuesta; por lo tanto, pensando que el que calla otorga, me fui de Gales sin que lo supiera mi tía, y llegué aquí esta mañana, tras un tedioso viaje.

Preguntando por su casa, me mandaron a través de este bosque a la que allí veis. Con el corazón eufórico por la esperada felicidad de poder contemplarle, me introduje en él, y, de este modo, fui avanzando bastante en mi camino, cuando me vi repentinamente detenida por la pierna y, examinando la causa de esto, vi que me había enganchado en una de las trampas de acero, tan comunes en tierras de caballeros.

—¡Ah! —gritó Lady Williams—, qué afortunadas somos de encontrarla; puesto que de otro modo, podíamos haber compartido la misma desgracia...

—En efecto es oportuno para ustedes, señoras, que haya pasado yo poco antes que ustedes. Grité, como pueden fácilmente imaginar, hasta que el bosque devolvió el eco, y hasta que uno de los inhumanos sirvientes del miserable vino en mi ayuda y me liberó de mi horrible prisión, pero no antes de que una de mis piernas se rompiese completamente.

Jane Austen - Jack y AliceWhere stories live. Discover now